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Protestante Digital

 
El Pensamiento Cristiano XXIII
11
 

La unidad de la iglesia no está garantizada por el Estado

Las históricas divisiones se fortalecen en las visiones antropológicas de la naturaleza de Jesús y de la Biblia; reducen la Cristocéntrica Revelación de Dios a meras proposiciones ontológicas.

AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet 25 DE JUNIO DE 2017 10:25 h

Constantino era consciente de las numerosas divisiones que existían en el seno del cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de un sínodo dirigido por Osio de Córdoba decidió convocar un concilio ecuménico de obispos en la ciudad de Nicea, cerca de Nicomedia donde residía el emperador. El propósito de este concilio era establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia cristiana. 



Desde temprano en la iglesia de Dios hubo dos posiciones sobre la naturaleza del Hijo en su relación con el Padre: 



a) el Padre lo "engendró" desde su propio ser, y por lo tanto no tiene principio; y 



b) el Padre lo creó de la nada, y por lo tanto tiene un principio. 



Alejandro y Atanasio de Alejandría optaron por la primera posición, y defendían la doble naturaleza, humana y divina de Jesús; por tanto Cristo era simultáneamente verdadero Dios y verdadero hombre; mientras que el popular presbítero Arrio de quien procede el término ‘arrianismo’ y Eusebio de Nicomedia afirmaban que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era Dios mismo. En ‘La Marcha del Cristianismo’ (01), Varetto lo narra de esta manera:



“La controversia de Arrio dio origen al famoso concilio de Nicea, convocado por Constantino. Vamos a ocuparnos de esta controversia para luego ocuparnos del concilio mismo. Desde mucho antes de esta época, se nota entre los doctores cristianos una fuerte tendencia a la discusión de temas profundos y de carácter especulativo más bien que práctico. La Trinidad y los infinitos puntos que se desprenden de esta doctrina, era el asunto predilecto de muchos de los escritores y pensadores cristianos. La religión empezaba a ser para ellos una cuestión filosófica, y dejaba de ser una cuestión de vida y poder. La energía que antes se había empleado en evangelizar al mundo y fortificar la fe de los creyentes, se empleaba ahora en largas e interminables discusiones sobre temas insondables.  



Arrio era un presbítero que estaba al frente de una de las iglesias de Alejandría. Ha sido descrito como un hombre alto, fogoso, imponente, docto, incansable y muy dado a discusiones. Ejercía mucha influencia sobre el pueblo que le rodeaba.  



Empezó a predicar que Cristo había sido creado por el Padre antes que toda otra criatura; que no era eterno; que había tenido principio, y que, por lo tanto, no podía ser mirado como igual a Dios. Su objeto no era en ningún modo aminorar la gloria de Cristo, sino dar énfasis al monoteísmo



‘Tenemos que suponer  - decía Arrio - dos esencias divinas originales y sin principio, e independientes una de otra; tenemos que suponer la diarquía en lugar de la monarquía, o no tenemos que temer declarar que el Logos (el Verbo) tuvo un principio de existencia y que hubo un momento cuando no existió’. 



La doctrina de Arrio estaba en contradicción con las enseñanzas del prólogo del Evangelio según San Juan donde se enseña la eternidad del Logos que ‘en el principio era con Dios’ (02). Era la negación de todo lo que el Nuevo Testamento dice sobre la divinidad de Cristo. 



 La forma atrayente como Arrio presentaba sus ideas, y la incuestionable sinceridad que le animaba, contribuía no poco a que muchos mirasen con indiferencia su propaganda, no creyéndola en nada peligrosa a la sana doctrina. Alejandro, el obispo de Alejandría, permanecía silencioso, tal vez estudiando el asunto y pensando en qué actitud debía asumir. Por fin resolvió pronunciarse en contra de Arrio. Alejandro acostumbraba celebrar conferencias teológicas con las personas que componían el clero de su diócesis, y en una de éstas expuso sus ideas condenando abiertamente las de Arrio. Más tarde, en el año 321, cuando se celebraba un sínodo al que acudían todos los obispos de Egipto y de Libia, depuso a Arrio, y lo excluyó de la comunión de la iglesia. Pero Arrio no se dio por vencido. Su partido era ya numeroso, y la oposición oficial de Alejandro sólo lograría hacerlo más agresivo. No cesaba en la propaganda, que efectuaba por medio de cartas y trabajos personales. Consiguió interesar en su causa a muchos cristianos influyentes. En Nicomedia logró que el obispo Eusebio (03) se pronunciase en su favor. La herejía naciente pronto se convirtió en un gigante. Parecía que todas las iglesias de Egipto y de Asia Menor se sentían inclinadas a ella. En todos los círculos se discutía sobre el intrincado tema que causaba la división.  



