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Protestante Digital

 
El poder transformador de la palabra LXVIII
 

Teología del Camino de Juan Mackay

El Camino es el símbolo de una experiencia inmediata de la realidad, en que el pensamiento, engendrado por un serio y vivo interés, genera a su vez la decisión y la acción.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 12 DE MARZO DE 2017 07:25 h

Continúo ofreciendo algunas pinceladas sobre el pensamiento de Juan A. Mackay, 'el teólogo del camino'. Para ello me valgo de las afirmaciones de algunos autores que han profundizado en su obra. Parafraseando a Bonino, pregunto: "¿Cómo releer a Mackay desde nuestra Latinoamérica y nuestra España de hoy? ¿Qué significa encontrarse con ese hombre, no desde el balcón del espectador de esa historia sino en el camino común que él anduvo y en el que nosotros andamos hoy, mucho más de medio siglo después?".



 



Teología del Camino



Mackay es llamado 'el teólogo del Camino' por quienes han leído su libro Prefacio a la teología (1943), obra que contiene la esencia de las conferencias Sprunt que él impartió en el Seminario Unido de Richmond (Virginia), el año 1940. En Una palabra del autor, escrita al inicio del libro, señala: "Lo que aquí se ofrece no es, en ningún sentido, una introducción a la Teología; mucho menos un texto elemental o un manual de nociones teológicas. Es simplemente lo que dice ser, prefacio, una palabra preliminar a la discusión teológica, un vistazo a las fronteras entre la teología y la religión. En estos capítulos se cristalizan una serie de reflexiones sobre cuestiones religiosas y teológicas que el que esto escribe considera de importancia. Al trasladarlas al papel, trata el autor de hacer lo mismo que ensayó al pronunciar oralmente las conferencias, o sea, dirigirse al lector inteligente ordinario, así fuere ministro o laico, más bien que al teólogo técnico. Pero ha procurado, no obstante, tratar materias que no son tanto rudimentarias como elementales, y que la teología debe tomar en consideración".



Los que han leído el libro comentan que en el mismo Mackay realiza una ampliación de la narración del camino a Emaús, después de la Resurrección, con la figura del balcón. Dice: "Lo que más necesitamos en este momento no es una defensa de la religión, del cristianismo o de la Iglesia cristiana. Lo que los hombres anhelan es que el pensamiento se convierta en un medio a través del cual ellos puedan escuchar Una Voz que venga del más allá, que les ayude a percibir el perfil de un Rostro... La única respuesta adecuada a este anhelo es la Revelación...". Según Mackay, esa Voz y ese Rostro se revelan en el Camino y no desde la contemplación desde el balcón.



Para Mackay, "El balcón —esa pequeña plataforma de madera o piedra, que sobresale de la fachada, en las ventanas altas de las casas españolas e iberoamericanas— es el lugar en que la familia puede reunirse al atardecer o por la noche, para contemplar, a guisa de espectadores, todo lo que pasa allá abajo en la calle, o para ver la puesta del sol, o para extasiarse ante las estrellas de lo alto. Concebido así, el Balcón es el punto de vista clásico, y, por tanto, el símbolo, del espectador perfecto, para quien la vida y el universo son objetos permanentes de estudio y contemplación. No es necesario, en el sentido en que aquí usamos el término, que el Balcón esté fijo en un sitio. Un hombre puede vivir una existencia permanentemente balconizada, aun cuando tenga físicamente la ubicuidad de un trotamundos. Porque el Balcón significa una inmovilidad del alma, que puede coexistir". (Prefacio a la teología cristiana)



El balcón era el símbolo del espectador, para el que todo alrededor es objeto solamente de contemplación. Así Mackay se refiere a esta forma como una tentación para el pensador y misionero cristiano, de situarse en esta posición de contemplar y analizar los males de abajo.   



Dice Mackay: "En la esfera religiosa, los representantes clásicos de la actitud del Balcón hacia Dios y la vida, son los fariseos de la época de Jesús. Aquellos hombres conocían a Dios y al hombre desde el desapego de sus perchas del Balcón. Glorificaban el conocimiento religioso a costa de la acción moral. Hacían de la práctica de los ritos el substituto de la adhesión personal a Dios. Por otra parte, su Dios era un Potentado indiferente, balconizado, que se interesaba solamente en un grupo humano selecto y que se mantenía en total indiferencia hacia las necesidades de quienes carecían de conocimientos, carácter y condición social. Y los fariseos eran como su Dios: no se interesaban en los hombres, sino solamente en los problemas acerca de los hombres. No estaban llenos de compasión por los ciegos, ni se alegraban cuando los ojos que no podían ver recibían curación. Los ciegos les interesaban sólo en calidad de problemas teológicos: ¿Qué relación había entre el pecado de un hombre y su ceguera? ¡Y qué incalificable ultraje les parecía el efectuar la curación de los ojos sin vista, en un día en que estaba prohibido trabajar!". (Prefacio...)



