No hay a la vista ni la reforma de la doctrina ni de las devociones. En el relato papal, la reforma significa acelerar el proceso instigado por el Vaticano II.
“Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una reforma perenne, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (La Alegría del Evangelio 26). Estas palabras del Papa Francisco, que son en realidad una cita del Vaticano II, reflejan una profunda convicción referente a la necesidad de una reforma continua en la iglesia. La pregunta es: ¿Qué clase de reforma tiene intención de hacer?
El reciente libro La reforma e le riforme nella Chiesa (La Reforma y las Reformas en la Iglesia) ayuda a contestar esta pregunta. Se trata de la publicación de los procedimientos de una conferencia internacional celebrada en Roma en 2015, organizada por la revista jesuita La Civiltà Cattolica sobre el tema de la reforma de la iglesia. El tamaño del libro, que contiene 30 artículos, y la proximidad de los editores al Papa (Spadaro es el jesuita editor de la revista y Galli es un teólogo argentino) contribuyen a hacer del libro una herramienta valiosa para comprender lo que piensa el Papa de la reforma.
NI UNA PALABRA NUEVA
En la iglesia occidental, las conversaciones sobre la reforma se han ido sucediendo desde los Concilios de Viena (1312), Constanza (1414-1418) y el de Letrán V (1512-1517). Por lo tanto, la palabra es parte del lenguaje de la Iglesia, incluso antes de la Reforma Protestante. El Concilio de Trento (1545-1563) lo utilizó abundantemente para promover cambios a nivel de la organización eclesiástica. En siglos posteriores se utilizó la palabra con precaución, por no decir con recelo, dado su sabor protestante. Fue con el Vaticano II (1962-1965) que empezó a circular (por ej. Lumen Gentium 4) usando también “aggiornamento” (actualizado) y renovación. Típicamente, el sentido católico de reforma es continuidad en el cambio y cambio en la continuidad. De nuevo, es el Vaticano II que establece el tono para la interpretación cuando dice que “cada renovación de la Iglesia está fundamentada esencialmente en un aumento de la fidelidad a su propia vocación” (Unitatis Redintegratio 6). Cuando se reforma, la Iglesia Católico Romana no pierde nada del pasado, sino que más bien trata de hacerse más fiel a lo que ya es. El criterio de reforma no es externo ni objetivo, como sería el caso si lo hicieran reconociéndolo en la Palabra de Dios, sino que siempre es interno y eclesial, esto es, la misma Iglesia establece los parámetros de su propia renovación.
Sobre este trasfondo, el Papa Francisco ha estado hablando sobre la reforma en el contexto de llamar a la iglesia a relanzar su ímpetu misionero. No hay a la vista ni la reforma de la doctrina ni de las devociones. En el relato papal, la reforma significa acelerar el proceso instigado por el Vaticano II.
LOS DOS EJES
La propia mentalidad de Francisco sobre la reforma de la Iglesia tiene dos pilares primordiales. El libro citado antes contiene una amplia evidencia afirmando ambos. El primero tiene que ver con el aumento de la “sinodalidad”, es decir, la participación de muchos integrantes en el proceso de la toma de decisiones. El papa quiere cambiar la forma en que se gobierna la Iglesia universal, de tal manera que la iglesia local, ya sean diócesis o conferencias episcopales, jueguen una parte mucho más importante en las decisiones que la afectan, sin cuestionar el ministerio universal del Papa. En resumen, Francisco desea acortar la distancia entre Roma y la Iglesia local, para asegurarse que todos actúan mejor juntos. En un resumen programático los editores escriben: “la reforma de la iglesia es la reforma sinodal de las iglesias locales y de la iglesia entera” (p. 12). La Reforma es, por consiguiente, una dinámica participativa que introduce algunos cambios estructurales menores en la organización interna de la iglesia.
El otro eje tiene que ver con la “revolución de la sensibilidad” de la que Francisco ha estado hablando desde su elección en 2013. Según este programa, la primacía de la misericordia necesita ser reconocida e implementada a todos los niveles. El Año de la Misericordia, recientemente terminado, ha indicado la naturaleza inclusiva y envolvente de lo que representa para el Papa insistir en la misericordia, desatendiendo a veces algunos aspectos de la enseñanza bíblica acerca del arrepentimiento de los pecados y volver sólo a Cristo para ser salvos de nuestra separación de Dios.
La sinodalidad y la misericordia son los dos índices de la reforma que el Papa tiene en mente. No hay ningún indicio de lo que la Reforma del siglo XVI significó para la iglesia, o sea, la recuperación de la autoridad suprema de la Biblia y el mensaje de salvación sólo por fe. No hay síntomas de ello en el sueño papal para una reforma. De acuerdo con el punto de vista de Francisco en el futuro de la Iglesia Católico Romana habrá espacio para más discusión y participación en los diferentes asuntos a todos los niveles y estará marcado por la omnipresencia de la misericordia. Esto es perfectamente legítimo de su parte e incluso admirable. Sin embargo, la siguiente pregunta permanece: ¿es ésta una reforma según el Evangelio? ¿Reconoce la misma realmente la primacía de Dios para llamar a la iglesia de nuevo al conjunto del consejo de Dios, arrepentirse de las desviaciones del Evangelio y renovar el compromiso de ser fiel al mismo? En sus cometidos con las estructuras y las actitudes, ¿entiende adecuadamente la necesidad de una reforma de la doctrina y la práctica según la Palabra de Dios?
Algunos evangélicos parece que están fascinados por la fenomenológica del Papa Francisco, a pesar de que no siempre entienden su visión teológica. Abordar el asunto de la “reforma” es un significativo punto de entrada en su mundo y da la oportunidad de empezar a comprenderlo. Cuando el Papa conmemora el 500º aniversario de la Reforma Protestante, lo que tiene en mente es una clase de reforma completamente diferente, es decir, una reforma que hará a su iglesia más católica y más romana; pero dudosamente más evangélica.
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