La creciente evidencia científica indica, cada vez con mayor intensidad, que la selección natural no es una fuerza creativa sino únicamente estabilizadora.
Un siglo después de publicarse El origen de las especies, obra principal de Charles Darwin, en el año 1958, el evolucionista sir Julian S. Huxley declaró: “El gran descubrimiento de Darwin, el principio universal de la selección natural, está firme y definitivamente establecido como la única vía de cambios evolutivos importantes”.1 Sin embargo hoy, casi sesenta años después de estas palabras del que fuera primer director de la Unesco, estamos asistiendo al colapso de tal paradigma evolutivo fundamental. La creencia de que la selección de las mutaciones al azar es la principal fuerza creativa que explica la aparición de todos los seres vivos, incluido el ser humano, ha entrado en decadencia ante la mejor comprensión de los mecanismos genéticos.
Por supuesto, esto no se refleja todavía en los libros de texto, pero la creciente evidencia científica indica, cada vez con mayor intensidad, que la selección natural no es una fuerza creativa sino únicamente estabilizadora que contribuye a preservar las distintas especies biológicas, eliminado a los individuos disfuncionales o peor adaptados a su ambiente. Es evidente que una fuerza natural así es incapaz de crear algo tan sofisticado como nuestro genoma, por no hablar de la mente o del alma humana. Lo único que puede hacer la selección natural es ralentizar la tasa de degeneración genética, pero poco más.
Claro que, en determinadas ocasiones, permite algún pequeño ajuste genético cuando un organismo está experimentando un cambio en su entorno, como ocurre con las bacterias que adquieren resistencia a los antibióticos.2 A veces se habla de “microevolución” para referirse a tales pequeños cambios, aunque este término puede también resultar confuso ya que, desde el evolucionismo, se supone que tal microevolución, si se le añaden suficientes millones de años, sería la causa de la “macroevolución”. Algo no evidente en sí mismo.
Lo cierto es que, como consecuencia de la gran abundancia de mutaciones perjudiciales (deletéreas) y ante la extrema rareza de mutaciones beneficiosas, no resulta posible para la especie humana lograr una ganancia neta de información genética. Dejamos por el camino más de lo que ganamos. En términos de pérdida neta de información biológica, resulta que cada generación es como descender un peldaño más por la escalera de la humanidad. Mientras que, por otro lado, las mutaciones favorecedoras son demasiado escasas para contrarrestar este daño genético provocado continuamente por las mutaciones deletéreas. Incluso aunque no se produjeran mutaciones perjudiciales en nuestro genoma, todavía seguiría siendo imposible crear cualquier cantidad significativa de información nueva, simplemente mezclando aleatoriamente grandes cantidades de bases nitrogenadas (como A, T, C y G). Hay estudios que demuestran que la información relevante no puede surgir de esta manera.3
En un conocido experimento evolucionista llevado a acabo a lo largo de varias décadas, en el que fueron cultivadas unas treinta mil generaciones de bacterias (E. coli) bajo condiciones artificiales, sus autores concluyeron que habían demostrado la evolución en acción en el laboratorio.4 Sin embargo, cuando estos resultados se analizaron detenidamente lo que se comprobó fue precisamente todo lo contrario. No había habido evolución progresiva sino degeneración. Es cierto que algunas de las bacterias que mutaban crecían más rápidamente en el medio artificial del laboratorio, pero lo hacían sólo porque estaban perdiendo los mecanismos que habitualmente utilizan en plena naturaleza. No ganaban nada nuevo.
Tal como explica el Dr. Michael J. Behe,5 las bacterias de Lenski y sus colegas, cultivadas en condiciones de laboratorio, no tenían que competir con otras especies distintas como ocurre en la naturaleza. Vivían en un ambiente estable, con abundantes nutrientes diarios, temperatura adecuada y sin depredadores que las eliminasen. Pero, ¿acaso los organismos no necesitan para evolucionar cambios en el ambiente y competencia por los recursos? Behe acepta la evolución de las especies pero reconoce que el experimento de Lenski no la demuestra. ¿Por qué?
