Sólo si la iglesia del futuro resuelve ser fiel al evangelio, podrá ser a la vez "una zona de verdad" y "una zona de libertad" (Ap. 3:7-13)
"El Verdadero" -- ¡qué título más desafiante y qué ejemplo para nosotros! Cristo se llama "Fiel y Verdadero" (19.11); él pudo decir con toda propiedad, "Yo soy la verdad" (Jn 14.6).
Según Apocalipsis 3.14 su testimonio es fiel y verdadero (cf Jn 8.14); sus palabras son fieles y verdaderas (19.9; 21.5; 22.6); sus juicios y sus caminos son justos y verdaderos (16.7; 19.2; cf 15.3; Jn 8.16).[1] Ni en su persona, ni en sus palabras, ni en su acción -- en todo lo que era él -- no había absolutamente nada falso (1P 2.22). Por eso, tampoco debe haber engaño ni falsedad en nosotros (1P 2.1; 3.10).
Dios "ama la verdad en lo íntimo" (Sal 51.6; cf 26.2); el Señor busca y exige integridad de corazón. Josué, en su discurso de despedida, exhortó al pueblo a "temer a Yahvé y servirle con integridad y en verdad" (Jos 24.14: BeTaMîT WeBeAMeT). A diferentes personajes del AT se les reconoce su integridad (Gn 20.6; Jue 9.16,19; 1R 9.4; Job 2.3,9; 27.5; 31.6). Un requisito para ver a Dios es "andar en integridad, hacer justicia, y hablar verdad en su corazón" (Sal 15.2).
Uno de los escritos más espiritualmente penetrantes de Sören Kierkegaard se llama Pureza de Corazón, escrito en 1846.[2] En todo este libro, el profético danés nos expone y nos impone las exigencias radicales del evangelio. Señala que lo contrario del "corazón puro" no es tanto un "corazón impuro" sino "el corazón dividido", el dípsujos de Santiago 1.8 y 4.8.[3] La integridad, nos dice Kierkegaard, es pureza de corazón, y pureza de corazón es "desear una sola cosa" con todo nuestro ser.
Kierkegaard analiza una serie de obstáculos a la pureza de corazón. Impiden la integridad "la enfermedad ‘recompensa’" (cap 4) y "el desear el bien por miedo del castigo" (cap 5).[4] Otro obstáculo es "el servicio egocéntrico del Bien" (cap 6: "desear que triunfe el Bien, pero que sea por mí, que sea yo el instrumento" p.100). Finalmente está "el compromiso hasta cierto punto" (cap 7). Pero, nos recuerda Kierkegaard, "la eternidad no está en venta" (p.126). El precio de la veracidad pura es el compromiso total e íntegro (cap 8).
No cabe duda de que en nuestra época, a inicios del siglo XXI, hay una crisis de veracidad. A nivel político, ya los ciudadanos en general ni siquiera esperan que sus líderes nacionales digan la verdad. ¿Y qué de los medios de comunicación? A algún individuo excéntrico que creyera todo lo que le dicen los comerciales de TV, habría que mandarle a examinar su condición mental. Todos damos por sentado que los comerciales mienten, que tal campeón deportivo ni usa la pasta dental que promociona, que el super-estrella de música popular no fuma el cigarrillo, ni toma la cerveza, que le pagan fortunas por vender en la pantalla de las mentiras.
¿Y qué decir de las iglesias? A finales de los años 60, Hans Küng publicó Sinceridad y Veracidad: en torno al futuro de la iglesia (Barcelona: Herder 1959). En el libro sobre la honestidad en la iglesia, fue él mismo muy honesto. Comenzó preguntando hasta qué punto la iglesia era "una zona de verdad". Afirma que sólo si la iglesia del futuro resuelve ser fiel al evangelio, podrá ser a la vez "una zona de verdad" y "una zona de libertad".[5]
¿Y qué diríamos de las iglesias evangélicas de América del Norte, Centro y Sur? ¿Podemos decir que son zona de verdad y libertad? Esa pregunta nos llama a un examen de conciencia. Va más allá de los escandalosos casos de televangelistas fraudulentos; en cierta medida, ellos son síntoma de un problema más profundo y generalizado. Se ve, por ejemplo, en el poco cuidado de muchos evangélicos en representar honestamente el pensamiento de aquellos con quienes están en desacuerdo. Paradójicamente, los mismos que afirman creer que la verdad es absoluta, no la respetan suficientemente como para no distorsionar, tergiversar y caricaturizar el pensamiento ajeno. Debemos tomar más en serio el mandamiento bíblico de no llevar falso testimonio.
El gran cantoautor cubano, Silvio Rodríguez, en su canción "Playa Jirón", nos llama a los cristianos a tomar más en serio lo que significa seguir al "Verdadero":
Compañeros de historia,
tomando en cuenta lo implacable que debe ser la verdad,
Quisiera preguntar, me urge tanto,
¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?
¡Hasta dónde las sabemos!
¡Que escriban pues su historia...! [6]
NOTAS AL PIE
[1] Esta veracidad del Hijo va paralela con la de Dios Padre, quien es verdad en su propio ser (Sal 31.5; Is 65.16), dice verdad (Sal 41.6), y hace verdad (Dn 4.37); cf Ap 15.3; 16.7; 19.2. La "verdad" que Dios es, es más que sólo conocer la verdad o decirla, es existencial: significa ser verdad. Dios es el único ser absoluta e infinitamente auténtico.
[2] Purity of Heart is to Will One Thing (NY:Harper 1938).
[3] Ruiz Bueno lo traduce "los dobles de alma" (1Clem 11;2) o "los vacilantes" (Herm Vis 3.4.3; 4.2.6) en contraste con "los enteros en la fe" (Herm Mand 9.6). Herm Mand 9.9 llama a la dipsujía "hija del diablo"
[4] Estos dos capítulos corresponden al conocido poema: "No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido [cap 4], ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte [cap 5]". Si nuestra motivación no es pura no puede serlo nuestra conducta, ni seremos nosotros mismos "puros de corazón".
[5] Otro de varios libros alrededor del mismo tema fue Charles Davis, A Question of Conscience (London: Hodder & Stoughton 1967).
[6] Texto levemente adaptado. Pueden citarse aquí también las palabras de la autora Willa Cathers: "El crecimiento artístico es...un proceso de refinar el sentido de veracidad. Los estúpidos creen que es fácil ser honesto; los grandes artistas saben lo difícil que es" (citado en Christian Century, 13 de mayo de 1992, p.519).
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