Son compañeros de brega que han despertado todo un abanico de experiencias.
Hay más libros en los cuales detenerse que estrellas en una noche en altamar. En esa inmensidad, ¿cómo puede un lector encontrar su constelación personal, esos libros que mueven su vida a conversar con el universo? Y ¿cómo puede un libro, entre millones, encontrar sus lectores?
Gabriel Zaid
En casa me lo han dicho: tienes demasiados libros. A la sentencia le sigue el consejo de deshacerme de volúmenes que ya leí o de revisar los apretados libreros para desechar los más que sea posible. También se me ha sugerido que no tiene caso poseer libros que no he leído y que, seguramente no voy a leer. Para todos estos dichos he tenido argumentos que defienden la posesión de volúmenes adquiridos en las más variadas circunstancias y, por supuesto, los que seguiré sumando ante la mirada interrogante de la familia.
La primera edición de Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, fue publicada por la editorial Carlos Lohlé (Buenos Aires, 1972). Después ha sido reeditada, con cambios y adiciones, por distintas casa publicadoras mexicanas y de España. Desde la edición original, Zaid contrastaba la gran cantidad de libros disponibles en el mercado y las bibliotecas con la imposibilidad de que potenciales lectores supiesen siquiera de su existencia. Hoy los lectores consuetudinarios tenemos a nuestro alcance vías de adquisición de libros inimaginables cuando Gabriel Zaid refería la explosión de impresos por los años en que fue publicado su libro. Gracias a la compra/venta de obras en línea se han ampliado las posibilidades de tener un libro del cual hace pocos años no era factible saber que había sido editado, y si uno tenía conocimiento de la publicación sólo cabía la resignación porque no existía manera de tener un ejemplar.
Sobre lo anterior refiero mi experiencia. El verano del año pasado pude hacerme de dos libros que deseaba leer y estudiar a fondo. Por años supe de su existencia y había leído parcialmente su contenido gracias citas textuales realizadas por distintos autores. Anhelaba tener mi ejemplar de la investigación de A. Gordon Kinder, Casiodoro de Reina, Spanish Reformer of the Sixteenth Century (Tamesis Books Limited, London, 1975); y José C. Nieto, El Renacimiento y la otra España. Visión sociespiritual (Librairie Droz, Ginebra, 1997). Ambos me llegaron, al hojearlos y ojearlos imaginé la travesía que debieron seguir para finalmente estar en mis manos. En octubre, igualmente del año pasado, comenzó a circular de Doris Moreno, Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI, Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2017). Busqué la manera de comprarlo desde México, y un tanto escéptico hice el pedido. Me llegó casi como un regalo de Navidad, días antes de la celebración. Las obras mencionadas llegaron a mí desde Londres, Ginebra y Sevilla, y no tuve que moverme de México para su compra.
Mis libreros ya no tienen espacio para más volúmenes. Hay libros apilados en distintos espacios de casa y, si la asamblea familiar me lo permite, podré llenar con estantería nueva la recamara ocupada antes por una hija que reside en Berlín. La cuestión es, argumenta con firmeza mi esposa, ¿qué va a pasar cuando en la mencionada recámara ya no quepan más libros? ¿Y si antes, me reitera, desalojas una buena cantidad de libros? En su mira están secciones como la de Marx y otros autores marxistas/socialistas que eran lecturas en boga durante mis años universitarios. ¿Para qué atesoras, subraya, todos esos libros de los movimientos sociales y políticos latinoamericanos de los años 70´s a 90´s del siglo pasado? ¿Será que tiene razón? Lo cierto es que los volúmenes señalados por ella siguen en los entrepaños.
Es cierto, tengo bastantes libros que no he leído. Pero siempre abogo en mi favor diciendo que tenerlos hace real la posibilidad de leer alguno de ellos cuando desee hacerlo. Pongo un ejemplo: tengo todas las novelas de Mario Vargas Llosa, pero no he leído La guerra del fin del mundo. Tenerla, me digo, vuelve factible leerla en algún momento que no sé cuándo será.
En las dos semanas recientes han pasado a engrosar lo que me niego a llamar mi biblioteca, me parece pretencioso llamar así al conjunto de libros que se extiende por toda la casa, ejemplares de diversa temática: Andreas Fingernagel (editor), El libro de las biblias. Las biblias iluminadas más bellas de la Edad Media (Editorial Taschen, Colonia, Alemania, s/a); Umberto Eco (coordinador), La Edad Media I. Bárbaros, cristianos y musulmanes (Fondo de Cultura Económica, México, primera reimpresión, 2018), agradezco a uno de mis estudiantes, Miguel García Calero, que me haya conseguido un ejemplar a precio reducido; C. René Padilla (editor general), Comentario Bíblico Latinoamericano. Estudio de toda la Biblia desde América Latina (Certeza Unida-Ediciones Kairós, Buenos Aires, Argentina, 2018), un obsequio de Ian Darke (impulsor de la red editorial Letra Viva) vía Aarón Cortés Herrera, quien estuvo en la reciente Expolit, en Miami, Florida y cargó en su equipaje la obra colectiva de pasta dura y casi 1700 páginas; viene en camino de Francisco de Enzinas –traductor del Nuevo Testamento al castellano en 1543–, Verdadera historia de la muerte del santo varón Juan Díaz (Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, España, 2009).
Estoy en un dilema cuando intento sacar libros de los existentes en casa. Apilo algunos que pareciera dispuesto a colocar en cajas para entregarlos a quien tuviese interés en ellos. Los hojeo, a veces recuerdo cómo llegaron a mí. Cavilo y, casi siempre, los regreso al lugar que ocupaban. Pienso que tal vez en alguna ocasión tendré que consultar alguno de ellos o releerlos y me asalta la idea terrorífica de que si esto acontece no podría hacerlo de haberme dejado seducir por quien me dice que tengo demasiados libros. ¿Demasiados? No lo creo, son compañeros de brega que han despertado todo un abanico de experiencias, ayudas para visualizar otros horizontes, estimulado conversaciones, posibilitado descubrimientos culturales, desafiado mi comodidad, animado acciones, levantado solidaridad con otras causas y aumentado mi sensibilidad.
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