En estos días de convulsión política y ante la avalancha de programas que nos presentarán, señalo que me gustaría uno que sea más o menos como el de Jesús.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar a los pobres la buena noticia de salvación; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a liberar a los oprimidos y a proclamar un año en el que el Señor concederá su gracia”. Lucas 4.18-19
No fue por casualidad. Este fue el programa de Jesús al iniciar su ministerio público. Un programa con base en las Escrituras, concretamente en el libro del profeta Isaías.
Las leyó en una sinagoga, pues me imagino que pensó que las entenderían muy bien y harían suyo ese programa porque eran de la casa. Y fueron unos privilegiados, pues estaban presentes cuando este pasaje de la Escritura se había cumplido.
No era un programa para unos pocos, sino para la humanidad entera. Y, un pequeño detalle, se nota una línea que nos conecta con todos aquellos considerados como pobres y oprimidos, encadenados, de todos los tipos: físicos, espirituales, emocionales, sociales...
Por si queda alguna duda, cuando Juan envía a sus discípulos para preguntarle si él era el que habría de venir, inmediatamente, sin titubear, le ofrece su carta de identificación: “… Volved a Juan y contadle lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia...”.
La Biblia, nuestro libro, está cargada de recomendaciones que se refieren a que los creyentes deben buscar vías para defender a los débiles y también sobre cómo enfrentarse a la injusticia.
Es decir, siguiendo las líneas programáticas de Jesús. En ese gobernar para todos, sin diferencias, y desde la perspectiva de Dios. Somos embajadores, sal y luz en el foro público. O allá donde te toca.
En estos días de convulsión política y ante la perspectiva de una avalancha de programas que nos presentarán, señalo que me gustaría uno que sea más o menos como el de Jesús, pues soy consciente que uno igualito no hay, por el momento.
Un programa donde se incluyan a todos. Incluso a los que no son normales en los programas oficiales, es decir, a los esclavos del siglo XXI y futuros siglos.
A los niños, a quienes nunca los encuentro en planes y proyectos electorales, aunque diré que hace un tiempo un gobernante de nuestro país los mencionó, y ahora me voy a quedar en suspenso hasta la próxima legislatura para ver si es verdad.
¡Qué lindo es soñar! Que incluyan a los que trabajan día y noche, apenas comen y reciben salarios miserables para que podamos vestir dignamente, tomar café por las mañanas… Que incluyan a los que se desplazan cada día en busca de un mundo mejor.
Y hoy, se me vienen a la mente algunas preguntas: ¿Nos podemos descristianizar los cristianos? O sea, dejar de ser como Él, si alguna vez lo hemos sido. ¿Es que la Biblia no hace referencia a los derechos en defensa del hombre creado a la imago Dei? ¿La defensa de un mundo más justo es ajeno a la vivencia de la espiritualidad cristiana?
¿Debemos los cristianos pronunciarnos respecto a los asuntos relacionados con la sanidad, la educación, las pensiones, los dependientes…? ¿Tienen voces representativas en nuestra sociedad los débiles, los perseguidos, los hambrientos, los leprosos de este siglo?
¿Luchamos para que todos los niños nazcan, pero también luchamos para que no nazcan pobres? ¿Para que no sean sometidos a la explotación sexual y laboral?
¿Será que la gracia, por ser un regalo, me ha llevado al conformismo? ¿O lo soy (conformista) porque tengo miedo a ser considerado un subversivo?
¿Acaso no era subversivo comer con todo lo peorcito de la sociedad en la que vivió Jesús? ¿Entrar en la casa de un Zaqueo que solo pensaba en el lucro? Un caso perdido como muchos que así considero. ¡Para qué entrar, si no va a cambiar…! Para qué corretearlo si se quiere ir… Ya nació así, eso viene de generaciones…
Pero no, el que gobernaba para todos, de una forma anormal para los humanos, no quería que se le escapase ni uno. Daba un duro por ellos. Bienaventurados los pobres de espíritu… había dicho.
Los que lloran, los que… Y dice que Zaqueo se sintió tan convulsionado por el mensaje ejemplar (o sea, el del ejemplo) de Jesús, que fue transformado, convertido en otro (metafóricamente hablando), volvió a nacer como un bebé, de cero.
Solo un niño empezaría a devolver todo lo que había usurpado a otros. Y cantando, laralí, lalaralá… Solo así sentiría el gozo de dar, más que de recibir. ¿Lo siento yo?, pregunto interpelada por ello.
Cómo sería gobernar, ya no desde la violencia, la crispación, la discriminación, la desidia, la dentellada, la decapitación, el abuso de poder, la diatriba… sino a través de la palabra, el diálogo, el consenso, la imparcialidad. Quisiera saber qué se sentiría...
Ya lo sé, es muy complicado. Resulta que hay que ser vulnerable como un niño. No es fácil de entender, pero Dios mismo bajó en forma de niño empezando de cero. No vino como un sabio y entendido.
Grande misterio es par mí. Alto es que no lo puedo comprender. Servir gratis, lidiar con el enemigo y conformarme con las ascuas sobre su cabeza. Ser portador de esperanza para todos.
A pesar de ser una minoría, si estoy en la arena pública debería ser un buen embajador de Jesús y ser luz contra todo aquello oscuro, como la corrupción, lo injusto. Se tiene que notar que queremos hacer uso de nuestros recursos; que todo se basa en una ética cristiana sustentada en nuestra fe. Que seguimos un discipulado integral: somos cristianos de lunes a domingo, en todos los estamentos de nuestra vida.
Dialogando hace unos años con un hermano que recorre el mundo, comentó que los evangélicos, al ir creciendo y dejando de ser minoría, podemos ir codeándonos con el poder, la influencia… y que, llegado un momento, podríamos convertirnos en cristianos culturales en lugar de ser verdaderos seguidores de Cristo.
Qué difícil nos lo ponen. Hay cosas a las que sabemos podemos resistir, pero otras no lo sabemos hasta que no nos enfrentamos a ellas. Ahí se comprueba la firmeza. Hablar de los asuntos desde la lejanía es fácil, por eso hoy lo hago con temor y temblor y no creyéndome firme.
Hay cadenas que nos pueden atar de manos y pies y no nos dejarán usar esa libertad que nos ha dado Cristo.
Y nuevamente me asalta el inquirir. Cómo ser sal y luz. Aquellos a los que se les ha puesto en bandeja un puesto como el de Moisés, José, Nehemías, David, Salomón… Lo deberían tener más fácil, pues Jesús dejó todo un manual de instrucciones.
No envió un sustituto, sino que bajó el mismísimo. Pero es evidente que no es así. Hay supuestos externos que no dependen de ellos, son muchas las presiones. Todos quieren ser atendidos.
No obstante, para Dios todo es posible. Nos ayuda, incluso a no conseguir lo que deseamos porque no es el momento. Desatadas las cadenas todo se torna más fácil.
Lo que sí está claro es que debemos llevar nuestro manual de instrucciones bajo el brazo, siempre, aunque nos llamen ‘los del libro’.
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