Él te quiere así, desprotegido, a la intemperie, con tus cargas sobre la espalda, buscando ardientemente su mano para no hundirte en las aguas profundas y oscuras.
Como decía ayer…, vivimos una época de cambios constantes, a veces convulsos y dramáticos. Las personas se mueven por todas partes y esto me gusta, pero a veces no; las noticias vuelan, a veces sin respetar la intimidad. Todo avanza muy rápido y a veces no conseguimos asimilar lo que ya fue. Los valores cambian, cambia el respeto, la tolerancia. De pronto la verdad es relativa, todo es relativo. La incertidumbre se pone de moda. Somos perseguidos, pero a veces perseguimos. Y es lo que observamos en estos últimos tiempos, todos queremos una religión que se puede conseguir en un supermercado, donde puedo escoger de acuerdo a los colores y sabores que más me apetecen.
Y este es el ámbito donde tenemos que defender y predicar la Verdad del Evangelio. Pero ¿cómo transmitirlo a quien tiene su propia verdad y no acepta que el hombre pueda conocer una verdad absoluta? Y yo, ¿tengo mi propia verdad? En medio de estas disquisiciones difícil resulta demostrar que vives comprometido con lo que Dios dice a través de su Palabra. Pero ¡ojo! resulta que Jesús dijo: "En el mundo tendréis aflicción". Entonces, ¿por qué pensamos que todo sería color de rosa y como un cuento de hadas? Pues Jesús es algo real, históricamente, y hoy en la vida de muchos. El dilema se encuentra en saber si somos capaces de transmitirlo a los oyentes de este siglo.
Pensando en todas las dificultades que son puestas en bandeja para desanimarnos, inicio la contraofensiva repasando la vida de Jesús en los Evangelios. Y leo que en Mateo 18.3 dice: "En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Y eso me hace reflexionar y preguntarme si yo he cumplido con ese requisito que pone el Hijo de Dios, el que se contextualizó con la cultura de su tiempo, metido de lleno en los recovecos de este mundo, sin prebendas de ningún tipo ni intermediarios que lo sustituyeran. Me dice que debo ser como un niño; vulnerable, simple, humilde, dependiente... como uno de ellos. No me habla de alguien poderoso, mayor, que no necesita de nadie para salir adelante. Él te quiere así, desprotegido, a la intemperie, con tus cargas sobre la espalda, buscando ardientemente su mano para no hundirte en las aguas profundas y oscuras. Para que Él pueda darte el reposo que necesitas.
No es fácil de entender. Pero todo se aclara cuando ves que Él fue el primero en practicarlo. Llegó a este mundo en forma de niño. Y un niño carente, vulnerable, dependiente de sus padres. Dios lo hizo de esa manera para poder ser un ejemplo para ti y para mí. No escatimó nada. Podía haber descendido rodeado de toda su gloria, sentado en un trono para impactar más, pero renunció a ello ¿para ponerlo más fácil? Según veo el relumbre es necesario para captar seguidores. No obstante, la palabra nos revela que "De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo" (Sl. 8.2). Otra vez Dios hablándome de sencillez, de humildad como base para alcanzar logros y vislumbrar un futuro.
Y ese es el reto, como lo dijo Jesús en Juan 3.3: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios". Metafóricamente Dios nos dice que debemos tener un nuevo comienzo, como cuando salimos del vientre materno, de cero, para ir creciendo al modelo de Cristo. Siendo transformados en nuevas criaturas por medio de la verdad de Dios revelada en su Palabra. Como niños que escuchan la verdad del Evangelio de que "hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre", y creen, y le siguen.
A partir de ahí, podrás alabarle como un niño. Como un niño que no tiene temor nos atrevemos a proclamar que Cristo salva. Que Él es la Verdad que nos hace libres, nos libera de las cargas pesadas que no nos permitían avanzar. No sentimos vergüenza de reconocerlo en los entornos por los que transitamos. Como esos niños del relato de Mateo 21 que aclamaban a Jesús diciendo "¡Hosanna al Hijo de David!", por encima de los sacerdotes y los escribas que estaban indignados porque Jesús hacía ver a los ciegos, andar a los cojos; y porque los niños reconocieron al Mesías, con autoridad para hacer milagros; reconocieron al Salvador. Y éste los respalda diciendo: "¿Nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?".
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