El magisterio católico, autoridad máxima que sujeta el NT a la tradición papal, enseña que la Babilonia citada por Pedro, es un nombre simbólico a ser ‘decodificado’ por Roma.
En esta serie venimos analizando los reformadores cristianos que precedieron a Lutero (01). Nos referimos a aquellos que dieron sus vidas por amor de Jesucristo, antes que negar su nombre. Sin ellos hubiese sido imposible el hecho histórico de ‘la Reforma’. Utilizamos la obra de J. C. Varetto, teólogo protestante que desnuda el empecinamiento del Vaticano en sostener tradiciones que contrarían al Evangelio de Jesucristo.
Lo hace citando tanto a historiadores no confesionales, como a teólogos católicos y protestantes. Esta imparcialidad documental de Varetto es criticada por entusiastas defensores de la tradición papal, quienes así desvirtúan la calidad de ‘apostólica’ pregonada en la ICAR.
Del autor de ‘La Marcha del Cristianismo’ (02) reproducimos:
Los últimos días de San Pablo
‘Una suerte realmente extraña —dijo Renan— ha querido que la desaparición de estos dos hombres (Pedro y Pablo) quedara envuelta en el misterio.’ Luego, reconociendo el valor histórico de los libros del Nuevo Testamento, agrega:
‘A fines del cautiverio de Pablo, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas nos faltan a la vez. Caemos repentinamente en una noche profunda, que contrasta singularmente con la claridad histórica de los diez años precedentes.’ (03)
Conybeare y Howson (04), con su obra monumental e insuperable sobre la Vida y Epístolas de San Pablo, serán nuestros guías a través de las tinieblas que rodean a esta época de la vida del apóstol.
Recordemos que los Hechos terminan dejando al apóstol preso en el pretorio de Roma, viviendo, sin embargo, con relativa libertad en la casa que tenía alquilada, donde quedó dos años recibiendo a los que acudían a él. (05)
La vida de Pablo no termina ahí. ¿Qué siguió después? El testimonio de más valor que existe es el de Clemente de Roma, que se supone fue discípulo de Pablo y ser el mismo que figura en el NT. (06) Este, escribiendo desde Roma a Corinto, dice que Pablo predicó el evangelio "en Oriente y Occidente" y que "instruyó a todo el mundo", es decir, al Imperio Romano, y que "fue hasta la extremidad de Occidente'', antes de su martirio. "Extremidad de Occidente", no puede significar otra cosa sino España, y en esto vemos el cumplimiento de los anhelos que expresa Pablo cuando escribe a los Romanos. (07)
El Canon de Muratori, (08) un documento perteneciente al año 170, habla también del viaje de Pablo a España. Eusebio dice: "Después de defenderse con éxito, se admite por todos, que el apóstol fue otra vez a proclamar el evangelio, y después vino a Roma, por segunda vez, y sufrió el martirio bajo Nerón."
De modo que lo que sigue al relato en los Hechos es el juicio de Pablo ante Nerón. Sabía que su vida no estaba en las manos de este tirano, que su Señor lo cuidaba desde el cielo y que no lo dejaría hasta que hubiese cumplido su carrera. Por otra parte para él "morir es ganancia" (09), y el semidiós ante quien comparecía era sólo uno de "los príncipes de este siglo que se deshacen." (10) Pero como no hallaron en él crimen, fue absuelto y puesto en libertad.
Hay que recordar que este juicio tuvo lugar a principios del año 63, antes que estallara la gran persecución del año 64, que siguió al incendio de Roma. Al ser puesto en libertad, no fue luego a España, como sería fácil suponer. El cuidado de las iglesias le llamaba al Oriente. Hizo un viaje por el Asia Menor, de acuerdo con los deseos expresados desde su prisión. (11)
Después de cumplir con esta misión para con las iglesias, pudo pensar en efectuar el tan anhelado viaje a la Península Ibérica. No es probable que haya pasado por Roma, porque en ese tiempo Nerón, como un león rugiente, perseguía a los santos. Es lo más probable que en Oriente se haya embarcado para Massilla (la Marsella moderna), y de allí a España, llegando el año 64.
