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Protestante Digital

 
El Pensamiento Cristiano XXIII
10
 

Dios deposita su tesoro en vasos de barro

‘Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón’ afirmó Jesús. Dios Padre nos ama de tal manera que pone en nosotros su tesoro. No es por méritos humanos que el Hijo de Dios mora en nosotros.

AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet 05 DE AGOSTO DE 2017 21:45 h
En Romanos 9 el apóstol Pablo presenta a Dios como el alfarero que con barro crea sus vasos como Él quiere.

En la segunda epístola a los Corintios Pablo nos enseña en forma paradójica acerca de la decisión soberana de Dios de darnos a conocer su Propósito eterno de gloria.



Usando la figura de los vasos de barro contrasta nuestra condición pecaminosa y humana limitación con la majestad divina.



La ilustración refiere a la gente que guardaba sus monedas de oro en un cacharro de barro cocido, le sellaba la boca y lo escondía.



Para hacerse con ese tesoro primero había que romper el cacharro.



Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.” (01)



Al oír el Evangelio de Jesucristo, el amor del Salvador del mundo nos hizo estremecer. El Espíritu que espiró la Escritura nos condujo al arrepentimiento. Entonces nuestro corazón se abrió para dejarle entrar. Esto fue posible gracias a que Dios hizo de nosotros nuevas criaturas.



Así como al Principio Él ‘mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz’ (02) su presencia en nosotros es ‘el resplandor de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo’ que disipa las tinieblas de nuestros corazones.



Su resplandor ilumina nuestra mente y nos hace ver que Jesucristo vive en nosotros. Esta realidad es divina; ninguna autoridad humana puede crearla, cambiarla o anularla.



El tesoro es Jesucristo y Dios decidió hacernos como vasos de barro para recibirle y atesorarlo. Con esta enseñanza bíblica in mente vayamos al resumen de Juan Crisóstomo Varetto (03) sobre:



Principales escritores cristianos de Occidente



“Los autores de Oriente que hemos mencionado (04) escribían en griego. Los de Occidente que vamos a mencionar escribían en latín. Se les llama generalmente Padres latinos”- dice el autor.



Hilario



“Nació en Poitiers en el año 295, y sus padres, que probablemente eran paganos, lo educaron en las letras y la filosofía. Siendo amante de la verdad, y diligente en los estudios e investigaciones, llegó a convencerse de la verdad del cristianismo, al que aceptó de todo corazón, siendo bautizado juntamente con su esposa y una hija.



Desde su conversión resolvió dedicar todas sus energías al servicio de la causa que había abrazado. En el año 350 fue elegido obispo de su ciudad natal, y desde entonces milita entre los ardientes defensores de la ortodoxia, en contra del arrianismo, que amenazaba las iglesias de la Galia.



Su principal obra fue publicada en doce libros, y trata de la fe, de la Trinidad, y de los errores de Arrio. Otra obra que le valió fama y renombre fue un comentario al Libro de los Salmos.



Ambrosio



Más bien por sus trabajos que por sus escritos es conocido este célebre obispo de Milán. Nació en Trèves (05) en el año 340, siendo su padre prefecto de la ciudad. Perdió a su padre siendo niño, y su madre lo llevó a Roma donde fue educado con el fin de que pudiera ocupar algún puesto público.



Siendo todavía muy joven, fue nombrado gobernador del distrito de Milán. Cuando hacía cinco años que desempeñaba este puesto, fue llamado para apaciguar un tumulto que se había formado en una iglesia, donde los partidos no llegaban a ponerse de acuerdo sobre la elección de un obispo.



Se cuenta que un niño de corta edad, asumiendo la actitud de orador, exclamó: ‘Ambrosio es obispo.’ Los que estaban reunidos, impresionados por las palabras del niño, creyeron tener en ellas una indicación celestial acerca de la persona que debía ser elegida para el puesto vacante. ‘Ambrosio es obispo’, fue el clamor general, y todas las protestas del gobernador no pudieron hacer desistir a la multitud. En vano les hizo notar que sólo era catecúmeno en la iglesia.



La voluntad popular tuvo que cumplirse, y Ambrosio fue bautizado y ordenado obispo el mismo día. Desde entonces se puso a estudiar asiduamente las Escrituras; y si bien nunca llegó a ser teólogo distinguido, pudo predicar con mucha aceptación y despertar a la ciudad, que siempre le escuchaba de buena gana.



A causa de su vehemencia, estuvo a menudo en conflicto con los gobernantes. Condenado al destierro, rehusó obedecer y se encerró en la iglesia, donde era protegido por las multitudes que le defendían y contra las cuales las autoridades no se animaron a proceder.



