Este momento litúrgico de Apocalipsis aumenta el nivel de adoración y la dirige a un nuevo receptor, el Cordero, en un fuerte testimonio a la deidad de Jesús.
Vimos la pasada semana que la aparición del Cordero en el escenario tiene un efecto dramático: ¡transforma el llanto en canto! Con esta nueva realidad, hay un avance cualitativo en la adoración. Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos, que en 4.8-11 adoraban día y noche en una antifonía doxológica, ahora unen sus voces para entrar después en una nueva relación antífona con millones de ángeles (5.11s) y con la creación entera (5.13) y terminar al fin con su propia respuesta litúrgica (5.14). Toda la liturgia tiene cierto aspecto de conversación.
El culto, que comenzó en pequeño con las cuatro voces de los vivientes y aumentó a 24 voces en 4.11, ahora crece en varias dimensiones.
(1) Al unirse los vivientes y los ancianos, el coro llega a ser de 28 voces;
(2) ahora no sólo "dicen" su alabanza (4.8,10s) sino "cantan un cántico nuevo" de salvación;
(3) no sólo cantan, cantan con acompañamiento instrumental (24 arpas, o quizá 28);
y (4) la fragancia de incienso, en resplandecientes copas de oro, embellece el ambiente cúltico visual y olfativo. Se ve lindo y huele rico; en conjunto es una situación litúrgica incomparable.
El v.6 enfatiza tres veces que el Cordero ocupaba un lugar central en el cuadro: estaba en medio del trono, de los vivientes y de los ancianos.
Jan van Eyck, en su gran pintura "la adoración del Cordero", representa muy vívidamente esta centralidad del Cordero. En ese cuadro, todo el universo se sitúa concéntricamente alrededor de Cristo, hasta el horizonte más lejano del universo.
En seguida el grupo litúrgico de los veintiocho hace algo realmente sorprendente, que podría parecer escandaloso: en la misma presencia de Dios, se juntan para adorar al recién aparecido Cordero con un grado de adoración que hasta entonces no habían rendido ni al Creador mismo.
Todos se postran ante el Cordero, como antes los ancianos se postraban ante el Trono, y todos cantan su doxología al Cordero.
Esto sorprende aún más porque en varios pasajes este mismo libro prohíbe tajantemente todo culto a los ángeles.
Su rigurosa consigna es: "Adora a Dios y no a ninguna criatura" (19.10; 22.8s).
Este momento litúrgico que a la vez aumenta el nivel de la adoración y la dirige a un nuevo receptor, el Cordero, es un fuerte testimonio a la deidad de Jesús.
Si Jesús no fuera Dios, adorarle sería blasfemia, y mucho más de esta manera, bajo los ojos del mismo Dios.
El "nuevo cántico" de los veintiocho nos remite a los hechos históricos de la pasión de Cristo, aludidos anteriormente en la figura del Cordero inmolado y resucitado.
En vez de la usual lista de glorias (4.11; 5.12,13), aquí se reclama para el Cordero un sólo mérito: "eres digno de tomar el libro".
Lo fundamenta con tres razones: el Cordero fue inmolado, con su sangre redimió para Dios un pueblo multiétnico, y los hizo reyes y sacerdotes.
Todo ello termina con un resultado: porque el Cordero es Señor de los sellos del rollo de la historia, los suyos reinarán sobre la Tierra (5.10).
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