Las ‘Sola’ tienen desde el principio carácter exclusivo y delimitante. Se usó de inicio para responder a Roma, pero hoy la amenaza surge, además, del interior del propio protestantismo.
El pensamiento de la Reforma Protestante se sintetiza en cuatro breves declaraciones programáticas que constituyeron toda una revolución teológica en sus días y cuya vigencia se extiende hasta los nuestros: ¡Solo Cristo, solo la Escritura, solo la gracia, solo la fe!
La diminuta palabra “solo” juega un papel determinante en estas cuatro declaraciones. Con ella la Reforma permanece en pie o cae. Esto le confiere su extraordinaria explosividad hasta nuestros días. ¡Solo! En esta pequeña palabra radica toda la teología evangélica. Nuestra teología protestante, nuestra fe, se mide por su relación directa con el cuádruple “solo”, tanto desde el punto de partida de su reflexión como con su meta o concreción práctica.
Uno de los textos bíblicos capitales para las Iglesias de la Reforma es Romanos 3:28. Aquí escribe el apóstol Pablo: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.” Lutero introduce en esta frase una partícula que, ciertamente, no se encuentra en el original, pero que sí está en plena armonía con la intencionalidad del texto de Pablo y contribuye a resaltar la significación de lo que el apóstol pretende decir. Se trata del vocablo “solo”. Todas las ediciones de la Biblia de Lutero hasta hoy incluyen invariablemente la pequeña palabra “solo”. Así, el texto de Lutero traduce: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado solo por la fe sin las obras de la ley.”
Lutero tenía toda la razón. Sin la palabra solo la intencionalidad de la declaración de Pablo queda debilitada, tanto en su traducción al alemán como al español. De esta manera, la diminuta palabra solo llegó a convertirse en la palabra central de la Reforma. Y continúa siendo central para nosotros los evangélicos de hoy. Las Iglesias Evangélicas no se han apartado hasta la fecha ni un ápice de este SOLO. “¡Solo Cristo, solo la Escritura, solo la gracia, solo la fe!”
Estos cuatro solos tienen bastante que ver con la experiencia existencial del mismo Lutero en su gradual adquisición del conocimiento de su liberadora visión reformadora. La cuestión que le impulsaba en su búsqueda espiritual era la idea de cómo conseguir un Dios de gracia. Esta inquietud le condujo a un intenso estudio bíblico que desembocó en la feliz convicción de que el hombre no tenía que predisponerse el favor de la gracia divina por medio de esfuerzos espirituales y acciones éticas, y esto porque Dios mismo ya contemplaba lleno de gracia al hombre.
Esta divina gracia (sola gratia) es garantizada eficazmente solo por Cristo (solus Christus), del que solo la Escritura (sola Scriptura) da fiel testimonio. En base a esta divina gracia de la que solo la Escritura da fiel testimonio, se desprende que la única actitud correcta del hombre solo puede ser la de la confianza y la fe (sola fide). Este acto de confianza es interpretado como el resultado de una obra del Espíritu de Dios y no como una obra del hombre. La fe es obra divina y acto del hombre.
Los cuatro solos directrices o, como también son llamados, “partículas exclusivas”, sirven al objeto de mantener la visión ganada y de resaltar su valor frente a otras visiones opuestas. En los días de los reformadores sirvieron en su confrontación con la Iglesia Católica y también frente a los grupos de “exaltados”. No obstante, el recurso a las partículas exclusivas no se puede limitar al tiempo pasado, pues también hoy han surgido nuevas cuestiones y problemas que nos devuelven a ellas. Las partículas exclusivas son intemporales, y su concreción puntual surge de los cambios que se originan en el transcurso del tiempo, siempre cambiante, y la necesidad de posicionarnos frente a la manifestación de ideas novedosas y contradictorias con el evangelio recibido.
Ahora bien, ¿cómo se relacionan entre sí los mencionados cuatro solos directrices? Y también, ¿qué hay de su naturaleza exclusivista y excluyente en medio de una cultura pluralista y en el diálogo con las otras religiones hoy?
La relación entre las cuatro solas no es aditiva, sino circular, y en esta relación no puede faltar ninguno de los cuatro. Los cuatro mantienen una relación de reciprocidad para su recta interpretación. Ninguno de ellos puede tomarse de manera aislada.
Ya la Iglesia Católica del Medievo tardío sostenía que la salvación del hombre dependía solo de la gracia de Dios. Y también el Concilio de Trento manifestó en sus decretos acerca de la doctrina de la justificación una serie de declaraciones que sostenían el mérito de la sola gracia, sin embargo, no en el sentido de que se pudiera equiparar con la acción eficaz de la sola fe. Se nubla y se confunde el concepto reformador de la fe cuando se equipara a ésta a una especie de confianza primigenia, o de conciencia trascendental o de una especie de dependencia interior más o menos común a todos los hombres. Según el concepto reformado, fe es fe en Jesucristo como el único medio o recurso para la aceptación del pecador por parte de Dios y el don de su perdón. ¿De dónde sabemos esto? ¿En qué basaban los reformadores su confianza y convicción? A esto responde la tradición reformada que lo sabemos de la Biblia, del Antiguo y Nuevo Testamento, que testifican esto de la manera más cierta y fiel, puesto que en ella, la Escritura, oímos al mismo Cristo.
De manera que la fe que justifica, según el concepto reformado, es fe exclusiva; exclusiva en el sentido de que ella sola obra la salvación. No obstante, esta fe exclusiva se da a conocer como tal en su interpretación de reciprocidad entre las cuatro partículas exclusivas reformadas. Entre ellas el primado lo ostenta el solus Christus, puesto que en sentido reformado la fe es, ciertamente, un acto humano, pero no una obra del hombre. En la fe el hombre está, en sentido propio, pasivo, porque el poder creer no es una capacidad del individuo, ni tampoco un don natural, sino que es, y permanece siendo, un don sobre el que no tiene disponibilidad. El acto de la fe consiste en dar crédito al mensaje de Cristo, al evangelio, y confiar en él, tanto de cara a la vida como a la muerte.
Esta interpretación cristológica exclusivista de fe resulta chocante, no solo en el pasado, sino también en el presente. Sería posible amigarse, al menos en parte, con la idea de la sola gratia. ¿Pero no deberían suavizarse las cuatro partículas de la teología reformista en medio de una idea pluralista de cultura y de cara al diálogo de las religiones propio de nuestros días?
¿No resulta excesivamente intolerante el solus Christus frente a religiones no cristianas? ¿No socaba la sola fide toda ética y compromiso para la mejora de nuestro mundo? ¿Y se puede continuar sosteniendo aún la sola Scriptura de cara a las conclusiones resultantes de la investigación histórico crítica en los estudios sobre el canon?
Como decíamos más arriba, la cuádruple sola tiene desde el principio carácter exclusivo y delimitante. En principio se usó para responder a Roma y otras corrientes iluministas, pero hoy las amenazas surgen, además, desde el interior del propio protestantismo.
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