El apóstol Pablo compara el olivo silvestre (o acebuche) con el mundo gentil, elaborando así una sencilla parábola del olivo.
Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales,serán injertados en su propio olivo? (Ro. 11:24)
El acebuche es el nombre vulgar del olivo silvestre y de donde proceden los olivos cultivados por el ser humano. Se diferencia de este último por su aspecto de arbusto, la presencia de espinas en las ramas, las hojas pequeñas y redondeadas, así como por los frutos de menor tamaño. Es típico del bosque mediterráneo donde convive con encinas, quejigos y alcornoques, adaptándose bien al calor, aunque es muy sensible a las heladas. Sus pequeños frutos, las acebuchinas, constituyen fuente de alimento para las aves migratorias que necesitan grasa para sus largos viajes.
Desde tiempos bíblicos, los agricultores han utilizado acebuches para realizar injertos en los olivos. ¿Cuál es la razón de tales injertos? Cuando los olivos enferman o envejecen, se reduce la cantidad del fruto que producen. Entonces se da un desequilibrio entre la cantidad de hojas del árbol y el exceso de madera en el tronco y las ramas. El olivo tiene menos hojas para nutrirse y realizar bien la fotosíntesis, menos ramas para dar fruto y demasiada madera que endurece el tronco y dificulta el tránsito de la savia. De manera que las podas y los injertos de ramas de acebuche pueden hacer que el olivo vuelva a revivir, salga de su letargo y reflorezca produciendo otra vez abundantes aceitunas. Y lo contrario también ocurre, un olivo que no se cuida convenientemente se asilvestra y adquiere el aspecto del acebuche.
Se sabe desde muy antiguo que las hojas del acebuche poseen importantes propiedades medicinales. Bajan la presión sanguínea y son un antidiabético oral ya que disminuyen los niveles de glucosa en sangre. De sus virtudes y reconocimiento en la antigüedad nos habla el hecho de que, en los juegos olímpicos de Grecia, se coronara a los vencedores precisamente con ramas de acebuche.
El apóstol Pablo compara, en el capítulo 11 de su epístola a los Romanos, el olivo silvestre (o acebuche) con el mundo gentil, elaborando así una sencilla parábola del olivo. Ante las cuestiones que se suscitaban en su tiempo, acerca de si Dios había desechado al pueblo de Israel (Ro. 11:1) o si éste se había condenado definitivamente por haber rechazado a Jesús, Pablo responde negativamente y escribe: Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará (Ro. 11:17-21).
El apóstol se dirige a los cristianos gentiles de Roma, que menospreciaban a los judíos, y les dice que no deben adoptar esa actitud soberbia ya que ellos mismos eran como ramas de acebuche injertadas sobre el robusto tronco del olivo constituido por el pueblo de Israel. Por tanto, no debían creerse mejores que el antiguo tronco original porque dependían todos de la misma raíz para su sustento. La arrogancia espiritual de parte de algunos creyentes gentiles de la congregación de Roma hacia los judíos en general y hacia los cristianos de origen judío en particular, no era una actitud genuinamente cristiana.
Pablo viene a decir que los judíos no están en deuda con los gentiles sino todo lo contrario. Si bien es verdad que las ramas originales fueron cortadas por su incredulidad, las ramas silvestres se injertaron por la fe, no por ninguna superioridad racial o innata. No obstante, Dios puede tocar el corazón de las personas y hacer que la incredulidad del ser humano se convierta en fe, que las viejas ramas desgajadas del olivo cultivado sean de nuevo injertadas y recobren la vida. Si los gentiles pueden llegar, por medio de su fe en Jesucristo, a pertenecer al pueblo de Dios, cuanto más pueden todos aquellos judíos que reconozcan al Mesías en Jesús, obtener asimismo la salvación.
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