Pereció ahogado por verdugos cumpliendo con la condena a muerte de quien las autoridades religiosas y políticas de Zúrich que le consideraron tanto hereje como disidente político
Pagó con la vida el no haber renunciado a sus convicciones. Félix Manz, uno de los líderes anabautistas suizos, pereció ahogado por verdugos que debieron cumplir con la condena a muerte de quien las autoridades religiosas y políticas de Zúrich consideraron tanto hereje como disidente político por negarse a reconocer los principios teológicos oficiales de la ciudad.
La ejecución tuvo lugar hace 490 años, el 5 de enero de 1527.
Félix Manz nace en Zúrich en 1498. Hijo de un sacerdote católico, que llegó a ser canónigo del Grossmünster en Zúrich, Félix tuvo una buena educación escolar que le capacitó en el manejo del latín, griego y hebreo. En 1522 se une al grupo dirigido por Zwinglio que estudiaba el Nuevo Testamento en griego, en la edición realizada por Erasmo en 1516. Por la renuencia de Zwinglio a poner en práctica las conclusiones a que habían llegado en el grupo de estudio bíblico, Manz, junto con Conrado Grebel y otros, deciden comenzar a tomar distancia del reformador de Zúrich.
Conrado Grebel, Andrés Castelberger, Félix Manz, y otros, tienen noticias de lo que está sucediendo en Alemania con el movimiento encabezado por Thomas Müntzer, consistente en tomar el cielo por asalto, es decir instaurar un régimen político y religioso igualitario mediante la fuerza, por lo que le envían una carta (otoño de 1524) para informarle sobre los descubrimientos a que han llegado en su lectura del Nuevo Testamento en relación al uso de la violencia, el bautismo, la Cena del Señor, y el seguimiento ético de Jesús.
En lo concerniente a al uso de la violencia para defender al Evangelio, le externan a Müntzer: “Tampoco hay que proteger con la espada al Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos –según sabemos por nuestro hermano- tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte. Deben pasar la prueba de fuego y alcanzar la patria del eterno descanso no destruyendo a los enemigos físicos, sino inmolando a los enemigos espirituales”. Esto último, lo de inmolar a los enemigos espirituales, por supuesto debe ser tomado en un sentido figurado, en el contexto de la misiva que, como afirma John Howard Yoder, “constituye el primer testimonio del pacifismo de la Reforma radical” (escrito completo de la carta en Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976).
En diciembre de 1524 Manz envía un escrito tanto al Pequeño Concejo como al Gran Concejo de Zúrich, donde da respuesta a las acusaciones en su contra de ser “revolucionario y bestia”. Pero sobre todo se ocupa de explicar sus ideas acerca del bautismo de creyentes, el cual, de practicarse, no tendría por qué ser un factor desestabilizador del gobierno. Claro, siempre y cuando, se estableciera la separación Iglesia-Estado, pero mientras existiese la simbiosis necesariamente el disidente en cuestiones teológicas era, inevitablemente, también adversario político.
En su exposición escrita, Manz cita varios pasajes neotestamentarios sobre el bautismo. De manera especial se ocupa de Mateo 28:18-20, y del caso en que Ananías bautiza a Pablo comenta: “A partir de estas palabras vemos claramente qué es el bautismo y cuándo debe practicarse. Debe bautizarse a la persona que se haya convertido por medio de la Palabra de Dios, que haya cambiado su corazón y que, desde ese momento en adelante, desee vivir en vida nueva”. Para Manz la naturaleza del bautismo de creyentes excluía el bautismo de infantes.
De manera organizada y bajo terribles amenazas de persecución y muerte, algunos discípulos del reformador Ulrico Zwinglio deciden romper con él y practicar el bautismo de creyentes, ya no de infantes. Es así que en la fría noche del 21 de enero de 1525, en casa de Félix Manz, Jorge Cajakob le pide a Conrado Grebel que, en obediencia a la enseñanza de Jesucristo, le bautice. Acto seguido Cajakob bautiza al resto del grupo, diez personas. Manz, Grebel Cajakob y los demás presentes en el sencillo acto entendían que el mismo era contrario a lo normado por la Iglesia oficial, que encabezaba Ulrico Zwinglio, y que por lo tanto podrían sufrir graves represalias. No obstante decidieron actuar en consecuencia con sus creencias y comprensión del Evangelio. Buscaban restituir el cristianismo, no reformarlo.