"Con el camino se busca un fin, se corre el riesgo, se derrama a cada paso la vida". Es el lugar de la vida real... Pero también dice que no se interpreta el Camino solo desde una perspectiva material; muchas personas que transitan por él jamás han viajado muy lejos de su escritorio o de su púlpito, su clínica del hospital o de su banco de carpintería, pero sí han atravesado lejos en el Camino de su vida". 



Dice: "El camino a Emmaús es el camino de nuestros tiempos... Nosotros también, como aquellos discípulos, habíamos soñado con una nueva edad, al igual que ellos hemos saboreado la amargura de la desilusión. La cristiandad ha sufrido una desintegración. Millones de nuestros compañeros de camino se han separado de Cristo, de la civilización cristiana y de las esperanzas cristianas. Una época ha llegado a su fin. Nuestro camino es el mismo del Camino a Emmaús. Un estado de tranquila desesperación ha llegado a dominar nuestro espíritu. Y por eso la teología tiene una tarea, la de devolver el sentido a la vida, la de restaurar los cimientos sobre los cuales se pueden construir toda vida verdadera y pensamientos verdaderos". (Prefacio...)



"El Camino es el símbolo de una experiencia inmediata de la realidad, en que el pensamiento, engendrado por un serio y vivo interés, genera a su vez la decisión y la acción. Cuando un hombre hace frente al reto de la existencia, con toda resolución y valentía, surge en él un interés vital. Se pregunta desde luego: ¿Qué debo hacer? Está ansioso de saber, no tanto lo que las cosas son en su esencia última, como lo que son y deben ser en su existencia concreta. Hace, con toda insistencia, preguntas como éstas: ¿Cómo puedo ser lo que debo ser? ¿Cómo puedo conocer a Dios? ¿Cómo puedo relacionarme con el propósito del universo? ¿Cómo puede establecerse un orden mejor que el que hoy existe?". (Prefacio...)



"La pasión que conduce al caminante a un verdadero conocimiento de las cosas últimas, es la pasión por la justicia divina. El interés por el Reino de Dios, y la adhesión completa a él, esto es, a la soberanía de Dios en la vida personal, y en la vida del género humano, constituye esa actitud del hombre que lo pone cara a cara con lo que es, final y definitivamente, real en el universo. Aceptar la soberanía de Dios sobre toda la vida es la necesaria condición previa para conocer a Dios y la vida. Este interés profundo por la justicia divina está estrechamente vinculado, en la experiencia de los caminantes del camino de la vida, con una profunda conciencia de pecado, la cual falta por completo en aquellos que van en pos de una justicia puramente humana.   A su debido tiempo, todo auténtico peregrino que "tiene hambre y sed de justicia" encuentra "su verdad", la cual se le demostrará válida como verdad por cuanto, además de que le interpreta la realidad, creará realidad en él. Será su verdad, en la misma forma personal en que puede particularizar y decir al Dios Eterno: "Tú eres mi Dios". Tal hombre se interesará más que nunca en conocer y comprender su mundo, y concederá lugar a la vida contemplativa. [...]". (Prefacio...)



 



Nos comenta John Sinclair que "con estas dos figuras literarias Mackay nos señalaba una pauta para una misiología comprometida y participativa. La Iglesia es un compañerismo de los que viven sobre el Camino y no una compañía de observadores que pasan la vida lamentando los tristes sucesos de la vida desde la seguridad del balcón... La obra de Dios se hace solamente sobre el Camino, junto con el Cristo resucitado.



