La constante tentación humana es ver nuestra realidad inmediata como última, y presuponer (o temer) que las grandes verdades de fe son remotas y de secundaria fuerza histórica.
Ya habíamos observado en varias de las cartas pastorales de Apocalipsis (capítulos 2-3) el problema de las apariencias y la realidad: la situación aparente de varias iglesias (Esmirna, Sardis, Filadelfia, Laodicea) era en realidad exactamente lo opuesto de lo que parecía ser.
Ahora, en la visión del Trono (4-5) el mismo tema se nos plantea desde otro ángulo. Aquí vamos a ver que la realidad histórica y cósmica no está "como se ve" desde abajo, sino que está realmente como se enfoca, muy distintamente, desde la óptica de las últimas realidades celestiales y escatológicas.
Esta visión le permite a Juan entender que todos los peligros y problemas en que se encuentra hundido no son la última realidad. Son reales, y Juan de ninguna manera los va a negar, pero Juan descubre que, desde la perspectiva trascendental del Trono y su Ocupante, todas esas amenazas son penúltimas.
Domiciano no es más que un fenómeno pasajero; el poderío del imperialismo no pasa de ser una potencia efímera, que jamás tendrá la última palabra. Esa palabra final será del que está Sentado en el Trono.
La constante tentación humana es la de ver nuestra realidad inmediata como última, y presuponer (o temer) que las grandes verdades de fe son remotas y de poca o secundaria fuerza histórica. Eso, equivocadamente, llamamos "realismo, con los pies bien puestos en la tierra".
Pero Juan nos revela aquí que, si nuestros ojos no están bien puestos en la realidad última, el Trono y su Ocupante, entonces nuestros pies jamás podrán estar "bien puestos" en la tierra. El primer requisito para ser "realista" es haber visto la última realidad: el Trono de Dios y su trascendental Ocupante, y al Cordero que fue inmolado.
Dios sabía bien que lo que Juan necesitaba, y nosotros necesitamos, más que conocimientos adelantados de eventos futuros, es una clara visión del Trono desde el cual podemos entender bien el proceso histórico.
Tan malo es no ver al cielo, como ver sólo al cielo. Se equivocan los que creen que estar mirando al cielo es alienante; ¡Lo alienante es no verlo!
Ser "realista" es tener ojos para ver toda la realidad. Cuando los ejércitos sirios rodeaban a Samaria y una derrota segura amenazaba a Israel, el profeta Eliseo veía otra realidad a la que Giezi estaba ciego. Eliseo animó a Giezi y pidió a Dios curarle la vista (2R 6.16-17):
El le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.
Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Y Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Elías.
Ser realista es entender el verdadero juego de las fuerzas históricas, últimas y penúltimas. Ser realista significa saber quién está sentado en el Trono.
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