El diseño constituye algo indispensable y fundamental en la actual comprensión científica del mundo y, desde luego, derrumba la creencia naturalista de que la ciencia contradice la fe cristiana.
El clásico y denostado argumento del reloj, de William Paley, ha sido actualizado durante las últimas décadas por la teoría del Diseño inteligente (DI). Se trata de la antigua idea de que si se encontrara casualmente un reloj en el campo, y se ignorara por completo cómo podía haber llegado hasta allí, al analizar la precisión y el perfecto ensamblaje de las piezas que contiene con el fin de señalar la hora, pronto se deduciría que algún ser inteligente lo ha hecho, y que esto constituye una buena analogía de lo que ocurre también en los seres vivos. Pues bien, según la teoría contemporánea de la información y los últimos descubrimientos de la biología molecular, las sofisticadas adaptaciones existentes en los seres vivos, que muestran cómo los medios persiguen unos fines concretos, evidencian ser el producto de la inteligencia y no de la materia ciega. Es evidente que esto tiene profundas implicaciones para el teísmo. La extendida creencia de que la ciencia elimina el fundamento de la fe en Dios, o que contradice la existencia del mismo, queda así profundamente desmentida.
Desde que la teoría darwinista de la evolución se impuso en el mundo científico y en la sociedad, muchos pensaron que el origen del universo y la vida ya no requería de la existencia de un Creador sobrenatural. Poco a poco fue arraigando la falsa idea de que las solas leyes naturales actuando sobre la materia inorgánica fueron suficientes para generarlo todo mediante una lenta evolución. Incluso hoy algunos se esfuerzan por idear hipótesis -por supuesto, indemostrables- que eviten las implicaciones teístas, como volver a la antigua creencia en la eternidad de la materia o, incluso, a la insólita hipótesis de que los átomos y partículas subatómicas pudieron saltar a la existencia de forma natural desde la nada. Por otro lado, también es cierto que, con el fin de salvar la necesidad de Dios, otros propusieron que éste podría haber creado el mundo mediante los mecanismos propuestos por el darwinismo: mutaciones aleatorias y selección natural. Sin embargo, todas estas propuestas se vienen a bajo como un castillo de naipes ante el soplo de la gran información, complejidad e inteligencia detectada por la mayoría de las modernas disciplinas científicas en las entrañas del mundo natural.
Todas las religiones monoteístas -en particular, la teología cristiana- defendieron siempre la idea de que Dios creó el universo y la vida con exquisita sabiduría. Si esto realmente hubiera sido así, se deberían encontrar huellas o indicios de tal inteligencia creadora por todas partes. Pues bien, semejante evidencia es precisamente la que se ha encontrado en las últimas décadas por medio de los diversos estudios científicos. El diseño de la naturaleza no es aparente -como sugiere el darwinismo- sino incuestionablemente real. Hoy no es posible comprender a los seres vivos, y los complejos procesos biológicos que les permiten adecuarse a los diversos ambientes naturales, sin contemplar el diseño por todas partes. Éste constituye algo indispensable y fundamental en la actual comprensión científica del mundo y, desde luego, el DI derrumba la creencia naturalista de que la ciencia contradice la fe cristiana. Es, más bien, al revés, las recientes investigaciones científicas corroboran la necesidad de una mente creadora sabia que dispuso todas las cosas de manera adecuada para el desarrollo de la vida en el universo. Tal como escribe, William A. Dembski, uno de los principales proponentes del DI: “El argumento del diseño nos permite declarar de manera irrefutable que, detrás del orden y la complejidad del mundo natural, hay un diseñador inteligente.”1
Ahora bien, lo que nunca podrá decirnos el evidente diseño que se observa en el mundo son las características definitorias o la identidad singular de su Creador. Si es uno o trino, si se ha comunicado o no con el ser humano, si éste puede tener acceso a Él, si ha intervenido o no en la historia de la humanidad, si mandó a su Hijo al mundo para revelar su plan salvador, etc., etc. Nada de esto se le puede pedir al argumento del diseño y, por tanto, es incapaz de demostrar el evangelio o de convencer a nadie para que acepte a Jesucristo como salvador personal y empiece así a formar parte del Reino de Dios. Para todo esto hay leer la Biblia sin reservas. Es decir, con el corazón abierto de para en par.
Notas
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