Obligado así a permanecer con los suyos día y noche en la iglesia, se dedicó a componer himnos, que él mismo enseñaba a cantar. Ambrosio fue un gran autor de himnos, muchos de los cuales han llegado hasta nosotros a través de los siglos y son cantados en todos los países cristianos.



Entre otros, está el ‘Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos’ y la doxología titulada Gloria Patri. El Te Deum también ha sido atribuido a su pluma, pero los himnologistas lo dan como una composición posterior (06).



La tradición decía que había sido compuesto en ocasión del bautismo de San Agustín. Lo que escribió sobre interpretación bíblica es de poco mérito; y por haber seguido el método alegórico, como muchos otros, hizo oscuro mucho de lo que era claro. Falleció en el año 397, siendo llorado por muchos, pues había logrado gran popularidad y era amado por las multitudes que le escuchaban.



Agustín



En Las Confesiones, el libro más popular de los muchos que escribió, Agustín nos ha dejado su autobiografía. Su madre, Mónica, era una cristiana altamente piadosa, casada con un pagano que fue ganado a la fe poco antes de su muerte.



Residían en Cartago, donde el joven Agustín fue arrastrado por la corriente del vicio al desoír los saludables consejos de su buena madre. Al huir del hogar, lo hallamos en Italia; en Roma primeramente y después en Milán, siempre seguido por Mónica, quien no cesaba de hacerlo el objeto de sus férvidas oraciones.



Su fe fue puesta a prueba, pues el joven Agustín se hallaba cada día más lejos del reino de Dios. ‘Mi madre me lloraba -dice él- con un dolor más sensible que el de las madres que llevan a sus hijos a ser enterrados.’ De su vida de libertinaje nació un hijo, al que llamó Adeodato (07), al cual amaba con locura.



Cuando Agustín empezó a ocuparse de cosas religiosas, cayó en el error de los maniqueos y en el neoplatonismo. El maniqueísmo era la doctrina de cierto persa llamado Maní, educado entre los magos y astrólogos, entre quienes alcanzó mucha fama. Hombre de actividad y muy emprendedor, todos le consultaban como filósofo y médico.



Tuvo la idea de hacer una combinación del cristianismo con las ideas que profesaba, para lo cual tomó el nombre de Paracleto y pretendía tener la misión de completar la doctrina de Cristo. Muchos fueron seducidos por su elocuencia, y sus adeptos formaron la nueva secta en la que cayó el más tarde famoso Agustín.



Estando Mónica en Milán, pidió a Ambrosio que tratase de convencer a su hijo y sacarlo del error en que se encontraba, pero el prudente obispo le hizo notar que no lograría nada mientras le durase la novedad de la herejía que le llenaba de vanidad y presunción.



‘Déjelo -le dijo- conténtese con orar a Dios por él, y verá cómo él mismo reconocerá el error y la impiedad de esos herejes, por la lectura de sus propios libros.’



Pero Mónica lloraba afligida y continuaba implorando a Ambrosio que tuviese una entrevista, de la cual esperaba buenos resultados, pero él le contestó: ‘Vaya en paz y continúe haciendo lo que ha hecho hasta ahora, porque es imposible que se pierda un hijo llorado de esta manera.’



Las oraciones de Mónica empezaron a ser oídas. Agustín iba cansándose de la aridez de la humana filosofía, y suspiraba por algo que realmente le diese la vida que tanto necesitaba. La predicación de Ambrosio le impresionó, y llegó a comprender que sólo en Cristo debía buscar el camino de la vida.



La crisis violenta por la que pasó su alma, la relata detalladamente en el libro octavo de sus Confesiones. Había perdido completamente la paz. ‘Sentí levantarse en mi corazón –dice- una tempestad seguida de una lluvia de lágrimas; y a fin de poderla derramar completamente y lanzar los gemidos que la acompañaban, me levanté y me aparté de Alipio, juzgando que la soledad me sería más aparente para llorar sin molestias, y me retiré bastante lejos para no ser estorbado ni por la presencia de un amigo tan querido.’



En esa soledad Agustín clamó a Dios pidiendo que se apiadase de él, perdonándole sus pecados pasados, diciendo: ‘¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo estarás airado conmigo? Olvídate de mis pecados pasados. ¿Hasta cuándo dejaré esto para mañana? ¿Por qué no será en este mismo momento? ¿Por qué no terminarán en esta hora mis manchas y suciedades?



Mientras hablaba de este modo -continúa diciendo- y lloraba amargamente, con mi corazón profundamente abatido, oí salir de la casa más próxima, una voz como de niño o niña, que decía y repetía cantando frecuentemente: Toma y lee, toma y lee. Contuve entonces el torrente de mis lágrimas, y me levanté sin poder pensar otra cosa sino que Dios me mandaba abrir el libro sagrado y leer el primer pasaje que encontrase.’