Al día siguiente de los bautizos en casa de Félix Manz el 21 de enero de 1525, él y los otros se dan febrilmente a la tarea de evangelizar persona a persona y de bautizar a quienes se convierten y manifiestan su deseo de unirse a la iglesia de creyentes. Él, Grebel y Cajakob se encontraban en dichas actividades cuando los dos últimos son apresados en Hinwil, Groningen, el 8 de octubre de 1525. Manz logró evadir a los captores, pero el treinta y uno es conducido a las mazmorras y se une los ya encarcelados en la Torre de Bruja en Zúrich.
Manz, Grebel y Cajakob son llevados llevado a juicio el 18 de noviembre de 1525, y condenados por “su anabautismo y su conducta impropia, a permanecer en la torre con una dieta de pan y agua, y a nadie, excepto a los guardias, se le permitía visitarlos”.
Pronto les harían compañía otros anabautistas. A lo largo del gélido invierno los carceleros podían escuchar las oraciones, cánticos y predicaciones de los anabautistas presos, A pesar de las inclementes condiciones de la prisión, Grebel se dio a la tarea de escribir un trabajo prometido a los hermanos de Groningen acerca del bautismo. Conrado había afirmado antes de ser encarcelado que “si ellos [sus perseguidores] permitían que su escrito fuera impreso, él estaría dispuesto a discutir con el maestro Ulrico Zwinglio, y si el maestro Ulrico Zwinglio resultara vencedor, él, Conrado, estaría dispuesto a ser quemado; mientras que si él resultara vencedor no exigiría que Zwinglio fuera quemado”.
Tras cinco meses de encarcelamiento el osado Conrado Grebel solicita autorización para que su escrito sobre el bautismo fuera impreso. La petición, por supuesto, es rechazada después de haberse verificado un segundo juicio contra Grebel, Manz y Cajakob los días 5 y 6 de marzo de 1526. Todos reciben condena de cadena perpetua. Un nuevo mandato ordenaba castigar el acto de bautizar adultos con la pena de muerte. El 21 de marzo, con ayuda de simpatizantes y seguidores, los anabautistas presos escapan de la cárcel.
Bajo persecución Grebel y Manz se dirigen a otros cantones (Appenzell y Graubünden) para continuar con su ministerio itinerante. Cajakob toma otra dirección, pero igualmente insiste en predicar el Evangelio, bautizar creyentes, rechazar la unión Iglesia-Estado y en mantener una vida que reflejara la no violencia de Jesús. Más tarde Manz y Grebel se separan, éste se encamina a Maeinfeld, en el Oberland, donde muere en julio o agosto de 1526. De los tres, Grebel es el único que tiene una muerte natural. Por su frágil salud es presa fácil de la peste. Félix Manz es sentenciado por las autoridades protestantes de Zúrich a morir ahogado (5 de enero de 1527). Jorge Cajakob es llevado por las autoridades católicas austriacas a la hoguera (6 de septiembre de 1529).
A dos semanas de haberse evadido del encarcelamiento, Manz de nueva cuenta es aprehendido el 12 de octubre, en San Gallen, y liberado poco después con la advertencia de que abandone sus enseñanzas o se atenga a las consecuencias. En diciembre es arrestado, junto con Jorge Cajakob, en un bosque de Groningen.
La Enciclopedia Menonita consigna que el 5 de enero de 1527 Manz fue sentenciado a muerte “porque contrario a la ley y las costumbres cristianas se había involucrado en el anabautismo, porque confesó haber dicho que quería reunir a los que querían aceptar y seguir a Cristo, y unirse a ellos por medio del bautismo, de manera que sus seguidores se separaron de la Iglesia Cristiana y estaban a punto de levantar y preparar una secta propia […] porque él había condenado la pena capital […] ya que tal doctrina es perjudicial para el uso unificado de toda la cristiandad, y conduce al delito, a la insurrección y a la sedición contra el gobierno, […] Manz debe ser entregado al verdugo quien amarrará sus manos, lo pondrá en un bote y lo llevará a la cabaña más abajo; allí el verdugo meterá sus rodillas entre las manos atadas, pasará un palo entre sus rodillas y brazos y en esta posición lo lanzará al agua para que allí perezca en. Con eso se habrá apaciguado la ley y la justicia […] Sus propiedades también deberán ser confiscadas por sus señorías”.
El mismo día que se dictó sentencia contra Manz se cumplimentó la ejecución. Fue llevado desde la prisión Wellenberg al río Limmat. En el trayecto hacia el lugar donde sería cruelmente ahogado iba testificando de su fe a quienes le conducían y a una audiencia enmudecida. Una voz se hizo escuchar, era la de su madre, que le animaba a permanecer fiel a Cristo y su Evangelio.
En el bote, mientras sus verdugos le ataban manos y piernas, Manz, así dejó constancia el cronista de Zúrich, Bernhard Wyss, iba cantando In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum (En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu). Así sucedió hace 490 años.
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