Después de permanecer unos dos años en España, Pablo volvió a Éfeso donde tuvo que ver con dolor que se habían cumplido sus predicciones a los ancianos de aquella iglesia. Los lobos rapaces que no perdonaban el rebaño se habían levantado por todas partes, y la siembra de la cizaña había seguido a la de la buena simiente. Siempre viajaba, a pesar de su edad ya avanzada, y parece que en Nicópolis fue prendido, encarcelado y conducido a Roma.
En esta segunda prisión, Pablo se encuentra en condiciones más desfavorables que cuando fue preso a Roma la primera vez. La iglesia en esa ciudad estaba desolada por la persecución. Cualquiera podía impunemente maltratar a un cristiano. Cinco años antes predicaba en su prisión y recibía a los judíos influyentes de Roma, pero ahora se halla en "las prisiones a modo de malhechor." (12) Era peligroso declararse cristiano y difícil hallarlo entre la multitud de presidiario. Onesíforo, el que no se avergonzó de la cadena de Pablo, tuvo que buscarlo "solícitamente" para poder hallarlo (13).
No sabemos qué clase de cargos hacían a Pablo, pero en esos días, bajo Nerón, se requería muy poca cosa para condenar a un cristiano a muerte, mayormente si se trataba de uno de los más prominentes. Bastaba acusarle de propagar una religión no reconocida por el estado (religio nova et illicita) para que la sentencia de muerte cayese despiadadamente (14). Los judíos prominentes de Jerusalén no pudieron conseguir que Pablo fuese condenado en su primer juicio, pero ahora cualquier delator podría haberlo logrado. Esta vez no tenía que comparecer delante de Nerón mismo, sino delante del prefecto (Praefectus Urbis). Sabemos algo del juicio, por lo que Pablo mismo escribió a Timoteo (15).
En esa hora de peligro faltó el hermano, faltó el amigo, faltaron todos. Pero el mejor intercesor y abogado estuvo a su lado dándole fuerzas para llevar la cruz hasta el fin de la carrera.(16) De la frase "todos los gentiles la oyesen" (17) se ha inferido que habló ante una gran multitud, y que su juicio tuvo lugar en el Foro. El tribunal no falló en esa ocasión y Pablo fue de nuevo a la cárcel. Fue entonces cuando escribió la Segunda Epístola a Timoteo. No esperaba ser absuelto, como lo esperaba y lo fue en su causa anterior. Sabía que la sentencia pronunciando la pena capital era inevitable y la veía venir con toda serenidad, porque estaba pronto a recibir todo lo que su Señor le mandase.
Sabía que sólo saldría de la prisión para ir al encuentro de la muerte. Entonces escribió a Timoteo estas palabras de triunfante esperanza, que han encendido los corazones de millares de mártires en la hora dura de la prueba.
Parece que, viendo que el proceso seguía su marcha muy lentamente, esperaba quedar algún tiempo con vida. Por eso pide a Timoteo, su hijo espiritual, que le traiga el capote, los libros, y mayormente los pergaminos (18).
Pide a Timoteo que procure venir presto a él. Este deseo es el último que expresó el Apóstol en sus escritos. Hay algunos indicios que permiten suponer que el viejo Pablo pudo ver y abrazar a su querido Timoteo antes de morir.
La sentencia de muerte fue pronunciada. La ciudadanía romana le libró de una muerte ignominiosa y de la tortura, tan fácilmente aplicada a los cristianos que morían por su fe Fue decapitado fuera de las puertas de la ciudad, en la vía de Ostia, donde existe una pirámide de aquella época, único testigo de la muerte de Pablo. Sus hermanos en la fe tomaron el cadáver que se supone fue sepultado en las catacumbas.
Así murió Pablo, apóstol y mártir, dejando a la cristiandad el precioso legado de sus trabajos apostólicos, de su intenso amor a la causa del Señor, y el ejemplo de una vida consagrada a la misión que le fue confiada.
Entre los grandes testigos del Señor ocupará siempre el primer lugar (19).
Los últimos días de San Pedro
Muy poco se sabe sobre los últimos días de este noble apóstol que desempeñó una parte tan importante entre los doce, y que tan gloriosamente actuó en los primeros días de la iglesia de Jerusalén.
Si recordamos que a él le fue encomendada la predicación del evangelio a los judíos, no está fuera de lugar suponer que se dedicó a viajar para llevar el divino mensaje a los israelitas esparcidos por todo el mundo.