Agustín corrió donde tenía las Escrituras y abriéndolas al azar, sus ojos dieron con este pasaje: ‘Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia; sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.’ (08)



Dice Godet, que el primero de estos versículos describe la vida de Agustín antes de su conversión, y el segundo la que llevó después.



‘No quise leer más -dice Agustín- ni tampoco era necesario, porque con este pensamiento se derramó en mi corazón una luz tranquila que disipó todas las tinieblas de mis dudas.’ Agustín dio las nuevas a Alipio de lo que pasaba en él, y éste también en aquella hora tomó la resolución de entregarse al Señor.



Ambos se apresuraron en dar las nuevas a Mónica, la cual fue transportada de alegría al saber que su hijo era cristiano y que sus oraciones habían sido oídas. Poco después fue bautizado por Ambrosio, al mismo tiempo que su amigo Alipio, y su hijo Adeodato.



De regreso de África, buscó en la soledad y meditación, compenetrarse mejor de la mente de Cristo a quien había resuelto servir. En el año 391 fue ordenado presbítero y empezó a predicar con mucho éxito. Más tarde fue nombrado obispo de Hipona.



Además de Las Confesiones, entre sus muchas obras, merecen citarse Contra los Maniqueos, Verdadera Religión, La Ciudad de Dios, y la última de sus obras, Retractaciones, en la que repasa lo que había escrito durante toda su vida, y se retracta de aquellas enseñanzas que llegó a reputar erróneas después que hubieron madurado bien sus ideas.



Murió en el año 430, a los setenta y seis años de edad, después de haber trabajado asiduamente a favor de la causa que abrazó con tanta sinceridad, y legando a la posteridad un nombre que no reconoce igual entre los escritores de Occidente.



Jerónimo



Como filólogo, Jerónimo ocupa el primer lugar entre los cristianos de sus días. Nació de padres cristianos, probablemente en el año 346, cerca de Aquilea, en los confines de Dalmacia y Pannonia (09).



Recibió su educación en Roma bajo la dirección del retórico Aelio Donato, iniciándose en los estudios gramaticales y lingüísticos, que no abandonó hasta el fin de su carrera. En esta ciudad profesó públicamente el cristianismo y después de efectuar algunos viajes resolvió radicarse en la Siria para estudiar el hebreo y los dialectos que de él se derivan, para lo cual entabló relaciones con un maestro judío, lo cual escandalizaba a muchos de sus correligionarios.



En 379 aparece en Antioquia, donde fue nombrado presbítero. En Constantinopla encontró a Gregorio Nacianceno, con quien mantuvo íntimas relaciones. En Roma emprendió con ardor la ardua tarea de revisar la traducción de la Biblia al latín, llamada Itálica, la cual era muy defectuosa a causa de las muchas variantes que se hallaban en las diferentes ediciones.



De este trabajo resultó la Vulgata, nombre que se le dio porque estaba destinada para ser leída por el pueblo, al cual aun no se había privado del derecho de leer e interpretar la Biblia.



Entre otros trabajos literarios de Jerónimo, figuran sus Cartas y algunos Comentarios sobre las Escrituras que tienen más valor literario que exegético. Los últimos años de su vida los pasó en Palestina, recluido en un convento donde continuó sus trabajos de escritor fecundo. Falleció a edad muy avanzada, en Belem, el año 420.”



En nuestro próximo artículo abordaremos lo que Varetto escribió acerca del avance del clericalismo en las iglesias, el papado como organización verticalista, la institución terrenal fundada como Iglesia y su connivencia con el Estado (inicialmente el Imperio Romano) y las consecuencias en la fe de la gente. Hasta entonces, si el Señor lo permite.



-------ooooooo0ooooooo-------



 



Notas



Copete: estas palabras de Jesús están en Mateo 6:21.



01. 2ª Corintios 4:6-7.

02. En alusión al relato de la Creación divina de Génesis 1.



03. La Marcha del Cristianismo, páginas 178 -184.



04. Ver artículo anterior en: http://protestantedigital.com/magacin/42674/Ocupate_en_la_lectura



05. En lo que es hoy una pequeña población del sur de Francia.



06. Gloria Patri es una plegaria trinitaria que se cantaba tras leer los salmos; y Te Deum: ‘A Ti, Padre’, una acción de gracias.



