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Sembrar cizaña

El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo.

CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz 14 DE ABRIL DE 2019 10:00 h
Las espiguillas de la cizaña (Lolium temulentum) se disponen a ambos lados de la raspa o tallo y cada una está formada por un grupo de 5 a 10 flores.


Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue (Mt. 13:25).  




El término “cizaña” en griego es zizanion, ζιζάνιον o zizania, ζιζάνια, mientras que el nombre científico es Lolium temulentum. Se trata de una planta gramínea, anual y cosmopolita, de hasta un metro de altura, formada por espiguillas dispuestas alternativamente una a cada lado del tallo. Crece mezclada con el trigo o la cebada, por lo que se considera como una maleza para dichos cultivos. A pesar de que su grano es de color violáceo, el parecido con el verdadero trigo es tan grande al principio que, en algunas regiones, a la cizaña se le llama “falso trigo” o “trigo bastardo”. Es una planta susceptible de ser parasitada por un hongo venenoso. Cuando esto ocurre, se produce una toxina que se acumula en los granos, por lo que no es recomendable consumirlos. Puede provocar somnolencia, náuseas, convulsiones e incluso la muerte, tanto en las personas como en aquellos animales herbívoros que accidentalmente la ingieran. No obstante, la mayoría de las aves son inmunes a dicho veneno.



Hace más de veinte años escribí las siguientes reflexiones al respecto: “La famosa parábola del trigo y la cizaña (Mt. 13:24-30) nos acerca al mundo rural, a la vida agrícola y campesina de la Palestina de los tiempos del Señor Jesús. Los ejemplos que aparecen en la misma eran habituales y perfectamente comprensibles para los judíos contemporáneos del Maestro. La cizaña constituía una de las principales pesadillas del agricultor hebreo. Se trataba de una planta muy parecida al trigo; tan parecida que le llamaban “trigo bastardo”. Era una gramínea a la que los botánicos bautizarían después con el nombre latino de Lolium temulentum. Este segundo nombre, temulentum, que es el de la especie, viene del que se le da a una sustancia muy venenosa que se forma en esta planta. Se trata de la “temulina”. Dice el famoso farmacéutico catalán, Font Quer, que “basta un gramo de cloruro de temulina para matar a un gato de dos kilos de peso” (Font i Quer, 1976: 936). ¡No sabemos si este prestigioso científico catalán realizó alguna vez tal experimento pero el hecho de que aporte un dato tan preciso sugiere lo peor!



Lo curioso es que la toxicidad de la cizaña no la genera la propia planta, sino que se la provoca un minúsculo parásito. Un pequeño hongo que crece en el interior de los granos de las semillas introduciendo sus microscópicos filamentos e infectando casi al noventa por ciento de los mismos. Si el grano de trigo se contamina con el de cizaña, después de la siega, la harina que se obtiene resulta algo más oscura que la normal y puede producir envenenamiento con un cuadro clínico que puede ir desde simples vómitos hasta la muerte por parálisis de los músculos respiratorios.



En las sepulturas reales egipcias de la quinta dinastía, es decir, de hace más de cinco mil años de antigüedad, se han encontrado granos venenosos de cizaña mezclados con los de trigo. De manera que tal fenómeno era algo muy frecuente y usual. Los campesinos hebreos con el fin de paliar esta auténtica maldición, efectuaban el escardado de los sembrados durante la primavera, cuando la siembra sólo tenía un palmo de altura, porque si se la dejaba crecer más resultaba imposible realizar tal labor ya que las raíces se habían entrelazado con las del trigo y al tirar de unas se arrancaban también las otras. Había que esperar al tiempo de la siega para poder hacer esta separación. Después de segar, se seleccionaban las espigas de trigo de las de cizaña que tenían una tonalidad más grisácea. Este trabajo solían hacerlo las mujeres y los niños. La cizaña se ataba en manojos para utilizarla como combustible ya que en Palestina escaseaba la leña. De los granos de cizaña se hacía pienso para las gallinas pues a estos animales, curiosamente, no les afecta el veneno de la temulina. De manera que todas las imágenes que utiliza Jesús en su relato eran familiares para los oyentes que las escuchaban.