Porque no produjo nada fundamentalmente nuevo. No hubo nuevas interacciones proteína-proteína. No aparecieron nuevas máquinas moleculares. Es cierto que, como en el caso de la talasemia humana, se obtuvieron algunas ventajas evolutivas pero a costa de romper el buen funcionamiento de lo que ya existía. Muchas bacterias perdieron su capacidad para reparar el ADN y para producir el azúcar ribosa, constitutivo del ARN. Algunos de sus genes se estropearon, como el gen regulador llamado spoT que influye sobre el funcionamiento de otros 59 genes más, aumentando o disminuyendo la actividad de los mismos.
Las células bacterianas de este mencionado experimento crecieron más rápidamente en el laboratorio porque redujeron información y gasto energético. Pero la reducción o pérdida de funciones celulares importantes no es ejemplo de progreso sino de evolución a la inversa, a pesar de todo el sensacionalismo divulgativo que se le quiera dar. Resulta irónico que las bacterias de Lenski, supuestamente tan “evolucionadas”, (y tan deterioradas que eran incapaces de sobrevivir en cualquier ambiente natural) se propusieran como ejemplo de cambio progresivo y de selección natural en acción. Lo que, en realidad, muestra tal experiencia es que incluso en poblaciones que se están adaptando a un nuevo ambiente, el proceso de selección natural de las mutaciones es fundamentalmente destructivo, no creativo.
En un intento desesperado por justificar las conclusiones, alguien sugirió que la absorción de citrato que realizaban algunas poblaciones de estas bacterias podía considerarse como una mutación creativa. No obstante, lo que ocurre es que las bacterias ya poseían la información necesaria para realizar esta actividad y el gen que normalmente la controla puede activarse o desactivarse según las necesidades. Si la mutación altera casualmente dicho gen, permitiendo así la absorción de citrato, lo que sucede sigue siendo una pérdida de información.
Después de muchos años de simulaciones numéricas en los laboratorios, no ha sido posible lograr una evolución progresiva, significativa y realista, aplicable a los seres humanos. Solamente se han detectado unas pocas mutaciones benéficas aisladas que son el resultado de una limitada adaptación a algún ambiente o circunstancia especial. Desde luego, esto es absolutamente insuficiente para explicar cómo apareció el ADN o la propia humanidad. El evolucionismo supone que, en un período de unos seis millones de años, una antigua población prehumana se transformó gradualmente en el hombre moderno. Sin embargo, las matemáticas demuestran que se necesitarían miles de millones de años para crear y establecer una nueva cadena de ADN con sentido, de tan sólo ocho bases nitrogenadas (como por ejemplo, GTGGCTGC). Pero semejante pequeñez sería insignificante en la tarea de lograr que un simio se convirtiera en persona.
Se puede concluir, por tanto, que la selección natural existe en la naturaleza y está diseñada para conservar los distintos tipos de vida, pero no es una fuerza creativa capaz de originarlo todo, como cree el evolucionismo. La función de la selección natural es frenar la degeneración que se está produciendo continuamente en todos los seres vivos del planeta y hacer posible pequeños reajustes para la adaptación de los organismos a ambientes cambiantes. En el fondo, se trata de una actividad natural perfectamente compatible con la economía de la Caída, tal como se desprende de la perspectiva bíblica, que contribuye a poblar de vida todos los rincones de la biosfera, según el eterno plan redentor de Dios.
1 https://es.wikiquote.org/wiki/Julian_Huxley#cite_note-9
2 Véase al respecto, en este mismo medio: http://protestantedigital.com/magacin/36948/las_bacterias_resistentes_a_los_antibioticos_no_confirman_el_darwinismo
3 John C. Sanford, et al., 2013, “Selection Threshold Severely Constrains Capture of Beneficial Mutations”, Biological Information: New Perspectives (R. J. Marks III, et al., eds.), 264-297.
4 Paul D. Sniegowski, Philip J. Gerrish & Richard E. Lenski, 1997, “Evolution of High Mutation Rates in Experimental Populations of E. coli”, Nature, 387 (June 12): 703-704.
5 Michael J. Behe, 2008, The Edge of Evolution, Free Press, New York, 141-142.
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