07. Adeodato significa: Dado por Dios, regalo de Dios, aunque el niño nació sin que sus padres estuviesen casados.



08. Romanos 13:13-14.



09. Frédéric Louis Godet (1812-1900) teólogo evangélico suizo, nacido en Neuchâtel.



10. Regiones contiguas en lo que son hoy Croacia y Hungría.


 

 


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COMENTARIOS

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Óscar Margenet Nadal
11/08/2017
16:44 h
8
 
A post #4: Luis Alberto, Bendedicto XVI reconoce en el luterano reformista A. Harnack el estudio histórico y objetivo del proceso de «helenización» del cristianismo. Según él los teólogos del siglo II cometieron el error de intentar racionalizar el Evangelio de Jesús. Para él el gnosticismo fue una helenización aguda del cristianismo; mientras que el cristianismo católico sería la forma en que esta misma idea se produjo lentamente en la historia. Coincido con esa respetada opinión. Bendiciones.
 
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Óscar Margenet Nadal
11/08/2017
16:33 h
7
 
A post #3: la Gracia de Dios es tan grande, como inmerecida. Es grande porque con ella Él nos salva de la condenación eterna; y es inmerecida porque una vez redimidos por la sangre de Jesucristo no seremos condenados. Somos salvos porque Él nos salva, no nosotros a nosotros mismos; porque la salvación le pertenece al Todopoderoso. Bendiciones.
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

flash
12/08/2017
18:19 h
9
 
A post 7 No olvides lo que dijo San Agustín: "Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti." En otras palabras, la conversión es de todos los días. La Gracia nos hace hijos de Dios, pero Gracia sin obras no significa nada. En otras palabras: "La fe sin obras es muerta." Te cuento que hace poco ha estado en mi casa el padre Pablo Blanco autor de un libro sobre Martín Lutero. Estuvo dando cátedra acerca del fundador de la iglesia evangélica. Saludos.
 
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flash
11/08/2017
02:35 h
5
 
A jorgevaron 1 Que yo sepa, no he leído que se "ufanase" que le llamen con ese nombre. Saludos
 
Respondiendo a flash

jorgevaron
11/08/2017
13:55 h
6
 
flash#5, es una interpretación libre mía, en un comentario informal. No se si lo entiendas. Ignacio empezaba sus siete cartas ( si no me falla la memoria ) con algo así como: Ignacio llamado el "portador de Dios", le gustaba tanto su el alias o apodo, que no se contentaba con dar su nombre sino quería que se le identificase con el, seguramente por aquello de Pablo :"¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? " 1Cor 3:16.
 
Respondiendo a jorgevaron

Óscar Margenet Nadal
08/08/2017
19:54 h
2
 
A post #1: estimado Jorge, dediqué un artículo a Ignacio de Antioquía el 6 de diciembre de 2016 en este blog. Puedes leerlo en http://protestantedigital.com/magacin/40919/La_sangre_de_martires_reformadores_aun_clama Pocos han vivido la fe de Jesucristo tan intensamente como Ignacio. Bien arengaba el apóstol Pablo a tomar ejemplo de los hombres de Dios que reflejan en sus vidas a Jesucristo. 1ª Corintios 11:1; Filipenses 3:17. Bendiciones hermano.
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

Óscar Margenet Nadal
14/08/2017
00:20 h
10
 
A post #9: ¡pensar que el nombre de Martín Lutero, cura agustino, excomulgado y condenado por hereje por el papado estuvo prohibido de ser mencionado por los fieles católicos hasta no hace mucho. Mi esposa, de niña cursó la primaria y secundaria en una escuela de monjas, y en clase de religión la tutora la envió a la Dirección en petinencia por preguntar si estaba bien lo que le hicieron a Lutero. ¡Ahora un cura da clase sobre él como fundador de la iglesia evangélica! Bendiciones.
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

flash
11/08/2017
02:33 h
4
 
A. Harnack escribe: “Su valor personal, como cristiano y escritor aproxima a Ignacio, a San Pablo y a San Juan, por más que aún quede lejos de ellos. Al mismo tiempo, representa también a la Iglesia Católica naciente, que, justamente por este motivo, mucho sabios protestantes se han negado durante siglos a reconocer en sus cartas documentos auténticos del tiempo de Trajano”. (La Epístola del Apóstol Pablo y las otras epístolas pre-Constantinas paginas 28-29. año 1926).
 
Respondiendo a flash

flash
11/08/2017
02:10 h
3
 
Toda nuestra vida cristiana, es como un vaso de barro. O mejor dicho, llevamos este tesoro en vasos de barro. Como somos tan frágiles, en un milímetro de segundo podemos perder la Gracia de Jesucristo. Tenía razón Santa Teresa al decir: “Soy la nada más el pecado”. Pero como dice San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundo la gracia”. Saludos
 
Respondiendo a flash

jorgevaron
08/08/2017
15:30 h
1
 
Hermano Oscar, algún día tendrás tiempo para hablarnos de Ignacio de Antioquía, aquel siervo de Dios que se ufanaba de que lo llamasen "el portador de Dios", hermoso alias que encaja con la hermosa introducción a este escrito. Un abrazo.
 



 
 
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