Juan Calvino, hombre de intensas luces, tuvo en el caso de Servet su más densa oscuridad, y Castellio se dio a la tarea de exhibirla.
A Lemuel Reyes, por su perseverancia que hizo posible llegaran libros de Sebastián Castellio a la antigua Nueva España
Llegaron a mis manos dos obras de Sebastián Castellio. Después de varios años e infructuosos intentos porque de España me enviaran libros del mencionado autor, gracias a los denodados esfuerzos de Lemuel Reyes, historiador y pastor presbiteriano, tengo un par de obras que fueron escritas a mediados del siglo XVI y entonces circularon restringidamente.
Desde que supe había sido editado por el Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet (IESMS) el volumen de Sebastian Castellio titulado Contra el libelo de Calvino, busque formas de allegarme un ejemplar. No fue posible y mi frustración crecía en la medida que se me negaba leer lo publicado por el Instituto con sede en Huesca. En conversaciones con Lemuel, ambos convenimos que buscaríamos el camino para conseguir la obra de Castellio. En el procesó supe que otro libro del teólogo francés había sido editado por el Instituto Miguel Servet, se trataba de Sobre si debe perseguirse a los herejes. Le compartí la noticia a Lemuel, entonces él buscó vías y hace unos días, con entusiasmo, me informó que había recibido las dos obras de Castellio, las que me hizo llegar e inmediatamente me puse a leerlas.
Castellio concluyó Contra libellum Calvini, en latín, en junio de 1554. Circuló en copias manuscritas porque la obra no pudo ser impresa. Era una respuesta al escrito en el que Juan Calvino justificaba la pena de muerte impuesta a Miguel Servet en Ginebra el 27 de octubre de 1553: Defensa de la fe ortodoxa sobre la sagrada Trinidad contra los prodigiosos errores del español Miguel Servet, que se publicó en febrero de 1554.
Contra el libelo de Calvino es la primera traducción al español después de más de cuatro siglos y medio (vio la luz en el 2009) que lo redactó Castellio. Traducción y notas son de Joaquín Fernández Cacho, Ana Gómez Rabal revisó el texto y las notas. La primera impresión de la obra, traducida al holandés, fue realizada en Ámsterdam, en 1612, es decir, a casi seis décadas que la prohijó su autor.
Las líneas que siguen se desprenden de la introducción al volumen que tuvo a cargo Sergio Baches Opi, director del IESMS. Sebastián Castellio nació en 1515 en Saint-Martin-du-Fresne, actualmente es parte integrante del departamento del Ain, se sitúa entre Lyon y Ginebra, a 70 kilómetros de ésta última. De 1535 a 1540 estudió latín, griego y tal vez hebreo en el Colegio de la Trinidad, en Lyon.
La influencia de la Reforma protestante llegó a Lyon, donde en enero de 1540 fueron ejecutados en la hoguera protestantes enjuiciados por herejía. Sebastián, entonces de veinticinco años, fue atraído por las nuevas ideas. “Tras haber leído las Instituciones de la religión cristiana de Juan Calvino” viajó a Estrasburgo para conocer al autor que vivía en tal ciudad desde 1538, año en que debió salir de Ginebra. Por unos días Castellio vivió en casa de Calvino. También conoció a Guillermo Farel, reformador y hombre de todas las confianzas de Calvino.
Castellio acompañó a Calvino y Farel cuando en 1541 regresaron a Ginebra, aquí Sebastián recibió el nombramiento de director del Colegio encargado de “formar a los futuros ciudadanos de la Ginebra calvinista”. Castellio quiso publicar en Ginebra su traducción del Nuevo Testamento al francés, y para lograrlo era necesario contar con el visto bueno de Juan Calvino, quien hizo varias correcciones que no aceptó el traductor. Fue el inicio de crecientes desacuerdos entre ambos personajes.
Sebastián Castellio solicitó ser ordenado pastor, a lo que se opuso Calvino levantando objeciones teológicas: “a diferencia de Calvino, Castellio no aceptaba que el Cantar de los cantares, atribuído a Salomón, fuese un texto interpretable como una alegoría del amor de Cristo por la Iglesia, sino que lo consideraba un poema de amor referido al ser humano y, por lo tanto, profano. Para Castellio, sin embargo, el Cantar de Salomón constituía parte del canón y por consiguiente no cabía negar su carácter sagrado. El otro punto de desencuentro se refería a la interpretación del descenso de Jesús a los infiernos […] A diferencia de Calvino, Castellio mantenía que esto no podía ser interpretado como una alegoría referida a la angustia de Cristo en la cruz”.
