Cristo habla a la congregación de Éfeso. Y junto a sus muchos méritos, y a pesar de todo el prestigio de la iglesia, el Señor les confronta con un fallo fatal
Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles pero no lo son; y has descubierto que son falsos. Has perseverado y sufrido por mi nombre, sin desanimarte.
Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar su candelabro.
Pero tienes a tu favor que aborreces las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios. (Apocalipsis 2.1-7)
Cristo se había presentado a Juan con dos propósitos especiales: comisionarle para una tarea profética (1.17-19) y dirigir personalmente un mensaje a cada congregación por nombre. A partir de la visión de sí mismo que ha dado al profeta, y las palabras que le ha dirigido, el Hijo de hombre le asigna a Juan su primera misión: "Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso". Esta frase va a repetirse siete veces, con el nombre de cada congregación; ninguna comunidad de fe quedará sin una Palabra de su Señor. La fórmula "esto dice" (Tade legei) ocurre unas 330 veces en la Lxx como introducción de solemnes declaraciones proféticas (Peake; Lilje). Según Lilje, en los tiempos del NT también se usaba en proclamaciones reales.[1]
Éfeso era la ciudad más rica e importante de la región. Con Antioquía y Alejandría, compartía el liderazgo en todo el oriente del imperio. Favorecida con el puerto principal de Asia Menor y con un dominio de las rutas más estratégicas de comercio hacia Mesopotamia, Éfeso podría llamarse el Buenos Aires o la Nueva York de Asia. Además del templo a Artemis (o Diana: Hch 19.24), una de las siete maravillas del mundo antiguo, las espectaculares ruinas de Éfeso incluyen hoy un teatro (Hch 19.29,31), gimnasio, biblioteca de dos pisos, baños y mucho más. Una lujosa calle de 70 pies de ancho, orillada de bellas columnas por ambos lados, corría desde el centro de la ciudad hasta el puerto.
Como ciudad libre, Éfeso tenía su propio gobierno. Según Lilje, se inauguraban las sesiones del parlamento (boulê) con rituales de culto al emperador. Aunque Pérgamo le daba competencia para el liderazgo político de Asia Menor, Efeso funcionaba en efecto como capital de la provincia (Foulkes). El derecho de kataplous ("puerto de primera llegada") de que gozaba Éfeso significaba que los gobernadores senatoriales asignados a Asia tenían que desembarcar ahí para entrar a sus funciones en la provincia (Caird). El mismo Augusto visitó a Éfeso a lo menos cuatro veces (Lilje), entrando a la ciudad por la lujosa calzada con las pomposas ceremonias de una parousía real.
Además, como sede del gran templo de Diana, Éfeso era un lugar de peregrinajes multitudinarios que le brindaban mucho prestigio religioso y abundantes ganancias económicas. Desde el año 29 aC había sido también pionera del culto al Emperador en Asia. Ya para los tiempos de Juan se había formado una fusión entre los cultos a Artemis (Diana) y al Emperador (Foulkes; Lilje). Junto con Pérgamo, eran los lugares de mayor práctica del culto imperial en toda Asia Menor
La congregación de Éfeso era la "iglesia madre" para la provincia asiática; había sido una congregación privilegiada en todo sentido. Fue la única de las siete iglesias en que Pablo había ministrado personalmente, pasando unos tres años con ellos (Hch 20.31). Después de un poderoso avivamiento espiritual (Hch 19.17-20) siguió un violento alboroto (19.23-41; cf 1Co 15.32). Desde Éfeso el evangelio se extendió a toda la provincia de Asia (Hch 19.10). Gozaron de una sucesión pastoral que sería la envidia de cualquier congregación: ¡Pablo, Timoteo, y Juan! También había sido un notable centro de literatura cristiana. Pablo les dirigió su epístola más teológicamente profunda, y todo indica que desde Éfeso se escribieron las epístolas pastorales, el cuarto Evangelio, las epístolas juaninas, y el Apoc. Veinte años después San Ignacio de Antioquía les envió una importante carta en la que les brinda muy altos elogios.
Los méritos de la congregación de Éfeso parecían augurarle un saldo altamente positivo ante los ojos del Señor, correspondiente al gran prestigio de que gozaba. "Yo me doy cuenta", les dice Jesús, "de tu conducta, de tu trabajo ardua y de tu tenaz perseverancia". ¡Dichoso el pastor de Éfeso! De pocas congregaciones se podría decir hoy que se esfuerzan hasta la fatiga y el agotamiento (kopos: golpeado por la dura faena). González Ruiz interpreta la hupomonê como "resistencia a toda integración en el intento de `compromiso histórico' con la idolatría, sobre todo con el culto imperial"[2], que de hecho florecía en Éfeso. El odio de los efesios hacia los nicolaítas (2.6; ver 2.14-15) expresa esa terca firmeza en oponerse a toda componenda con la ideología imperial idolátrica. Por eso habían sufrido por su fe, pero sin flaquear en ningún momento: "¡Tenacidad sí tienes! Has aguantado mucho por mi nombre sin darte por vencido". Cristo les reconoce plenamente estos méritos (2.2,3,6).