Alejandro escribía a todos los obispos cartas circulares en las que presentaba las doctrinas de Arrio como anticristianas y heréticas. Muchos tomaban una posición mediana y querían conciliar a los dos partidos. Estos crearon lo que más tarde se llamó el semiarrianismo. 



Constantino, acostumbrado, en el dominio político, a ver que el poder dependía de la completa unidad temía que esta división trajese grandes males a la causa cristiana y resolvió emplear su influencia para que la controversia cesara. No entendía, ni quería entender lo que para su mente era sólo una cuestión de palabras. Su primer paso para apaciguar la tormenta consistió en escribir una carta a Alejandro y otra a Arrio. 



‘Devolvedme - les dice - mis días quietos y mis noches tranquilas. Dadme gozo en lugar de lágrimas. ¿Cómo puedo yo estar en paz, mientras el pueblo de Dios de quien soy siervo, está dividido por un irrazonable y pernicioso espíritu de contienda?’



A fin de que sus esfuerzos resultasen más eficaces, mandó la carta por medio de Osio, obispo de Córdoba, célebre ciudad española, quien personalmente debía expresarles los deseos del emperador, y procurar la reconciliación de los adalides de la contienda. Sus buenos deseos no dieron ningún resultado. La lucha continuaba cada día más agria. Los dos bandos se hacían toda la guerra posible. Constantino entonces pensó que la reunión de un concilio general podría poner fin a este mal. 



En junio del año 325 se reunió el Concilio bajo los auspicios del emperador, en la ciudad de Nicea (04), cerca de la capital. Todo había sido arreglado con gran pompa para que el acto fuese imponente. Los coches y caballos de la casa imperial fueron puestos a disposición de los obispos, que llegaban de todas partes y especialmente de Oriente. Del Occidente sólo vinieron en muy limitado número. En la asamblea tomaron asiento trescientos dieciocho obispos. Varios de ellos eran ancianos venerables que habían sufrido bajo la persecución de Diocleciano. Al entrar Constantino en la sala de sesiones, todos se pusieron en pie, pero él no tomó asiento hasta que los obispos le hicieron indicación en este sentido, para dar a entender que no pretendía ocupar oficialmente un lugar en la asamblea. Arrio estaba presente para defender sus ideas. Entre sus opositores se hallaba el más tarde célebre Atanasio, ‘pequeño de estatura -dice Gregorio Nacianceno - pero su rostro radiante de inteligencia, como el rostro de un ángel’. Ni Arrio, que era presbítero ni Atanasio que era diácono estaban allí como miembros del Concilio, pero a ambos se les concedió la palabra, sin voto. Los debates duraron dos meses perdiendo terreno cada día el arrianismo. Eusebio de Cesarea, ‘el padre de la Historia Eclesiástica’, con un grupo pequeño formaban el partido moderado, que junto con Constantino procuraba la reconciliación. El arrianismo fue finalmente condenado, y el siguiente credo subscripto por casi la totalidad: 



‘Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, unigénito del Padre, de la esencia del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios; engendrado, no creado, de una misma sustancia que el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra; quien por nosotros los hombres, y para nuestra salvación descendió de los cielos, se encarnó, se hizo hombre, sufrió, resucitó al tercer día, ascendió a los cielos, y vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo’.  



Después de mucha discusión y con gran aclamación, se resolvió añadir al credo la siguiente cláusula disciplinaria, como más enérgica condenación del arrianismo: 



‘A los que dicen que hubo un tiempo cuando Él no existió, y que no era antes de ser engendrado, y que fue hecho de la nada, o que el Hijo de Dios es creado, que es mutable o sujeto a cambio, la iglesia católica los anatematiza’. Sólo cinco obispos se negaron a firmar este credo, pero después tres de ellos consintieron, quedando sólo dos bajo el anatema.  



A pesar de que la espada se unía a las fuerzas religiosas para combatir la herejía, Arrio y los suyos no se dieron por vencidos, y continuaron la propaganda sin tregua. Pasado el brillo deslumbrador de Nicea, y al encontrarse de nuevo en sus casas, muchos volvieron al arrianismo. El mismo emperador, si no inclinado a la doctrina de Arrio, parece que se interesó en su persona, o por lo menos se le ve ceder a la influencia de los que trabajan por levantar la excomunión que pesaba sobre el jefe de la herejía. Se dice que Constancia, una de las favoritas del monarca, influida por un presbítero arriano, pidió a Constantino que Arrio fuese rehabilitado y, obtuvo una promesa en sentido afirmativo. Constantino entonces encargó a Eusebio que diese los pasos necesarios para que Arrio volviese a ocupar el presbiterio que había desempeñado en Alejandría. 



