Nadie puede decir que cree o tiene fe en Jesús si no da evidencias de un verdadero arrepentimiento.
El auge de ciertos movimientos neo-calvinistas en nuestro tiempo ha traído consigo una oleada de artículos respecto a la doctrina de la regeneración.
Escribo este artículo no porque este sea un tema novedoso, todo lo contrario, se ha dicho y escrito mucho al respecto en épocas anteriores y, en la nuestra, la Era Digital, no dejamos de encontrarnos con todo tipo de publicaciones sobre este asunto en las redes sociales.
Escribo este artículo porque veo cómo muchos de los jóvenes cristianos contemporáneos, calvinistas o no, supeditan la exégesis bíblica a sus sistemas teológicos particulares.
Cuando uno hace esto, consciente o inconscientemente, no leerá lo que la Biblia realmente dice, sino lo que –según sus ideas o sistema teológico preconcebido– le gustaría que la Biblia dijese. Interpretamos la Sagrada Escritura de tal forma que nuestro sistema doctrinal quede a salvo. La línea es muy fina y pocos se percatan de ello.
Cuando hablamos de «regeneración» nos referimos al «nuevo nacimiento» o «nueva creación», obra en la que Dios cambia la naturaleza esclava y pecaminosa de la persona, tornándola en una nueva naturaleza que es guiada por el Espíritu de Dios.
Todos estamos de acuerdo que nadie puede entrar en el Reino de Dios sin haber experimentado este nuevo nacimiento (Juan 3:3). También es bien cierto que la regeneración no es fruto del esfuerzo humano, sino una obra de Dios (Juan 1:13).
Hasta aquí todo bien. El punto de controversia se encuentra en la siguiente pregunta: Qué es primero, ¿la fe o la regeneración?
Los textos bíblicos, interpretados en su sentido más básico y natural, no dan lugar a dudas de que la fe es una condición “sine qua non” para la regeneración o nuevo nacimiento.
Efesios 1:13 dice: “En él también vosotros, (1) habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y (2) habiendo creído en él, (3) fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”.
Quien no ve el orden lógico en textos como este, no ve nada en absoluto.
Santiago 1:18 “El, de su voluntad, nos hizo nacer POR la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”.
El motivo de nuestro “nacimiento” espiritual es haber creído en “la palabra de verdad”, por tanto, la fe es previa a la regeneración.
1 Pedro 1:23 “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, POR LA PALABRA DE DIOS“.
¿Cuál es el medio que Dios usa para nuestra regeneración? La Palabra de Dios. Pero la Palabra de Dios no obra en el hombre de forma mecánica, sino a través del entendimiento, la confrontación y el ejercicio de la fe consciente por parte del individuo.
1 Timoteo 1:16 “como ejemplo de los que habrían de creer en Él PARA vida eterna“.
No recibimos vida eterna PARA poder creer en Jesús, sino que creemos en Jesús PARA recibir vida eterna. La preposición “para” indica el propósito de la fe. Note que el orden natural de todos estos textos es: 1º Creer (fe) y 2º Regeneración.
Y es menester recordar que, fe y arrepentimiento, siempre van de la mano. Son las dos caras de una misma moneda. Nadie puede decir que cree o tiene fe en Jesús si no da evidencias de un verdadero arrepentimiento.
Y nadie estará verdaderamente arrepentido hasta que tenga fe en Jesús. Por tanto, es significativo encontrar otra serie de textos que, interpretados en su sentido más básico y natural, enseñan que el arrepentimiento también es previo a la regeneración.
Hechos 1:18 “Al oír esto, se callaron y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios el arrepentimiento PARA vida!”.
En el Evangelio del apóstol Juan, capítulo 3, Jesucristo enseñó que la regeneración o nuevo nacimiento es una obra del Espíritu Santo, que viene a habitar en la persona que está muerta en sus delitos y pecados, infundiéndole vida espiritual.
Pero, ¿cuándo enseñan las Sagradas Escrituras que una persona recibe al Espíritu Santo? Las Sagradas Escrituras hablan claro al respecto:
Gálatas 3:2 “Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritupor las obras de la ley, o por el oír con fe?“.
Hechos 11:17 “Por tanto, si Dios les dio a ellos el mismo don [referencia al Espíritu Santo] que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios? “.
Inequívocamente, el recibir a Cristo por la fe es una condición previa para ser hechos hijos de Dios (nacidos de Dios). El apóstol Juan lo expresaría así: “Mas a todos los que le recibieron [CONDICIÓN], a los que creen en su nombre [EXPLICA LA CONDICIÓN DE MANERA MÁS PRECISA], les dio potestad de ser hechos hijos de Dios [CONSECUENCIA]” (Juan 1:12).
Esto no significa que el hombre gane para sí mismo la salvación, por sus propios méritos. ¡Ni mucho menos! El hombre, a parte de la gracia de Dios, está totalmente incapacitado (Juan 15:5).
Pero puesto que Dios quiere la salvación de todos los hombres (1 Timoteo 2:3-6), se complace en iluminar a todos ellos (Juan 1:9 y 12:46), dotándoles de una gracia capacitadora, que hace posible la fe y arrepentimiento –razón por la cual se exige a todo hombre y en todo lugar que se arrepienta y crea en el Evangelio– (Hechos 17:30).
Esta gracia de Dios permite al hombre recibir la obra de Cristo en su favor (Juan 1:12) o resistir esa gracia (Hechos 7:51). No se trata de que el hombre contribuya meritoriamente a su salvación, pues el vil pecador no tiene nada que ofrecer.
Se trata, más bien, que el hombre no resista la gracia y el obrar de Dios en su vida. La fe, por tanto, es la rendición plena al poder transformador de Dios; es la renuncia a todos los intentos humanos de auto-justificación, es la confianza absoluta en que la salvación se encuentra únicamente en Cristo.
Pero esta es, todavía, una decisión del individuo, quien capacitado por el favor de Dios debe responder voluntariamente. En base a esta respuesta, el género humano será juzgado (Juan 16:8-9).
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