El dolor se convertirá en gozo.
Sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo…” (1 Pedro 4:13).
He dado muchas vueltas a este versículo en las últimas semanas y estoy convencido de que, en términos humanos, se trata de uno de los mandamientos más difíciles en toda la Biblia junto con el mandato de Mateo 5:44, “Amad a vuestros enemigos”.
Sin la llenura del Espíritu Santo, este versículo nos está pidiendo que hagamos lo imposible.
¿Quién ha oído hablar de alguien que se goza en el sufrimiento? Parece un concepto totalmente absurdo. ¿Estaba Pedro bien de la cabeza cuando redactó esta sección de la epístola? ¿Había tomado demasiado sol? ¿Cómo vamos a gozarnos en las aflicciones?
Pues, en el 1 Pedro 4:13, el apóstol nos está repitiendo lo que el Señor Jesucristo había enseñando más de treinta años antes.
Mateo 5:11-12 pone, “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”.
En otras palabras, Jesús enseñó lo que Pedro nos está diciendo aquí. Y como en el caso de Pedro, Cristo explica la razón por la que podemos gozarnos en medio de las aflicciones por su causa, por su nombre, a saber, “porque vuestro galardón es grande en los cielos”.
En la segunda clausula de 1 Pedro 4:13, el pescador también alude a la venida del Señor como la causa de gozo en la tribulación.
No nos alegramos por el sufrimiento en sí; sino más bien por la promesa de la recompensa venidera. Nos gozamos, por lo tanto, en el fin, no en el medio; en el destino, no en el camino.
Hebreos 12:2 recalca algo parecido, a saber, que el mismo Jesús, “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz”.
Hay una distinción entre el sufrimiento de la cruz y el gozo de volver a estar con su Padre y de redimir a todo su rebaño mediante su muerte en el Calvario. Cristo fue a la cruz con gozo en el alma; pero no hay ningún versículo que nos diga que Jesús se deleitaba en el sufrimiento.
Nuestro gozo, entonces, no está colocado en el sufrimiento; sino en la promesa de una gran recompensa.
Al sufrir por el evangelio, por causa del Señor, por causa de su Palabra, en realidad, es el honor más alto que este mundo malvado nos puede conceder. Si sufres por la causa de Cristo en esta vida, es la señal indubitable de que perteneces al Señor.
Los falsos creyentes se marchan de la iglesia cuando empiezan a sufrir menosprecio por identificarse con el pueblo de Dios. Son la semilla que fue sembrada en pedregales, “éste es el que oye la palabra y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mateo 13:20-21).
Los falsos hermanos no sufren por causa de la Palabra del Señor; pero el verdadero creyente abraza al Señor en medio de las aflicciones.
Aquí tenéis algunas líneas autobiográficas de Pablo, “A fin de conocerle y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Filipenses 3:10-11).
Cuando amas a alguien, estás dispuesto a sufrir por él. Y no te cuesta padecer por esa persona amada por la sencilla razón de que la amas. En la vida cristiana, el que de verdad ama a Cristo, está preparado para sufrir por su causa. Razona consigo mismo diciendo, “¿Cómo no voy a sufrir por aquel que se entregó a sí mismo por mí?”
Tanto Pablo como Pedro tenían la misma mentalidad. Se gloriaban en ser amenazados e insultados por pertenecer a Cristo.
Dieron una paliza tremenda a Pedro y a Juan en el concilio judío y dice Hechos 5:41, “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos dignos de padecer afrenta por causa del nombre”.
Pablo se jactaba de traer en su cuerpo las marcas del Señor Jesús (Gálatas 6:17).
A mí, como predicador de la Palabra, me da mucha vergüenza no tener las marcas del Señor en mi cuerpo.
Como mucho, me han insultado por las redes o a veces en persona y otros me han amenazado con dispararme o con denunciarme; pero espero un día poder tener por lo menos algunas marcas para que mi Señor vea lo mucho que le amo.
No quiero morir después de haber vivido una vida cristiana cómoda y tranquila. Quiero ser el hombre más odiado en el infierno. No quiero caer bien a los hijos del diablo.
Me encantaría poder repetir de todo corazón lo dicho por Pablo, “A fin de conocerle… y la participación de sus padecimientos” (Filipenses 3:10).
Dios recompensará nuestro sufrimiento por Él de forma gloriosa.
Así que hoy, os animo a todos a sufrir.
¡Y a sufrir gozosamente!
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