Pero las órdenes del emperador hallaron una tenaz resistencia. En Alejandría actuaba de obispo Atanasio, quien había sucedido a Alejandro. Resuelto a oponerse al arrianismo, a todo trance, rehusó conceder la restauración de Arrio. Aquí empieza para el campeón de la ortodoxia una larga serie de pruebas, y los cristianos sinceros se dan cuenta de que el poder civil no presta su apoyo a la iglesia sin pretender gobernarla a su antojo. Los arríanos acusan a Atanasio de numerosos y diversos delitos que no pueden probar. Tuvo que comparecer ante un sínodo, y como él sabía que el sínodo estaba resuelto a condenarlo, huyó a Constantinopla. ‘Atanasio contra el mundo y el mundo contra Atanasio’, empezó a ser un proverbio entre los cristianos. Un sínodo reunido en Jerusalén declaró ortodoxas las doctrinas de Arrio, y éste se presentó en Alejandría, pero los demás presbíteros, fieles a su obispo ausente y depuesto, se negaron a admitirlo en el seno de la comunidad. 



Constantino no podía tolerar que su autoridad fuese desconocida, y resolvió que Arrio fuese readmitido en la iglesia en la misma capital. Preparó una gran ceremonia con este objeto. El día cuando debía efectuarse el acto de la rehabilitación, las calles de Constantinopla estaban llenas de una multitud que esperaba verle pasar y aclamarlo, Arrio se dirigía a la iglesia acompañado de Eusebio y muchos de sus partidarios. De repente se siente indispuesto, y muere momentos después. Los arrianos gritaron que había sido envenenado, y los ortodoxos atribuyeron su muerte a un castigo divino. Esto ocurrió en el año 336. El arrianismo continuó manteniendo dividida a la iglesia. Era sostenido por sus adeptos, y más tarde por el sucesor de Constantino.  



Atanasio continuaba en la lucha sin desanimarse. Al ser repuesto, fue recibido en Alejandría con gran júbilo, pero sus numerosos e influyentes enemigos no cesaron hasta verle depuesto otra vez. Cinco veces fue desterrado. Cada vez que lograba volver al seno de los suyos era recibido con entusiasmo delirante. Sus últimos días fueron de paz, y los pasó en Alejandría hasta que terminó su carrera en el año 373, cargado de años y de trabajos. ‘Alabar a él - dijo al pronunciar su panegírico Gregorio Nacianceno - es alabar a la virtud. Era un pilar de la iglesia. Su vida y conducta fueron la regla de los obispos, y su doctrina la regla de la fe ortodoxa’." 



Hasta aquí Varetto. Desconocer que la Revelación viene de Dios en su eterno lugar santísimo (arriba) al hombre en sus circunstancias temporales (abajo) es dar lugar a cualquier disquisición intelectual, como hemos comprobado. El poder terrenal nunca fue, es ni será garantía alguna para establecer o mantener la unidad de la iglesia. Esta no es igual a las instituciones humanas fundadas y regidas por ricos y poderosos de turno que imponen sus doctrinas y tradiciones. Por el contrario, la iglesia es un edificio fundado sobre los apóstoles de Jesucristo y los profetas enviados de Dios (05). El material con que Jesucristo (la Roca) lo construye son piedras vivas; cada una de ellas puesta en el lugar que el arquitecto ha decidido. Esta verdad bíblica es en respuesta a la oración de Jesús. La garantía de la unidad de la iglesia es el Hijo de Dios



-------ooooooo0ooooooo-------



Notas



Ilustración: Mapa ubicando a Nicea, en la antigua Bitinia (Hechos 16:7; 1ª Pedro 1:1); hoy es la ciudad turca de Iznik. 



01.  Op. Cit., páginas 158 a 164.



02.  Juan 1:1,2.



03.  Nacido en Siria era obispo de la iglesia en Beirut (capital de Líbano), murió en Constantinopla en 341. No confundir con Eusebio de Cesarea.



04.  Silvestre I, obispo de Roma (o Papa para los católicos romanos), no acudió a la cita organizada por Constantino I debido a su avanzada edad y precaria salud, según coinciden en reseñar las pocas fuentes fiables existentes.