Por eso, en interés del cristianismo dice Mackay lo siguiente: "El teólogo cristiano, digno de tal nombre, debe combinar el papel y cualidades del profesor con los del apóstol. En él, el testimonio, el pensamiento y la acción cristianos deben ser una sola cosa, como lo fueron en San Pablo, como lo fueron en Martín Lutero. Al presente, la teología cristiana tiene un papel misionero que desempeñar, tal como no se ha vuelto a requerir desde que los pensadores cristianos primitivos superaron con la fuerza de su pensamiento el mundo pagano. Hubo un tiempo en que así el pensamiento como la acción, en la sociedad secular, estaban fundamentalmente determinados por conceptos cristianos. Siendo eso así, la teología podía entonces seguir, sin que por ello la vida perdiera algo, un curso puramente técnico, escolástico y sectario. Pero cuando las cosas que, durante tantos siglos, se aceptaban sin réplica, empiezan a ponerse a discusión, cuando amenaza la desintegración total, cuando emergen teologías seculares, entonces la teología cristiana asume un nuevo y misionero papel. 'Hoy', como dice F. R. Barry, 'la iniciativa intelectual está pasando a la teología cristiana'. Pero si esta iniciativa ha de tomarse con toda dignidad, la teología debe abandonar su aislamiento; debe también alzarse por encima de las dificultades que obedecen a luchas de familia. Sin embargo, para que tal cosa se realice, es menester que los seminarios teológicos sean centros de pensamiento profético. En recientes generaciones, los seminarios de los Estados Unidos han sido de dos clases principales. Una es la del seminario interesado exclusivamente en descomponer la luz blanca de la revelación en las facetas que la constituyen, y que ha tenido poco o ningún interés en los problemas humanos de nuestros días ni ha mostrado la importancia de la verdad divina, con referencia a la situación en que los hombres viven y se mueven. La otra clase de seminario es la del que ha estado interesado, más o menos exclusivamente, en el problema de lo horizontal, es decir, los problemas de la vida humana en sociedad. En sus salones de clase, el pensamiento teológico no se ha fundado en la revelación divina. La teología ha sido en ellos poco más que un simple departamento de la sociología. Lo que necesitamos hoy es una unión de estos dos tipos. El énfasis vertical y el horizontal deben coincidir en una misión profética al mundo de nuestros tiempos; lo eterno debe apelar a lo temporal. Dios necesita HOMBRES, no criaturas llenas de frases rimbombantes y pegajosas. Pide podencos cuya nariz se hunda profundamente en el Ahora, y en él olfateen la Eternidad. Y si ésta estuviere demasiado enterrada, rasquen furiosamente y excaven hasta dar con el Mañana. Así que 'la teología, los teólogos y los seminarios teológicos tienen que ser misioneros. Hoy la Iglesia Cristiana no tiene tarea más importante que la teológica. La mente tiene que estar iluminada y sus corazones encendidos. De otra manera nos enfrentaremos con una parálisis total del esfuerzo cristiano. Pero el teólogo que logra producir una mente iluminada y un corazón ardiente, es aquél que ha recorrido el mismo Camino de Emmaús y allí, a la luz del crepúsculo, se ha encontrado con el Otro. En aquella Persona, el pensamiento y la acción cristiana serán una sola cosa. Obrará como hombre de pensamiento y pensará como hombre de acción". (Prefacio a la teología cristiana)



"Sólo pueden, por tanto, llegar a conocer las más hondas verdades acerca de la realidad, aquellas personas que partan de un profundo interés con respecto a la vida, y que estén dispuestas a adherirse irrevocablemente a las consecuencias plenas de la verdad que satisface dicho interés. Esas personas no piensan teóricamente sobre el problema del universo, como si ellas mismas no fueran parte del problema. Tampoco menosprecian el hecho de que la respuesta que ellos den a la verdad que apela a su conciencia, será parte de la solución total. Esto no quiere decir que todo interés sea del mismo valor ni que toda adhesión sea igualmente válida. Pero sí significa, sin embargo, que no puede haber conocimiento verdadero de las cosas últimas, es decir, de Dios y el hombre, del deber y el destino, que no haya nacido de un serio interés y se haya perfeccionado en una entrega y adhesión; lo cual equivale a decir que la verdad religiosa se obtiene solamente en el Camino. Este asunto se aclarare todavía más si hago referencia ahora a un hombre cuyo pensamiento y vida constituyen la mejor ilustración del método del Balcón. Aludo a Soeren Kierkegaard, el gran pensador danés, cuya influencia está produciendo un renacimiento de la genuina teología cristiana. Kierkegaard puede considerarse como el pensador representativo de nuestro tiempo, como el hombre que se encaró con nuestros problemas y sufrió vicariamente por nosotros, en un abismo de miseria, hace más de cien años, en una época en que Hegel proclamaba en Berlín que 'lo racional es lo real y lo real es lo racional'. Como Dostoievsky, Kierkegaard sondeó insondables profundidades de angustia, y, al igual que el gran ruso, forjó en el dolor instrumentos que nuestra generación encuentra más adecuados que cualquier otro, para interpretar su experiencia y orientar su rumbo en la actual crisis de la civilización". (Prefacio a la teología...)



