Lo que se ve es solo temporal, mientras lo que no se ve es eterno.
Una de las cosas más duras, más traumáticas, para los que tenemos o hemos pasado por un cáncer es la primera vez que nos rapamos el cabello. Sobre todo para nosotras, las mujeres.
En mi caso ese momento fue un alivio. Había estado en la UCI dormida durante varios días seguidos y cuando desperté tenía tal enredo en el pelo que ni con aceites especiales me pudieron desenredar. Esos días mi hermana estaba en el hospital visitándome, así que le pedí que fuera ella quien me librara de ese nido de pájaros que tenía en la cabeza.
Recuerdo que fue uno de esos momentos de un antes y un después. Fue un alivio por haberme librado del nudo invencible y porque, después de recibir la primera quimioterapia, ya sabía que el cabello iba a comenzar a caer y esa semana ya empezaba a ver mechones enteros desprendiéndose. Antes o pronto lo tendría que hacer, y ese día tenía muchas ganas.
Raparme fue como decir: allá vamos. Recuerdo cuando me miré en el espejo aquel día, el verme a mí misma con cara de ‘puedo’ y de ‘tengo miedo’... con un brillo de esperanza en los ojos. No fue traumático, fue especial.
Semanas después aún pasaba algún rato mirándome fijamente al espejo, no solo porque no tenía pelo, sino porque mis expresiones faciales también habían cambiado. Me costó tiempo reconocerme así, o conocer a la nueva versión de mí misma. Pero lo celebro. Todas las transformaciones físicas durante todo este proceso han causado transformaciones internas también y, aunque parezca sorprendente, para bien.
Creo que cuando la vida te da tal bofetón optas por enfocarte en lo que importa y no se ve, más que en la apariencia y sus diversos maquillajes para cubrir la realidad. Al fin y al cabo lo que se ve es solo temporal, mientras lo que no se ve es eterno.
Con esta lección en mano, de cara al nuevo año, quiero seguir enfocando y sembrando en mi vida aquello que es eterno. Anclarme día a día en la Palabra de Dios, plantarme en sus promesas. Seguir cambiando y renovando mi mente y corazón para no perder nada de lo que Dios está haciendo, y ser parte de ello.
Dios nos regala un nuevo año lleno de posibilidades y oportunidades, no quieras perdértelo por cosas ‘secundarias’. Fija tus ojos en Él, ten una perspectiva eterna de lo que estás viviendo, sea cual sea tu situación, y déjate transformar día a día. Estáte atento a lo que está por venir.
“Olviden las cosas de antaño;
ya no vivan en el pasado.
¡Voy a hacer algo nuevo!
Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta?
Estoy abriendo un camino en el desierto,
y ríos en lugares desolados.”
Isaías 43:19-20
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