No debemos ignorar leyes nacionales, pero también tenemos que cuestionar las que son injustas.
Al luchar con la complejidad de la migración y un argumento en contra de los indocumentados es que están infringiendo la ley. Las leyes del país limitan o prohiben su ingreso o estadía. Así que, quien está en un país sin la documentación indicada ha cometido un delito. Visto en perspectiva cristiana esta persona está pecando. Y si una persona está infringiendo la ley debe pagar las consecuencias. Si es cristiano debe arrepentirse de su pecado y dejar su mal camino (arreglar su estado migratorio o regresar a su país de origen).
Este tipo de lógica parece muy sencilla y obvia, apenas que uno comience a ver la situación con más cuidado. En primer lugar, las leyes sobre migración no son normas divinas sino dictámenes que cambian según los intereses del país. Por ejemplo, en EEUU las leyes, normas y reglas sobre los inmigrantes han cambiado muchas veces. En ocasiones han sido claramente racistas. En otros momentos han buscado la mano de obra de otros países y luego han deportado a esas mismas personas cuando ha cambiado la situación económica. También es claro que la economía del país se beneficia de la mano de obra barata y “desechable” de los indocumentados. Las leyes del país reflejan los intereses económicos internos y los cambiantes temores hacia el inmigrante en el país. No reflejan la justicia divina y la importancia bíblica de cuidar del necesitado. Se puede argumentar que todo país tiene el derecho de establecer sus propias leyes, pero cuando esas leyes hacen “pecador” al pobre y al que huye de la necesidad, entonces hay que preguntarse sobre la justicia de dichas leyes.
Lo que tampoco se toma en cuenta es que la migración y el movimiento es lujo de ricos y necesidad de pobres. Si uno tiene educación y dinero es fácil conseguir pasaportes y visas. En muchos países prácticamente se puede comprar el derecho de vivir legalmente como inmigrante. El inversionista rico y el obrero educado son deseados. Pero si es pobre tiene que viajar sin visa. Tiene que estar a la merced de quienes trafican seres humanos y vivir y trabajar sin adecuada protección legal. El país receptor se beneficia de la mano de obra de los dos, pero muchas veces sólo le hace espacio al que llega con “el pan bajo el brazo”. El pecado del inmigrante pobre es que entra al país a hacer trabajo honrado y que beneficia al mismo país. Pero los intereses encontrados dentro del país, hacen imposible que hayan leyes que regulen justamente el movimiento de personas. El pobre sigue trabajando, proveyendo para su familia y beneficiando al país receptor, pero sigue siendo pecador porque difícilmente van a cambiar las leyes. El hecho que las leyes sean injustas no cambia el hecho de que existen y que el inmigrante va a infringir estas leyes para cumplir su trabajo.
Otro factor que no se toma en cuenta es que la globalización ha creado un ambiente en que hay “libre” movimiento de bienes y capital, pero que se busca limitar el movimiento de la mano de obra. Los que vivimos en países ricos nos beneficiamos de productos baratos y muchos beneficios más. Pero también nos damos cuenta que a muchas compañías transnacionales les conviene que hayan países con mano de obra barata y que los países pobres produzcan para exportación y no para el beneficio interno. También hay gran corrupción en muchos países pobres que hace más difícil que pueda haber justicia para el pobre. El pobre que rechaza dejarse atar por esas situaciones es “ilegal” y pecador.
Por supuesto, que hay gente que migra sin documentos por aventura, para tratar de hacer daño o para participar en crimen. Pero ese grupo es muy pequeño en comparasión a la gran cantidad que están buscando una mejor oportunidad y que están dispuestos a trabajar arduamente.
El indocumentado ha cometido un crimen menor (estar en el país sin la documentación que no puede conseguir). Pero ese mismo “criminal” se queda en la casa a la que entró sin autorización para limpiar los baños, cuidar los niños, arreglar el techo y el jardín y pintar la casa. Después de esto trabaja en el campo recogiendo la fruta y las verduras y cuidando de los animales que serán nuestra cena. Y hace todo eso por un salario bajo, sin prestaciones y sin protección legal. Han infringido la ley, pero también han beneficiado al país. Han pecado y han beneficiado al país.
No hay una solución fácil al asunto de la migración mundial. Se podría hacer muchos argumentos muy lógicos que explicaran porque se debe limitar el movimiento de personas. Pero el hecho es que estamos en tiempo de una migración mundial fenomenal. Y las leyes de muchos países no están al día con esa realidad o están tratando de controlar el movimiento a beneficio propio.
Todo el proceso suscita serios retos éticos. No debemos ignorar leyes nacionales, pero también tenemos que cuestionar las que son injustas. Cualquier análisis ético también nos obliga a reconocer que algunos de los intereses que quieren limitar el movimiento de personas lo hacen por razones poco éticas. También nos confrontamos con el hecho de que nuestros compromisos como cristianos nos llaman a ver la situación en perspectiva global, no sólo desde los intereses de nuestro país. Si vamos a declarar pecador/a al indocumentado, entonces también reconozcamos que hay mucho pecado entre las personas que se benefician de mantener las cosas como están. Y en la humildad cristiana de reconocer que todos somos pecadores y que todos nos “beneficiamos” de los sistemas injustos, tal vez podamos encontrar camino para que haya más justicia para los inmigrantes pobres que son obligados a migrar sin documentos por el solo hecho de ser pobres.
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