Me gustaría añadir unas líneas sobre lo que dice Samuel Escobar acerca de la reflexión teológica de Mackay: "En sus abundantes escritos como teólogo y periodista Mackay iluminaba los hechos de la vida diaria con la luz de la verdad bíblica. 'Relacionándose con las realidades de la vida —decía Mackay— para las muchedumbres agitadas, para quienes viven inmersos en la diaria lucha por la vida, y para los viajeros y peregrinos en su marcha constante, la teología debe reinterpretar el sentido de su existencia y la esperanza de su salvación'.  La reflexión teológica de Mackay siempre se mantuvo atenta al torbellino de las corrientes teológicas de nuestro siglo y fue movida por un impulso misionero lanzado siempre hacia el futuro. Su discurso, sin embargo, conservó de su raíz Reformada un sentido de maravilla, solemnidad y devoción cuando se refería a Dios. El lema de su escuela en Aberdeen fue el que Mackay adoptó para el Colegio Anglo-Peruano en Lima: Initium Sapientiae Timor Domini (Pr. 1.7). Ese temor de Dios fue el principio de su sabiduría. Para él cuando la teología era fiel a su sentido esencial, venía a ser una doctrina acerca de Dios que se empieza y se prosigue a la luz de Dios mismo.  Su teología era decididamente trinitaria y soteriológica. La teología de Mackay estaba íntimamente relacionada con su experiencia espiritual, porque para él más que una abstracción o una teoría, el meollo de la realidad es un encuentro concreto y creativo entre Dios y el ser humano... un encuentro en el cual Dios toma la iniciativa y que deviene para el ser humano una experiencia transformadora que cambia su vida, ilumina su pensamiento y moldea su destino". (Cierro cita de Escobar)



Mackay afirmaba que Cristo invitaba a personas, no a instituciones y organismos, para entrar en un compañerismo de compromiso y obediencia. Para él la doctrina de la Iglesia tenía como sustento la afirmación: 'Donde está Cristo, allí está la Iglesia'. 



Como afirman algunos estudiosos de su pensamiento y obra, su actitud reflejaba una teología de compromiso y de participación; estaba siempre dispuesto a solidarizarse con los sufrientes de su entorno, además de implicarse en diversos colectivos que fomentaban la reconciliación y la pacificación.



Como señala R. Gutiérrez: "La reflexión que Mackay practicó en Latinoamérica fue la teología encarnacional de compromiso social, consideró América Latina como tierra suya; es por ello que su compromiso y su misión alcanzaron un arraigo muy fuerte en la juventud académica de este continente al inicio del siglo XX.  El espíritu de lucha por una causa justa lo heredó de su maestro Unamuno, pero los principios morales, éticos, y el compromiso social los recibió de Jesucristo".



Y agrega que "este espíritu de humanidad que tuvieron tanto Mackay como Unamuno fue heredado de la corriente mística de España y muy especialmente de Teresa de Jesús. Una enamorada de Cristo y una gran luchadora por las causas justas". A estos místicos españoles Mackay les dedica unas páginas de su libro El otro Cristo español.



Teología de compromiso social que reflejó en la búsqueda de la justicia social, la libertad religiosa, la separación entre iglesia y Estado, lo cual lo llevó a activarse más allá de lo que eran sus actividades pastorales. Se unió a colectivos que defendían los derechos humanos, a los marginados y sufrientes, la democracia... Como dice de él Paul Lehman: "John Mackay canalizó su celo protestante de proclamar el evangelio por el mundo por medio de una profunda pasión por la justicia social y lo hizo sin perder la perspectiva protestante"



También en su biografía Sinclair señala que Mackay considera al cristiano como 'una persona fronteriza' o de frontera. Que no puede vivir en un mundo religioso privado... En la esfera vocacional, los cristianos se deben mover siempre en las fronteras del orden natural, que son la esfera doméstica del hogar, la esfera de la vida pública y de negocios. En su vida de 'frontera' los cristianos son llamados a ocupar y a evangelizar todos los espacios desocupados en el mundo y en la vida vocacional de la humanidad. A ellos se les llama a confrontar el reino hostil de los 'principados y potestades' que trata de demorar la llegada del Orden de Dios y su Reino". "Para Mackay, dice, la Iglesia es verdaderamente Iglesia cuando vive como peregrina sobre el camino del propósito redentor de Dios, siempre acampando y extendiéndose sobre los límites escabrosos del Reino. Aunque la Iglesia se proclama como la institución más venerable y sea el orgullo de una nación, cultura y época, la Iglesia puede estar muerta cuando el espíritu del pionero desaparece de su visión y el desafío de la aventura con Dios no la despierta más, entonces la Iglesia ha dejado su razón de ser".



"La aventura de fe para Mackay era el avanzar a tierras desconocidas, cruzando el abismo del peligro entre las comodidades de un mundo seguro y familiar a un terreno donde se somete a prueba nuestra fe".



Continuaremos mostrando algunas pinceladas sobre el pensamiento y obra de Juan Mackay. 


 

 





 
 
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