Me preocupa que en algunos sectores evangélicos hagan uso de dagas verbales para denostar a quienes han adoptado otras perspectivas valorativas y de vida
El lenguaje verbal puede ser usado de múltiples maneras. Para confesar aprecio, para manifestar amor, o para zaherir, denostar y buscar la ridiculización del otro.
Como expresión cultural, que conlleva la construcción de valores y su verbalización, la palabra hablada es el reflejo de la conciencia colectiva, de sus verdades y sus mitos.
Es, también, la exteriorización de clichés hegemónicos, que llegaron a serlo después de un largo proceso de gestación histórica, de sedimentación cultural que al paso de las generaciones naturaliza valoraciones sobre los considerados extraños y determinadas prácticas hacia ellos/ellas.
Hace varios años, por ejemplo, el presidente Vicente Fox (que derrotó electoralmente al poderoso partido que había gobernado México durante poco más de siete décadas) desató una polémica con su disparatada y lacerante afirmación de que los mexicanos realizaban en Estados Unidos "trabajos que ni los negros quieren hacer".
Tal expresión, como otras parecidas, podría dejarse en el terreno del anecdotario conformado por declaraciones torpes de hombres con poder (como los dichos de Ronald Reagan o Donald Trump), pero sería un error hacerlo.
La cuestión es seria, por lo cual se hace necesario revisar el catálogo de lugares comunes verbalizados que pululan en la sociedad mexicana y que atacan la dignidad de muchas personas y grupos a los que pertenecen.
Hasta que tuve muy querido(a)s amigo(a)s de piel oscura me percaté de lo mancillante que son expresiones como "leyenda negra, tiene una negra conciencia, corazón negro, tiene negros sentimientos, trabajar como negro, es la oveja negra de la familia, tiene un negro pasado, meter mano negra", etcétera.
Es un lugar común asociar lo negativo con lo negro, lo mismo en chistes que en máximas proverbiales en las cuales se hiere, querámoslo o no, a personas de color oscuro. Este es un lastre que debe ser extirpado de nuestra vida cotidiana.
Poco más de dos décadas atrás, el levantamiento neo zapatista puso en la agenda nacional, entre otros puntos, el del racismo que viven los indígenas en nuestro país. Una de las vertientes de ese racismo naturalizado, el que parece intrascendente y su emisor lo considera normal, es el que recurre a expresiones demeritorias de los pueblos indios.
Así, para describir lo que hablan los indígenas, mucha gente y personas bien informadas en otros campos se refieren a "dialecto" en lugar de "lengua" o "idioma". Con ello denotan una superioridad del idioma sobre algo que consideran de menor rango, el dialecto.
O dicen que la mayoría de los indios son monolingües, cuando, tal vez, son proporcionalmente en México más lo(a)s indio(a)s que adicionalmente a su lengua hablan español, mientras mayoritariamente los mestizos son los que nada más manejan un idioma.
Desde la Colonia hay verbalizaciones que denuestan lo indígena, y lo contraponen a lo valioso y civilizado. Entre nosotros permanecen dichos como “indio pata rajada, no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre, indio taimado, es india pero está bonita, pinche indio ignorante, ahí viene la indiada, huele a indio, amar a Dios en tierra de indios" y un caudal que el (la) lector(a) puede agregar.
Las minorías religiosas, principalmente el protestantismo, son destinatarios de adjetivaciones que buscan mostrar su peligrosidad para el país. Podríamos ejemplificar con muchas expresiones, pero solamente vamos a referirnos a una de ellas.
Lo mismo se la escucha en labios de conservadores que de personajes de izquierda, y se la puede encontrar en publicaciones populares o en columnas de periodistas cuya opinión es importante en los círculos políticos y académicos. Nos referimos al dicho "la Iglesia en manos de Lutero".
La expresión ha sido usada varias veces por el director general editorial de un diario de circulación nacional, para mostrar lo maligno de que esté en poder de un personaje rapaz una institución o proyecto. No le fue suficiente escribir "el lobo cuidando a las ovejas, o el lobo cuidando a las gallinas".
La estigmatización de los protestantes en México tiene larga data. Durante los tres siglos de Colonia española se denigró a Lutero y la posible presencia de su “maligna estirpe” en tierras novohispanas.
En el siglo XIX los creadores de la publicación El Martillo de los Cíclopes le dieron vida con el objetivo de combatir y destruir a quienes consideraban monstruos. El Martillo de los Cíclopes fue un periódico que se publicó en Orizaba, Veracruz.
Cuando en el verano de 1871 el caso de la conversión al protestantismo del sacerdote dominico Manuel Aguas despertó agrias críticas en el conservadurismo católico romano mexicano, El Martillo fue implacable contra quien llamó nuevo seguidor del heresiarca Lutero. Hoy la publicación orizabeña tiene un fiel sucesor en el semanario de la arquidiócesis de México, Desde la Fe, y otros espacios en los que se estigmatiza la diversidad.
Desde su nombre, El Martillo de los Cíclopes dejaba ver nítidamente su objetivo: destruir a quienes consideraba deformes religiosa y moralmente, cuya sola presencia representaba un peligro que era necesario cortar de tajo.
Parte de su estrategia, y de sus émulos contemporáneos, era construir una imagen horrenda de sus adversarios, les describía como atracadores de las límpidas conciencias mexicanas, perversos a la caza de incautos e inermes ciudadanos. Todos los males se desatarían sobre la patria de permitir que aflorara entre nosotros la mera existencia de los degenerados.
El año pasado se cumplieron cinco siglos del inicio de la Reforma protestante. Con ese motivo fui invitado a dar conferencias y/o participar en mesas redondas sobre las imágenes del reformador germano existentes en el México contemporáneo.
Me referí mayormente a la prensa escrita, y cité, además del caso antes mencionado, varias muestras donde se asocia a Lutero con prácticas execrables, en las que se ejemplifica lo peor que le puede pasar a una colectividad si tiene al frente a un personaje como él.
Muchas citas fueron tomadas de La Jornada, periódico en el que escribo en México. Referí el caso de un senador preocupado por el desbordamiento del comercio callejero en la capital mexicana. Él, al referirse al desatado crecimiento del comercio ambulante en la ciudad de México, dijo que eso era "poner la ciudad en manos de Lutero".
En este, como en los otros casos, las palabras son como espadas, instrumentos que buscan aniquilar a quien se pone enfrente.
Los émulos de El Martillo de los Cíclopes tuercen la información, ningunean las evidencias que no concuerdan con sus prejuicios, descalifican a sus oponentes y les desconocen como interlocutores válidos.
Lo suyo es la denostación, crispar los ánimos de quienes les siguen con la intención de arrinconar simbólicamente, y si es posible físicamente, a la otredad que anhelan extirpar. Es ineludible no hacerles el juego.
Me preocupa que en algunos sectores evangélicos hagan uso de dagas verbales para denostar a quienes han adoptado otras perspectivas valorativas y de vida. El lenguaje descalificador puede escalar hasta incurrir en linchamientos simbólicos.
Bien lo dice Proverbios 12:18, “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”.
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