Se pueden hacer las cosas por obligación y entonces son cansadas, aburridas y latosas; o por Amor, y entonces son ligeras, gozosas y fecundantes.
Tengo una amiga y hermana en Cristo cuya salud es delicada; sus huesos, sus caderas, sus piernas, sus manos que, además del dolor, la imposibilitan para hacer muchas cosas: salir de casa (un quinto piso, de escalera alta, que es un sexto, sin ascensor), le supone un sacrificio; por lo que pasa días y semanas viendo sólo la luz de la calle desde sus exiguas ventanas… No obstante, y pese a las dificultades, no deja de hacer, entre otras cosas, en su sencillo hogar: orar por muchos como un ministerio y realizar dibujos de niños, personas, flores, para ilustrar las cartas que escribe, dando ánimos y sencilla belleza a sus receptores. Cuando le sugieres que descanse, que no someta a dolores sus articulaciones, suele decir: “este tiempo que dedico a dibujar me es útil” y me explica escribiendo: “dibujando para otros me hace descubrir que cuando las cosas se hacen con amor no cuestan mucho y hacen olvidar el propio dolor”. Y además fecundan. “¡Cierto, me cansan! Pero, me dan dosis de alegría”.
La verdad es que nuestra hermana tiene mucha razón. Porque existen dos maneras de hacer las cosas: por obligación, y entonces son cansadas, aburridas y latosas. Y por Amor, y entonces son ligeras, gozosas y fecundantes. Tomad nota; Desde el Corazón, que no digo que el Amor las haga nada dolorosas. Lo que digo es que con Amor, todo se vuelve gozoso.
Siempre he pensado –quizás consuelo de tontos- que la mayor de las fortunas humanas es poder hacer aquello que se ama o, como mal menor, lograr amar aquello que se hace. Un estudiante que trabaja sobre aquello para lo que tiene vocación se vuelve creativo y ardiente, y un profesional que tiene como tarea lo que le sale por las venas del alma, por el afecto del corazón, por la iluminación del Espíritu, casi debería pagar, más que cobrar, por estar haciendo algo que inspira su vida. Y el mundo marchará realmente bien, el día que todos los humanos puedan asegurar que su trabajo es a la vez, su pasión, su ocio, su vida.
Hacer, en cambio, las cosas por pura obligación, por mucho que uno se esfuerce, será siempre llevar a rastras una cadena. Y por eso, la lucha de todo hombre, debería ser intentar al menos, amar lo que se hace cuando no se puede hacer lo que se ama.
Y lo mismo sucede con las relaciones humanas. Preguntadle a un enamorado cuánto le cuesta andar una cierta distancia para ver a la persona de la que está enamorado, y nos dirá que ni se entera realmente del esfuerzo que supone. Porque un kilómetro con Amor, es como cien metros, y cien metros son un kilómetro, sin amor.
Lo difícil es sentir amor hacia todos, como a nuestra hermana artista le ocurre. Por eso no sólo desaparece el esfuerzo como tal esfuerzo, sino que se transforma en alegre satisfacción. Por el contrario, cuando algo nos cuesta demasiado, no es que ese algo se sitúe en cuesta arriba, es que nos falta esa energía interior que es el Amor.
Trabajo o servicio que no redunde en gozo, es que lo hacemos por obligación. Y uno desconfía bastante de quienes te dicen que -salvo en ocasiones especiales, que pueden darse sin falta de amor- les cuesta amar a ciertos hermanos, esposas o a los hijos. Algo se está muriendo dentro. Por eso, si la vida nos parece demasiado dura, procuremos no enfadarnos con la vida. Miremos más bien qué abandonado tenemos nuestro jardín interior. Nuestra fuerza espiritual.
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