Yo, yo, yo...
Yo soy una buena persona es la mentira más peligrosa jamás propagada por Satanás.
¿Cuántas veces has estado hablado con algún incrédulo llamándole a abrazar a Cristo por la fe cuando de repente te dice, “Pero yo soy una buena persona” o “Nunca he matado a nadie”?
Yo soy una buena persona es el evangelio del yo, del ego, de la auto-justicia porque está basado en la supuesta bondad del no creyente.
Este falso evangelio, sin embargo, no tiene nada de nuevo. Pablo ya explicó en Romanos 10:3 que esta misma filosofía condenó a los judíos, “Porque ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”.
En este versículo hay dos tipos de justicia mencionados, a saber, “la justicia de Dios” y “la suya propia”.
Primero, “la justicia de Dios” según la epístola a los romanos tiene un nombre concreto. Se llama Jesucristo.
Por medio de su obediencia activa a la ley de Dios, Cristo es el único justo que hay. Y su perfecta justicia es imputada, esto es, transferida, a la cuenta de todos aquéllos que creen en Él. Por esta razón, los que tienen fe en Cristo son justificados ante Dios.
Segundo, “la suya propia” se refiere al evangelio de la auto-justicia. Los judíos se jactaban de guardar la ley, no dándose cuenta de que por las obras de la ley nadie puede ser justificado ya que todos han pecado. Cualquiera que guardare toda la ley pero ofendiere en un solo punto, “se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).
Y Pablo nos demuestra rotundamente en la carta a los romanos que, fuera de Jesucristo, no hay quien haya guardado la ley.
Donde los judíos de antaño respondían al mensaje de Cristo crucificado diciendo, “Pero yo he guardado la ley”, los gentiles de hoy dicen exactamente lo mismo pero con otras palabras, a saber, “Yo soy una buena persona”.
Irónicamente, nuestros amigos y vecinos no regenerados utilizan este falso argumento para consolar sus corazones cuando oyen el evangelio predicado y el juicio final anunciado, sin ser capaces de reconocer que es precisamente esta maldita noticia de auto-justicia la que les condena al infierno.
En una conversión con un cristiano, la lógica del incrédulo funciona de la siguiente manera:
“Vale, este cristiano me ha dicho que tengo que abrazar a su Salvador Jesucristo para ser rescatado de la ira de Dios. Pero, ¿cómo va a estar Dios enfadado conmigo? ¿No ha visto todas las cosas tan buenas que yo he hecho?
Él sabe que muy en el fondo, soy buena gente. No hace falta hacer más caso a este pesado cristiano. Yo soy una buena persona. Nunca he matado a nadie. Si hay algo después de esta vida, seguro que iré al cielo”.
Así se engaña el incrédulo a sí mismo, tomando refugio en un evangelio que él mismo ha inventado en su depravado corazón. Es por creerse bueno y merecedor de la vida eterna que perecerá eternamente. En vez de someterse a la perfecta justicia de Dios, el impío se deshace de Jesucristo, estableciendo su propia justicia.
El evangelio de auto-justicia, en vez de justificar al ser humano ante Dios, hace justamente lo contrario. Solamente sirve para condenarlo y endurecer su corazón contra el evangelio de Cristo.
¡Qué astuto y sutil es Satanás! ¡Tiene a sus seguidores cegados por completo! Como un médico corrupto, administra medicina nociva y mortal a sus pacientes bajo una falsa promesa de bienestar y salud.
No hay ningún incrédulo en este mundo que se crea mala persona. Pregúntale a cualquiera por la calle, “¿Eres una mala persona” y ya verás cómo te contestan. Todos se creen buenos en el fondo.
Y según el Señor Jesús, es imposible que los que se creen buenos sean salvados. Como bien dijo en Mateo 9:12, “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”.
Las únicas personas que se creen malas son los regenerados, los salvados, los miembros de la familia de la fe, los que han visto su deplorable estado ante la luz de Dios y han clamado a Dios por el perdón de los pecados en el nombre de Jesucristo.
Los herederos del cielo saben que no buenas personas mientras que los incrédulos están complemente convencidos de su propia bondad.
Así que hoy, para acabar, querido lector, te lanzo una pregunto:
¿Eres una buena persona?
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