05.  Juan 17; 1ª Corintios 3; Efesios 2:20; 1ª Pedro 2:5; Hebreos 11:8 -10; Apocalipsis 21:14.


 

 


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COMENTARIOS

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flash
01/07/2017
14:02 h
11
 
Amigo Oscar, no olvides que estamos en los inicios de la Iglesia, todo tiene su proceso. San Pablo a raíz de su conversión, estuvo tres años con los apóstoles. No estamos hablando de "modelos" de iglesias. Es posible que los sucesores de los apóstoles no usasen zapatos como los que usamos hoy. Ha tenido que pasar muchos siglos para que hoy nos volvamos "modernos". Tus frases "pretendió", "nunca" son frases absolutas, y no existe lo absoluto. Saludos en Cristo
 
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flash
29/06/2017
21:18 h
8
 
Amigo Oscar, En palabras del historiador de la Iglesia primitiva: "No contrapongamos, pues, Iglesia primitiva a Iglesia actual (1953), fingiendo un corte que no se dio jamás en esa continuidad vital, que es unos de los mayores milagros”. (Daniel Ruiz Bueno). Han pasado más de 60 años y las puertas del infierno no pueden destruir la Iglesia. Saludos
 
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Óscar Margenet Nadal
30/06/2017
11:35 h
10
 
A post #8: Me preocupa que nunca comentes nada del artículo del que me responsabilizo cada domingo, y nunca respondas a mis preguntas hechas en el temor de Dios. Las Sagradas Escrituras que son mi referente me enseñan que la iglesia que edifica Jesucristo es una sola porque Él es su única cabeza. Por eso las puertas del Hades (la muerte, no el infierno como interpretas) no prevalecerán contra ella. Lee bien tu Biblia, en oración y obediencia. Te hará sabio. DTB.
 
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flash
29/06/2017
21:11 h
7
 
Amigo Oscar, nadie duda de que Jesucristo sea el Pastor de la Iglesia, pero si lees bien el texto de Juan, Jesús ya no es el Pastor, sino, Pedro. Pedro no REEMPLAZA a su Maestro, es el mayordomo de la Iglesia, el encargado de cuidar y vigilar la casa del Señor. Pedro espanta a los lobos. Las ovejas y los corderos NO SON de Pedro, lo dice el Pastor: “mis” ovejas, “mis” corderos. Saludos
 
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Óscar Margenet Nadal
30/06/2017
11:26 h
9
 
A post #7: No me extraña que jamás respondas a mis preguntas. No obstante, seguiré preguntándote en el amor de Dios Padre: Si ‘Jesús ya no es el Pastor, sino, Pedro’ como tú interpretas 1. ¿A quiénes les dice el propio Pedro en su primera carta 2:25: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”? 2. ¿A qué Pastor les dice que han vuelto? ¿A él? DTB.
 
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Óscar Margenet Nadal
29/06/2017
05:52 h
6
 
A post #3: Ditto. La centralidad de la iglesia de Roma no coincide con el modelo de 'iglesia' local del Nuevo Testamento durante el mundo pre-constantiniano. Pretendió ser la continuidad de la primitiva iglesia de Jerusalén destruída por Roma en el 70 como profetizó Jesús. Nunca aprendió del Hijo de Dios: 'Mi reino no es de este mundo' (Juan 18:36) y 'Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin' (Mateo 24:14).DTB.
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

Óscar Margenet Nadal
29/06/2017
05:27 h
5
 
A post #2: lo 'tradicional' del espíritu conciliar que refieres nació con el Edicto de Milán en el 313. El primer concilio de Tiro (335) y el segundo (349) reafirman el tejemaneje del carácter centralizador de la iglesia fundada en Roma por el Imperio, siempre confrontada por la fiel minoría de la iglesia de Dios a la que Jesucristo nunca dejó de edificar desde Pentecostés (año 33). Fruto de la FE esa conciencia de más de 3 siglos terminaría imponiéndose a la de tan solo 28 años que citas.
 
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Óscar Margenet Nadal
29/06/2017
05:06 h
4
 
A post #1: "Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas." JESÚS. Juan 10:11-15.
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

flash
28/06/2017
12:10 h
3
 
Parte II Dice la carta: ¿Por qué no se nos escribió, sobre todo tratándose de Alejandría? ¿Es que ignoráis, por ventura que esa es la COSTUMBRE? Que primero se nos escriba, y desde aquí se determine lo que es justo. Desde luego, si recaía alguna sospecha sobre el obispo de allí, había que haberlo escrito al obispo de aquí (de Roma).” Saludos
 
Respondiendo a flash

flash
28/06/2017
12:08 h
2
 
Por lo escaso que son los caracteres, lo haré en dos partes. I Un dato muy interesante que merece copiarlo. La finalidad del Concilio de Tiro era deponer al gran Atanasio, pero no fue comunicado al papa Julio I dicho Concilio que residía en Roma. La conciencia de esta responsabilidad y ARBITRAJE de Roma era para entonces (año 341) algo vivido como tradicional.
 
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flash
28/06/2017
11:55 h
1
 
La unidad no vendrá ni del Papa, ni del Estado, vendrá del ÚNICO que ha dicho: "Habrá un solo rebaño y un solo pastor". Son palabras proféticas de Jesucristo que se están cumpliendo en estos tiempos. Saludos
 



 
 
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