Caminemos, pues, dándonos la mano y uno delante del otro, llevando unos las cargas de los otros, y cumpliendo así la ley de Cristo, máxime cuando experimentamos que nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo.
Quizá no sea lo mío detenerme en las causas. En la actitud de los Estados que restablecen la rentabilidad de las inversiones a través de la congelación salarial; de recortar serias ayudas a la sanidad, investigación, educación; que imponen una fiscalidad favorable del capital, de los grupos de mayores ingresos; que promueven mayor productividad basada en la renovación tecnológica desencadenando procesos de pérdidas de empleos humanos; que fomentan, con la estrategia de libertad de mercado, la instalación de multinacionales que tanto afectan a los pequeños negocios y las pequeñas empresas.
“Desde el corazón” quizá no sea lo mío detenerme en las contradicciones: llamar progresistas a sectores políticos que manipulan la justicia y se llenan la boca de proclamar que estamos en un Estado de Derecho mientras se caracterizan por la conservación de los privilegios de clase o de casta o de clanes; llamar socialdemocracia y para más “inri” cristiana, a un sistema que protege a miles de aforados, que reduce el nivel de vida de la mayoría, empujando a los pobres a ser más pobres y a los jubilados con menor poder adquisitivo y los funcionarios con los sueldos congelados por años.
Pienso que quizá no sea lo mío denunciar a tantos corruptos, juzgados y con sentencias firmes, que no devuelven ni un céntimo del dinero público robado o malversado. Como también “Desde el corazón” no sea lo mío, por mis convicciones cristianas lo de “…no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”. (Lucas 6:37), declarar como inepta a una Iglesia Institucional, que en memoria de un caudillo de triste memoria, haya autorizado 11 misas por el descanso de su alma; y me pregunto dónde lo reenterrarán, porque en el Valle de los Caídos no se le quiere y en la Almudena tampoco; y la ICR que aún sufraga misas, seguramente para sacarlo del Purgatorio, porque en el Cielo no está; el que fue condecorado por el Vaticano como un personaje digno de la máxima distinción pontificia: Caballero de la Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo, también conocida entre Obispos y otras autoridades, como Suprema Orden de Cristo. Y mientras no sepan dónde dejar los huesos tranquilos, al menos podrían bajarlo de los altares. Quizá no sea lo mío evidenciar que mediocres estadistas nos gobiernan, es decir, los que apenas trabajan en el “Parlament”, los Ministros que declaran una cosa, y al poco tiempo dicen otra, que se olvidan de las promesas electorales y un vez ‘okupan’ el poder hacen todo lo contrario, no resuelven casi nada, pero viajan mucho, se graban, se insultan, se querellan pero no abandonan sus cargos ni se arrepienten de su mal quehacer.
Pero sí es cosa mía mirar hacia el futuro en que crecerá el número de los sin casa y sin hogar -que son cosas distintas-, de los tirados en las calles, que deambulan sin oficio ni beneficio, con su ajuar en carritos destartalados del Supermercado o sus mochilas a la espalda, y su vida pendiente de un hilo ‑y no me refiero a los manipulados por bandidos mafiosos, seducidos por “el dorado” en España‑, hablo de ciudadanos nuestros de esta Piel de Toro tan implacable como la de todos los animales, que se ve surcada por la huella de humillados caracoles, que van con su casa a cuestas –su corta casa a cuestas‑ con toda la fatiga de esta vida.
Sí es cosa mía –y de todos los cristianos como yo‑ procurar que esa bofetada al rostro de una sociedad maquillada e hipócrita llegue a su destino lo más derecha y eficazmente, y nos haga despertar y regenerarnos. Porque cualquier progreso que sea sólo técnico, y no del hombre para el hombre, será un atajo desviado de la meta de la verdadera solidaridad e integral justicia y caridad.
Hablo de una clase social, sufriente e incalificable que para pacificar nuestras conciencias definimos con el vago nombre de indigentes (del lat. in 'no' y digerere 'disponer') del ingreso insuficiente para cubrir una cesta básica de alimentos, vestimenta, etc., para un individuo o un hogar. Hablo de parados, de arrinconados, de enfermos, de inválidos, de atribulados hasta el fondo, y sé que no me equivoco, no han llegado en pateras, son de nuestras ciudades, de nuestro entorno. Son pobres, desarraigados; pero no insolidarios. La insolidaridad no es de ellos, sino para con ellos. Y sí, sabemos que no pocos de ellos no pueden empezar nada y aún no se atreven a terminar consigo mismo. Se acercan con su fin al alcohol, a la droga, a la delincuencia sin guantes blancos, y muchos terminan muriendo, igual que será nuestro fin, porque en la muerte todos fraternalmente nos reunimos. Pero no la muerte en la propia cama, rodeado de la mujer, hijos, nietos, sobrinos, sino una muerte a solas.
Y sí es cosa mía –y de los míos‑ realizar en lo práctico lo que Jesús nos enseñó: “…os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” pues hemos sido hechos cristianos para colaborar, pues en la conducta de los que nos llamamos cristianos, está el bienestar de muchos, y lo cierto es que hemos venido a este mundo como hermanos; caminemos, pues, dándonos la mano y uno delante del otro, llevando unos las cargas de los otros, y cumpliendo así la ley de Cristo, máxime cuando experimentamos que nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo. Mucho de este “Desde el corazón” me ha perseguido en el corazón, desde que en la estación de Sants, vi la pena de un hombre, durmiendo en el suelo…
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