El significado de la parábola es explicado por Jesús en el mismo capítulo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirvan de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:37-43). ¿Por qué contó Jesús esta parábola? ¿A quién iba originalmente dirigida? La mayoría de los exégetas cree que iba destinada a los propios discípulos de Jesús. Veamos por qué.



En el judaísmo tardío, contemporáneo del Maestro, existía la idea de lo que se ha llamado “el resto santo”. Para entenderla debemos examinar previamente algunos textos del Antiguo Testamento. En el libro de Reyes puede leerse: Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Re. 19:18). Este versículo se refiere a la promesa del resto santo, igual que el siguiente: Si Yahvé de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, hubiéramos sido como Sodoma; igual que Gomorra” (Is. 1:8). El profeta Isaías fue el primer gran teólogo de la idea del resto. Se trataba de la creencia en un grupo especial formado por los creyentes, por los justos que perdurarían en el pueblo de Israel cuando viniera el Mesías. Los fariseos pretendían ser el resto santo y por eso no querían saber nada de los pecadores, de aquellos que no seguían la Ley. Los “bautizantes”, llamados así por su práctica de bautizarse cada día con agua fría, habían surgido de los fariseos y también se creían pertenecientes al resto santo. Lo mismo ocurría con los esenios, un grupo de bautizantes que procuraba establecer la comunidad pura y que para no contaminarse con los demás optaron por alejarse de Jerusalén, la ciudad que llamaban del “santuario contaminado”. Tales ideas acerca del resto santo estaban en la mente de todos los judíos de la época de Jesús.       



Sin embargo, la predicación y el comportamiento del Maestro chocaba frontalmente contra esta idea equivocada del resto santo. Los discípulos se preguntaban: ¿por qué acoge Jesús a los pecadores y come con ellos? Si es el Mesías, como dice, ¿por qué se contamina con la muchedumbre caída? ¿Por qué parece declararle la guerra a la comunidad farisea? ¿Acaso no son ellos los elegidos, el resto santo de Israel? Si es el Hijo de Dios ¿por qué tarda en realizar la promesa del resto santo? ¿Cómo es que entre sus propios seguidores hay pecadores que no han sido justificados delante de Dios? ¿Cómo puede el Mesías tolerar esa situación? Todavía quedan muchos malvados en Israel ¿cómo es posible que el reino de Dios ya haya llegado? Si de verdad es el Mesías prometido ¿por qué no exige, de una vez, la selección del resto santo de Israel? La parábola del trigo y la cizaña constituye la respuesta de Jesús a todas estas preguntas; es la explicación por parte del Maestro del escándalo que les provoca su comportamiento. Jesús se opone radicalmente, en contra incluso de sus propios discípulos, a establecer la comunidad del resto. ¿Por qué? Pues sencillamente porque todavía no había llegado la hora; aún no se había acabado el período de la gracia divina.      



Cuando llegue ese tiempo, será el mismo Dios quien separará la cizaña del trigo. Sin embargo, de momento, no es posible para ningún ser humano decir quién pertenece al resto y quién no. Jesús no vino para realizar el ideal exclusivista del resto santo judío, sino para reunir a la comunidad de los salvos que estará formada por todos los pueblos de la Tierra; por todas aquellas personas que hayan aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador de sus vidas. La característica fundamental del Evangelio de Cristo es precisamente su universalidad; es para todo el mundo y no sólo para un reducido grupo de elegidos. De manera que con esta parábola, Jesús quiere dar estímulo y ánimo a sus discípulos para que sean pacientes y para que lleguen a comprender que los malvados y los justos tienen que vivir juntos, en este mundo, hasta el final de los tiempos (…).



La parábola del trigo y la cizaña recomienda paciencia pero también dibuja un horizonte de justicia divina. Todos aquellos que sólo han servido de tropiezo y se han revolcado en la iniquidad serán retirados de su reino. La cizaña venenosa será pasto de las llamas pero los justos, el auténtico trigo dorado, resplandecerán como el sol.”[1]



 



Notas





[1] Cruz, A. 1998, Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno, CLIE, Terrassa, España, pp. 247-255 (nueva edición: Cruz, A. 2016, Sermones actuales sobre las parábolas de Jesús, CLIE, Viladecavalls, Barcelona,  p. 120-125.)




 

 


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