Doctrinalmente, la iglesia de Éfeso era sumamente rigurosa ("no puedes aguantar a los malos") y dotada de suficiente discernimiento teológico como para desenmascarar a los seudo-apóstoles ("pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo, hallándolos embusteros"). Evidentemente se refiere a maestros itinerantes, probablemente nicolaítas, que presumían alguna especie de autoridad apostólica (cf 2Co. 11.5,13; 12.11; Did 11.3-8, 16).
Ante los "lobos" que Pablo había profetizado para Éfeso (Hch 20.29), los efesios respondían con una firmeza que llegaba a la intolerancia, un ferviente afán de ortodoxia, y una capacidad crítica para examinar a los impostores y desenmascararlos. En fin, Éfeso era una iglesia trabajadora, activa, estricta y ortodoxa. ¡Una congregación ejemplar!
¡PERO! Frente a tantos méritos, y a pesar de todo el prestigio de Éfeso como iglesia madre, el Señor les confronta con la falla fatal que efectivamente restaba valor a todas sus virtudes: "has dejado ese amor que te caracterizaba al principio".
Esta comunidad, que había sido un modelo de amor cristiano (Hch 19.10-20, 30-31; 20.17-38; Ef 1.15, "vuestro amor para con todos los santos"), ahora se había enfriado y endurecido. Sin el amor, sus arduos trabajos no eran más que activismo sin sentido. Sin el amor, ni el éxito ni el prestigio tenía el menor valor (cf 1Co 13.1-3).
¿A qué amor se refiere el Señor aquí? ¿Habían los efesios dejado de amar al Señor Jesucristo con el fervor de antes? ¿Entonces cómo podemos entender su excelente perfil congregacional? Seguramente ellos creían que realizaban sus incansables trabajos por amor del Señor; seguramente piadosos sentimientos de devoción a Dios motivaban, en gran parte, las energías de su activismo eclesiástico y su estricta rigurosidad doctrinal. ¿De qué otra forma se podría entender todas sus virtudes y logros como congregación?
A pesar de la primera impresión de que habían perdido el amor al Señor, el contexto indica que más bien habían perdido el amor al prójimo. El problema no era tanto que habían descuidado su vida espiritual, sino que habían descuidado sus relaciones de afecto y respeto a los demás. Del legítimo mérito de no poder aguantar a la maldad (cf. 2.2) y de aborrecer las obras de los nicolaítas (2.6), como Cristo mismo las aborrece, aparentemente habían pasado a aborrecer a los herejes mismos.
De odiar al pecado, es un paso sutil y fácil pasar a odiar a la persona del pecador. Y de hecho, al perder esa caridad fraterna, están faltando en su amor al Señor mismo (Mt 22.37-38; 1Jn 2.9-11; 3.10,14s; 4.17s; 4.20s; 5.1). Dejar de amar al prójimo, aun cuando esté en errores graves, es ya en sí dejar de amar a Cristo.
Tres verbos imperativos constituyen la exhortación a los efesios: "Acuérdate de dónde has caído; arrepiéntete; vuelve a tu conducta inicial". En vez de seguir gloriándose en sus laureles, debe reconocer que ha caído y volver a la práctica de amor que antes le era típica. Más que un cambio emocional, para volver a sus primeros sentimientos, el Señor les exige cambiar su conducta y realizar de nuevo las obras de antes. Si no lo hace, no tiene ningún futuro: "vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes".[3]
Ramsay ha señalado lo contextual de esta advertencia, ya que el cambio era una constante en la vida de Éfeso. La fuerte sedimentación del río Caistro hizo que la ciudad se cambiara periódicamente de ubicación: "La ciudad seguía al mar y cambió de lugar en lugar para mantener su importancia como único puerto del valle".[4] La original ciudad iónica fue trasladada después por Creso (c 550 aC) y nuevamente por Lisímaco (c 287 aC). Por otra parte, la figura de remover un candelabro traía resonancias históricas. Los bellísimos candelabros del templo de Salomón fueron llevados a Babilonia, y la del templo de Herodes se fue a parar en Roma.
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