¿De qué puede sorprendernos el que ya en las almas pequeñas falle la conversación, si los genios de la demagogia dialogan y hasta puede que tomen un sorbito de ratafía sin que se haya llegado a acuerdo alguno por sellar en voz alta?
Mira por donde desde el Lunes pasado he aprendido nuevas cosas. Por la curiosidad de descubrir qué era uno de los regalos que un ‘President de Govern’, curiosamente no elegido por el pueblo, pero sí por situaciones extrañas, le regalaba a otro Presidente, tampoco elegido por el pueblo, pero sí por situaciones extrañas, descubrí que la botellita de Ratafía es de un licor elaborado a partir de la maceración de diversos frutos, que se encuentra en diversas zonas del Mediterráneo y en Catalunya y cuenta con indicación geográfica protegida desde 1989. Y uno que estudia sobre Comunicación y en esta disciplina también de la “no verbal” piensa que detrás del regalo existe un potente mensaje simbólico: se trata de un aperitivo o digestivo que tiene su probable origen etimológico en la fórmula latina “rata fiat”, utilizada para ratificar o sellar pactos y acuerdos. Y me parece aún más claro el mensaje, cuando se acude a la Gran Enciclopedia Catalana, y leemos que ratafía es una palabra criolla de las Antillas francesas y de origen incierto, probablemente alteración de la fórmula latina “rata fiat”, es decir, “sea ratificado” o “sellado”, y que se pronunciaba para brindar con ocasión de algún tipo de convenio. Y “Desde el Corazón” me pregunto ¿qué tipo de convenio se ratificó? ¿o es que se sellaron acuerdos “of de record” mientras se paseaban los dos Presidentes por los jardines de la Moncloa, sin micrófonos ocultos u otras zarandajas? así que, como no sé verdaderamente qué se pactó, excepto el comienzo del “Diálogo” no brindo por tal encuentro.
Y escribiendo sobre “Diálogo”, recurro al corto pero significativo cuento de Jorge Luis BORGES, Diálogo sobre el diálogo en el que dos interlocutores, a los que se les echa la noche encima, discuten, con la lámpara apagada, sin verse las caras, y su tema es sobre la inmortalidad del alma.
“Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja… yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
(burlón)- pero sospecho que al final no se resolvieron.
(ya en plena mística)- francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos”.
Que conste que no escribo por pensar que eso les pueda pasar a los dialogantes, ante el presumible fracaso de un diálogo imposible, con la moderna diferencia que a este, sí asistieron cantidad de fogonazos de fotógrafos y cámaras. En casos así con demasiada propaganda política, en donde las apariencias engañan y nada es lo que parece. Explorar los acuerdos y límites del diálogo entre el Gobierno y el Govern, no me parece razón suficiente para tanta foto y tanto aparato. Como se avergüenza este “aprendiz de escribidor” de la inmensa dedicación de los medios de comunicación impresa a la salvaje “manada”; Dialogar e Informar son otras cosas.
Y al llegar a estas líneas, 564 palabras, recuerdo el consejo de mi buen amigo crítico: “Roberto, no te metas en política, tú a lo tuyo, que en ello, lo haces muy bien” y por seguir un poco tal sugerencia, escribiré, a la vista está, sobre “el ocaso de la conversación” pues hablamos mucho y conversamos poco, porque la gente llama diálogo a cualquier cosa; al debate político, los charlataneos de las tertulias, a los insultos que se dicen unos políticos contra otros del mismo Partido, a los de los hinchas contra otros, a las polémicas de vinagre, al cruce de frivolidades.
Personalmente “Desde el Corazón” yo prefiero llamar diálogo al encuentro sereno en el que dos almas se encuentran. Es decir, a eso que ya no existe. A eso que se tragó la prisa. A eso que devoró la propia televisión. Hoy día y salvo excepciones, la pareja habla pero no conversa. Padres e hijos discuten o se lanzan evasivas pero no conversan. Y esto, señores, ya no es una devaluación, esto es un auténtico suicidio.
Repaso mi archivo de documentos y una encuesta de hace dos años en la que se les pregunta a los niños por sus padres: la casi totalidad de ellos tienen una misma queja: sus padres no hablan con ellos o cada vez lo hacen menos. Y en contraste me impresiona el diálogo escrito de los niños de la inhóspita cueva de Tailandia, cuando escriben a sus padres: “cuando salga de aquí, quiero volver a ayudar a mi mamá a vender”; uno de los niños atrapados. Otro, expresa en sus notas el anhelo de que su familia no se olvide de organizar su cumpleaños para cuando salga, pues el día le ha pillado en la gruta. Otros niños de mis archivos se quejan de que sólo ven a sus padres los fines de semana y que se dedican a limpiar el coche o se van al fútbol y los dejan solos con los abuelos. Otro chico dice que su padre siempre se queja y grita porque no puede oír bien la televisión. Otro niño dice que su padre sería el padre ideal si tuviese buen humor y le dedicara más tiempo y así podrían reírse un poco todos los días. Y podría llenar páginas con citas de chavales de este tipo de encuestas. Pero, ¿de qué puede sorprendernos el que ya en las almas pequeñas falle la conversación, si los genios de la demagogia dialogan y hasta puede que tomen un sorbito de ratafía sin que se haya llegado a acuerdo alguno por sellar en voz alta? Termino con una viñeta cómica de buen calado: un dialogante le dice al otro: “hablemos de lo inconstitucional, que para lo constitucional ya habrá tiempo”.
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