En la reunión de los minsitros ginebrino del 30 de mayo de 1544, Juan Calvino predicó sobre el capítulo 6 de la 2ª Carta a los Corintios, comentando acerca de las tribulaciones que pudiesen presentarse en el pastorado y las virtudes a practicar por los ministros cristianos. Castellio tomó la palabra y criticó “el deficiente y cobarde comportamiento de los pastores ginebrinos durante la peste, destacando que habían hecho todo lo contrario a lo que predicó Pablo”. Menos de dos semanas después, el 12 de junio, el Consejo de Ginebra le prohibió predicar. Consciente de que en Ginebra solamente encontraría más obstáculos abandonó la ciudad junto con su familia.
Los autoexiliados marcharon hacia Lausana y continuaron a Nauchatel, en los dos lugares Castellio no encontró actividad suficientemente remunerada como para asentarse. En los comienzos de 1545 Castellio pudo emplearse en el oficio de corrector de pruebas en la imprenta que Oporino tenía en Basilea. Ademas de corrector debió trabajar en otros oficios manuales con el fin de ganar recursos para sostener a su familia. Fueron tiempos difíciles y de magros ingresos monetarios.
En 1551 Castellio publica su traducción latina de la Biblia y en 1555 la que hizo al francés. Baches Opi comenta que “sus traducciones fueron criticadas por muchos teólogos de la época, incluido Calvino, quienes no dudaron en acusarle de blasfemo. La Inquisición católica no quiso ser menos y las incluyó en el Índice de Libros Prohibidos”. Por otra parte, tras varios intentos de postularse para una ayudantía en la Univesridad de Basilea, Castellio la obtuvo y en 1553 ganó la plaza de profesor de griego y al año siguiente el de maestro en artes.
Sebastián Castellio ya tenía marcadas diferencias con Juan Calvino cuando tuvo lugar un acontecimiento que el primero consideró inadmisible. El 27 de octubre de 1553 por “instigación de Calvino, era quemado [Miguel Servet] en la colina de Champel en Ginebra”. Es importante recordar que Servet había sido incinerado en efigie por la Inquisición católica el 17 de junio del mismo año en Viena del Delfinado, en Francia.
En febrero de 1554, como se ha visto antes, comenzó a circular el libro en el cual Juan Calvino justificaba la ejecución de Servet. Entonces, y al paso de los, siglos una corriente intrepretativa del rol jugado en el caso por Calvino ha externado que la decisión fue tomada por las autoridades civiles de Ginebra, y en ella fue ajeno el reformador. Otro sector ha concluido que si bien Calvino tuvo influencia en las citadas autoridades, es necesario comprender su actuación a la luz de que era hijo de su tiempo, una época en que se consideraba normal eliminar mediante pena de muerte a los herejes.
El autor de la introducción a Contra el libelo de Calvino afirma que “Calvino intervino en el proceso con el ánimo de que Servet fuera condenado a muerte”. Basa su aserto en dos misivas de Calvino. La primera remitida a Guillermo Farel el 20 de agosto de 1553, cuando Servet ya estaba en la cárcel, y en la que escribe: “espero que se le condene a muerte, pero que el castigo sea mitigado”, o sea que se impusiera pena de muerte por decapitación y no mediante la hoguera. El proceso continuó y el 8 de septiembre Juan Calvino en carta enviada a Simón Sulzer, pastor en Basilea, le hace saber lo siguiente: “Presumo que no te será desconocido el nombre de Servet, que hace veinte años está infestando el mundo cristiano con sus viles y pestilentes doctrinas. Es aquel de quien Bucero, de santa memoria, fiel ministro de Dios y hombre de apacible condición, declaro que ‘merecía que se le hiciese pedazos’. Desde entonces no ha cesado de derramar su veneno, y ahora acaba de imprimir en Viena un gran volumen [La restitución del cristianismo] atestado de esos mismos errores. Cuando la impresión fue divulgada, se le encarceló allí; pero escapado de la prisión, no sé por qué medios, se dirigía a Italia, cuando su mala fortuna le trajo a esta ciudad, donde uno de los síndicos, a instigación mía, le hizo arrestar… He hecho cuanto he podido para detener el contagio, y castigar a este hombre indómito y obstinado; pero veo con dolor la indiferencia de los que ha armado Dios con la espada de la justicia para vindicar la gloria de su nombre”.
Juan Calvino, hombre de intensas luces, tuvo en el caso de Servet su más densa oscuridad, y Castellio se dio a la tarea de exhibirla.
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