En muchas ocasiones los virajes del día a día cotidiano y que Dios permite nos dan la posibilidad de crecer en dependencia de él.
No sé cómo actúan ustedes que leen estas líneas ante los imprevistos. Pero meditando en estos días sobre cómo actúo yo, llegaba a algunas consideraciones que me gustaría compartir en unas pocas líneas. Tampoco es que vaya a descubrir la rueda a estas alturas, créanme. Pero me sorprendía a mí misma dándome la oportunidad de descubrir más de una bendición detrás de lo imprevisto.
Esto, para una persona que necesita tenerlo todo lo más controlado posible, no es una cosa menor. Los que tenemos ciertos rasgos “obsesivos” de carácter (que no significa que nos obsesionemos, por cierto, sino que necesitamos una estructura y un orden bastante elevado en nuestras vidas para funcionar bien) llevamos fatal los imprevistos. Lo que llega sin avisar no hace más que recordarnos lo incapaces que somos de tenerlo todo controlado. Y eso no nos gusta en absoluto. Nos revolvemos contra lo imprevisto porque nos hace sentir débiles. Algunas personas necesitan todo lo contrario: la emoción de no saber qué vendrá después, cualquier cosa menos sentirse encorsetados en cualquier manera. Pero nosotros no. Queremos control porque de esa forma nos sentimos menos ansiosos.
Sin embargo nuestro mundo es un mundo cambiante. Y por si eso fuera poco, Dios nunca nos garantizó estabilidad en el sentido de prometernos una vida exenta de baches. Más bien al contrario, no solo se nos avisó de que en el mundo tendríamos aflicción, sino que en tantas ocasiones los virajes del día a día cotidiano y que Dios permite nos dan la posibilidad de crecer en dependencia de él, algo tan necesario para avanzar en nuestra vida cristiana. Así que ya sea por H o por B, la cuestión es que parece que haremos bien en asumir que el “no cambio” no es una opción plausible. Así que mejor no esperarlo.
La cuestión es que, en estos días atrás, en que he tenido que enfrentar, queriendo o sin querer, algunos cambios de planes que no preveía, me venía a la cabeza el famoso versículo que nos recuerda que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien. Asumo que no es este el ámbito en el que más se aplica este texto, pero quise hacer mía la promesa justo en ese momento porque sé que mi tendencia en tales contextos es a apesadumbrarme, a molestarme… sin darme cuenta de que es Dios mismo quien está permitiendo ese imprevisto y me está queriendo llevar en alguna dirección que yo no hubiera tomado de manera natural.
Conforme iba pensando en el hecho de que, si creemos verdaderamente que no existen las casualidades, entonces los imprevistos solo lo son para nosotros, porque están gobernados por Dios. Y desde ese punto de partida mi mente empezó a echar la vista atrás, intentando recordar algunos momentos en los que los imprevistos, efectivamente, me descolocaron por cómo soy yo, pero a la postre, por cómo es Él, me llevaron a lugares mucho más espaciosos a los que no hubiera llegado por mí misma.
Así que desde esa perspectiva me estoy obligando en los últimos días a considerar que, detrás de cada imprevisto que me voy encontrando, debe haber escondida una bendición del Señor que quizá no veo a primera vista, pero que si me esfuerzo en encontrar siempre termina apareciendo. Cuando he querido indagar sobre qué cosas estaban escondidas detrás de esos “accidentes azarosos”, me he encontrado regalos varios que el Señor ha querido hacerme:
Y en ninguno de estos casos estoy hablando de grandes cambios de ruta. Hablo de las pequeñas cosas de la vida, que en tantas ocasiones son precisamente las más complicadas de ver: había quedado con “tal”, y “tal” no puede venir; se ha cancelado una cita a última hora (lo cual, por ejemplo, permite que en este momento yo esté escribiendo este artículo); en una fecha concreta iba a ver materializado un determinado proyecto, pero se retrasa algunos meses… e infinidad de situaciones en las que, si miro atrás y hago un análisis suficientemente honesto, me doy cuenta de que el Señor no ha dejado de bendecirme.
Quisiera aprender a integrar de forma más estable esa actitud expectante a lo que el Señor quiere decirme detrás de cada imprevisto. Hasta aquí, en el mejor de los casos, eso solo ha pasado de manera puntual, y me cuesta decir que esto es ya un hábito para mí, porque realmente no lo es. Pero sé que debería llegar a serlo. Porque Dios se esconde detrás de cada pequeño detalle, y porque cada uno de ellos puede ser empleado para abundar en la queja y el reproche hacia Él y lo que me rodea, o por el contrario, puede ser utilizado para glorificarle y esperar en Él, hasta ver cuál es la bendición que se esconde, en esta ocasión como en todas las demás, tras el imprevisto.
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