Todos los Salmos apuntan hacia Dios como la respuesta necesaria y oportuna para las diversas situaciones que vivimos.
La Biblia con su rica y variada expresión, responde de manera sustancial a los enigmas más preocupantes del ser humano.
En ella se revelan con la más sorprendente y penetrante sencillez, sin mengua de su singular brillo expresivo, los más preocupantes y complejos asuntos que desde tiempos muy lejanos vienen inquietando a los vivientes pensantes de todas las épocas.
Particularmente, en los Salmos y los Proverbios hay toda una sabia filosofía que, sin abstraerse de la vida cotidiana, le sale al frente a las inquietantes honduras del alma que nos acompañan a todo a lo largo de nuestra existencia.
Los Salmos, sin dejar ser parte de la expresión popular del pueblo judío, reflejan los más variados estados del alma. Muchos de ellos se escribieron como oraciones a Dios que expresan confianza, amor, adoración, acción de gracias, alabanza y anhelo de compañerismo.
Otros son expresión de desánimo, abandono, soledad, angustia profunda, temor, ansiedad, humillación, desesperación y clamor por consuelo y liberación.
Todos apuntan hacia Dios como la respuesta necesaria y oportuna para las diversas situaciones que vivimos.
Sorprende que esas expresiones tan inspiradoras y sencillas, que tanto colorido le han dado a la sabiduría y a la vida popular del pueblo judío, también hayan servido de bálsamo para darnos fortaleza y paz en momentos de tribulación y angustia.
Sin duda que en la lectura de los libros poéticos de la Biblia las almas desalentadas han encontrado consuelo y esperanza en situaciones de desconcierto y dolor.
Entre los salmos que más reflejan el cuidado y el interés que Dios tiene por los suyos, está el 91. Su lenguaje nos habla con elocuencia de la amplia protección divina que en medio de la lucha diaria el Señor está en disposición de brindarnos. “El que habita el abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmos 91:1).
Poderosamente evocativa, la entrada de este salmo nos habla de la protección y del cuidado que recibimos cuando podemos habitar al abrigo del Altísimo. Esta primera afirmación se refuerza aún más con la siguiente expresión: “morar bajo la sombra del Omnipotente”.
A partir de este primer verso el salmista enumera amenazas y peligros diversos de los que Dios está dispuesto a librarnos cuando nos refugiamos en Él.
Siempre dentro de su soberana voluntad y sabio propósito. Cita primero los peligros que afrontamos en nuestra vida cotidiana, las trampas, las enfermedades, los accidentes y otros pesares.
Luego nos dice que la verdad de Dios es escudo nuestro. Además, el mismo Señor nos cubrirá con sus plumas y debajo de sus alas estaremos seguros.
El Salmista nos alienta a no temer la sombra de la noche, ni amedrentarnos ante pestilencia que ande en la oscuridad, ni ante mortandad que en medio del día destruya” (vers. 6).
Los miedos están llenando la vida moderna. El terror disimulado, disfrazado y maquillado está generando angustia en la vida de la gente. Vivimos momentos de incertidumbre y de inseguridad.
La violencia física y psicológica es abundante hoy. A esto se agregan los miedos sociales: miedo a envejecer, medio de perder el status económico, miedo existencial y otros miedos que ya tiene carácter endémico.
Ante este terror contagioso, Dios es nuestro refugio. Hay un cuidado especial para los que acuden a Dios y confían en Él.
El Señor promete guardarnos y darnos seguridad en medio de las amenazas y los peligros circundantes. Nuestra morada, ese punto tan significativo para nuestra seguridad, será guardada por nuestro Dios.
Entonces, nosotros, lejos de experimentar un temor que nos inmoviliza, nos levantaremos en iniciativa valerosa contra el mal. Apoyados en la fortaleza de Dios atacamos al enemigo en su guarida.
El salmista presenta este concepto diciendo explicitamente “sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y el dragón”.
Finalmente, el salmista se refiere a la recompensa de quienes confían en Dios. La promesa es que Dios está con nosotros en las angustias, que le invocaremos y Él nos responderá, que, por encima de la maledicencia y la calumnia, el Señor pondrá nuestro nombre en alto con la promesa de saciarnos de larga vida y mostrarnos su salvación.
Los salmos fueron para sus autores un ejercicio del alma, una práctica de salud espiritual que producía alivio en la desesperación y un efecto terapéutico que redundada en paz y bienestar interior.
Estas cualidades expresivas de los Salmos, muy especial del 91, lo han convertido, para muchos, en una especie de resguardo, como si su sola recitación o memorización tuvieran efectos automáticos contra cualquier contrariedad que se presente.
Tan arraigada está esta percepción que hay personas que tienen la Biblia abierta en el Salmo 91. De poco sirve usar esta porción bíblica como un amuleto o resguardo, si no tomamos en cuenta su verdadero sentido, que es una grata invitación a que nos refugiemos en Dios, confiemos en Él y crezcamos en su presencia.
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