Su "odio" hubiera sido sano si fuera como la sombra de un amor mayor; pero con el "desamor" en que habían caído, ni su celo contra el error podría ser sano.
La carta a los efesios presenta una extraña correlación entre amor (2.4) y odio (2.6), que nos plantea el problema de la intolerancia.
La ejemplar ortodoxia formal de los cristianos de Éfeso incluía un odio a "las obras de los nicolaítas, las cuales yo también odio" (2.6). La tensión entre amor y odio se destaca por el paralelismo con que se formulan: 2.4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor; 2.6 Pero tienes esto, que odias...y yo también odio.
Lejos de condenar el celo doctrinal de ellos, Cristo lo reconoce como cierta virtud ("tienes esto a tu favor") y hasta lo hace suyo ("las cuales yo también odio"). Pero a los efesios, en su afán por la pureza teológica, se les había escapado lo más importante: el amor hacia Cristo y el prójimo (inclusive el pecador y el hereje).
Su "odio" hubiera sido sano si fuera como la sombra de un amor mayor; pero con el "desamor" en que habían caído, ni su celo contra el error podría ser sano.
En siglos pasados la fe se definía como "pensar con Dios" (o con la iglesia). Aquí se nos habla de algo parecido: de "odiar con Cristo" lo que él también odia.
Caben aquí tres observaciones:
a) Para ser fiel cristiano, efectivamente hay que saber odiar. Dios "ha amado la justicia y aborrecido la maldad" (Sal 45.7; Pr 8.13). "Los que amáis a Jehová, aborreced el mal" (Sal 97.10). "Aborreced lo malo, seguid lo bueno" (Rom 12.9).
b) Para odiar bien, hay que "odiar con Dios": odiar lo que Dios odia, como lo odia y por las mismas razones del odio divino. Al mirar atrás a las recientes décadas (1970-90) y mirar adelante hacia el siglo XXI, cabe preguntarnos: ¿Cuáles cosas odia Dios en este panorama? ¿Por qué las odia? ¿Cómo podemos también odiarlas en Cristo, con Cristo y como Cristo?
c) Sólo podemos "odiar con Dios" cuando, aún más, "amamos con Dios". Cuando el odio, aun el más santo, crece pero el amor va descreciendo, no podemos ni odiar bien ni amar bien.
Esto es un mensaje especialmente pertinente para la iglesia evangélica de América Latina, que desde que nació se ha alimentado de polémicas muy amargas.
Durante la mayor parte de su historia ha sido una "iglesia anti": anti-católica, anti-mundo, anti-ecuménica, anti-comunista, y anti-intelectual. A veces (quizá las más de las veces), en el torrente de sus pasiones polemizantes y creyendo que está "odiando con Cristo", no se da cuenta que ha perdido su primer amor.
Ha dejado de "amar con Cristo" y está viviendo de sus propios antagonismos "anti-todo". Sería parecido a lo que pasó con los efesios al dejar que sus muchos odios habían sofocado el gran amor con que habían comenzado.
G. Campbell Morgan hace un comentario sobre esta frase que todos los evangélicos haríamos bien en meditar: Cuando oigo a personas denunciar en lenguaje amargo lo que consideran falsa doctrina, me preocupo más por los acusadores que por los acusados. Hay una ira contra la impureza que es ella misma impura. Hay un celo por la ortodoxia que es ella misma no-ortodoxa...Si han perdido su primer amor, harán más daño que bien con su defensa de la fe. Detrás de todo "contender por la fe" tiene que estar la ternura del primer amor; detrás de todo celo por la verdad tiene que estar la apertura generosa del primer amor.[11]
El evangelio es un mensaje fundamentalmente afirmativo; ¿cómo podría un evangelio negativo ser buenas nuevas? Jesucristo es el Sí y el Amén de Dios (2Co 1.19-20), pero a veces hemos perdido las grandes afirmaciones de la fe y nuestro "evangelio" ha sido reducido a un "no" y una "anatema".
Precisamente cuando nuestras convicciones afirmativas son suficientemente firmes y profundas, sabremos decir el "no" sin dejar de ser "la gente del Sí de Dios" y sin volvernos en tristes figuras amargas y antipáticas. Amando con Dios, sabremos aborrecer con él las obras falsas e injustas.
Es muy importante precisar qué era lo que odiaban los efesios y odiaba también Cristo. No se trataba meramente de aborrecer una serie de conceptos supuestamente errados sino de odiar "las obras de los nicolaítas" (2.6,15). Como veremos más adelante, esa doctrina consistía en la asimilación conformista a la cultura pagana y al imperio romano: comer carne sacrificada, fornicar (con tal idolatría), y terminar rindiendo culto al Emperador.
Cuando la iglesia debía ser una contra-cultura de resistencia hasta la muerte, terminó siendo la religión oficial de la cultura estatal e imperialista. Eso era también lo que Balaam y Jezabel habían enseñado a Israel en tiempos antiguos: la lenta y a veces inconsciente "baalización del Yahvismo". La iglesia hoy debe examinarse. Es posible que se haya llenado de odios que no son los de Cristo, y no haya sabido lo que Cristo sí odia (2.6): el acomodamiento fácil y cobarde a una sociedad piadosamente pagana.
El resultado de vivir desde sus "odios" (aún los que en sí tengan cierta justificación), y no desde el amor, es el desconectarse de su realidad, de su contexto. Se termina odiando ideas abstractas, sin amar a las personas concretas en sus situaciones reales.
A la luz de eso, es lógico que el castigo para Éfeso sea el fracaso de su misión ante el mundo: "Quitaré tu candelero de su lugar". La iglesia que deja de amar a los de su lugar, termina siendo una iglesia sin lugar. Por no vivir desde el amor, pierde toda la razón de su existencia como comunidad de fe y fracasa en su misión histórica. Mejor pues que su candelabro sea quitado, como se bota un bombillo quemado (Barclay 1957:26).
NOTAS AL PIE
[10] 2En 8.1-8 (Charlesw 1:114ss; en DíezM 4:163ss es 5.1-9) describe ampliamente el paraíso, en el tercer cielo, y el árbol de vida; ver comentario a 22.2. Sobre el árbol como centro cósmico ver Aune 1997:152.
[11] G. Campbell Morgan, A First Century Message to Twentieth Century Christians (London: Revell, 1902), pp. 46-47; traducción levemente adapatada del original inglés.
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