Descartada como leyenda la infundada tradición de los veinticinco años de residencia en Roma, surge la pregunta:
¿Qué hizo Pedro, y dónde estuvo todo el tiempo que transcurre entre los últimos datos que de él tenemos en el libro de los Hechos, y su muerte?
La mejor respuesta a esa pregunta la tenemos en su Primera Epístola. En el último capítulo leemos la siguiente salutación: "La iglesia que está en Babilonia, juntamente con vosotros os saluda." (20) De ahí se desprende que Pedro se hallaba en la Mesopotamia, donde residían numerosos israelitas, a los cuales seguramente él estaba evangelizando, sin dejar por eso de hacer la misma cosa entre los gentiles de esa región.
Los romanistas, en su desesperación por demostrar que Pedro estaba en Roma, dan al nombre de Babilonia un sentido simbólico, sosteniendo que significa Roma. En el Apocalipsis es evidente que Babilonia es el nombre con que se designa la ciudad de los Césares, pero es del todo contrario a una sana regla de interpretación, querer ver símbolos en unas sencillas palabras de salutación fraternal.
En la misma Epístola vemos también que ésta fue dirigida "a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia". Como no es lógico suponer que se dirija una carta de esta índole a personas o agrupaciones desconocidas, es también lógico admitir que Pedro haya trabajado en esas regiones durante el período que nos ocupa.
Tocante a su muerte, todo conduce a suponer que murió crucificado. Una semiprueba la tenemos en el evangelio según San Juan (21). Ahí leemos estas palabras que el Señor dirigió a Pedro. Iba a "glorificar a Dios" por medio de la muerte, es decir, iba a sufrir el martirio. Vemos que iba a “extender sus mano”. Los romanos acostumbraban, dicen autores antiguos y modernos, hacer que los condenados a la crucifixión llevasen por el camino una especie de yugo atado a los brazos extendidos, para representar por medio de esta postura la clase de suplicio que iban a sufrir.
El testimonio de varios autores de los tiempos primitivos: Tertuliano, Orígenes, Eusebio, agrega más pruebas a la creencia que prevalecía, en los primeros siglos, de que Pedro murió crucificado, y era también admitido que a pedido suyo lo fue con la cabeza hacia el suelo.
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En nuestra serie sobre La Reforma continuaremos DM en el próximo artículo mostrando a otros dos reformadores que representan a la iglesia originaria: Jacobo y Juan.
Notas
Ilustración: ‘Santos Pedro y Pablo’, óleo de El Greco (Doménikos Theotokópoulos, 1541 – 16149) pintor griego del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez. Sus restos se conservan en Toledo, España. La obra original se encuentra en: Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
01. P+D Magacín, ‘Jesucristo, el primer reformador’ (01/10/2016); ‘El poder reformador del Evangelio’ (08/10/2016); ‘La Reforma comenzó en Jerusalén’ (16/10/2016); ‘Nerón prendió fuego a los primeros reformadores’ (23/10/2016).
02. ‘La marcha del Cristianismo’, páginas 22 a 28; J. C. Varetto (1879-1953), escritor italiano convertido a Jesucristo. Esta obra es accesible en formato pdf entrando a https://www.google.es/search?q=La+Marcha+del+Cristianismo+por+Varetto&ie=utf-8&oe=utf-8&client=firefox-b&gfe_rd=cr&ei=5GAQWOGNFcOs8wed4oWoBA
03. Joseph Ernest Renan (1823-1892) en su obra ‘La iglesia cristiana’ (1879). Este escritor, filólogo, filósofo, arqueólogo e historiador francés escribió además ‘La vida de Jesús’, y numerosas obras sobre los apóstoles. A pesar de no ser protestante, ni reformado, paradojalmente Renan fue calificado como “blasfemo europeo” por el papa Pío IX.
04. Conybeare, William John (1815-1857) y Howson, John Saul (1816-1885) autores norteamericanos protestantes, en ‘The Life and Epistles of Saint Paul’ (1866).
05. Hechos 28:30.
06. Filipenses 4:3.
07. Romanos 15:24-28.
08. Es el documento más antiguo que contiene la lista de libros del Nuevo Testamento considerados canónicos.
09. Filipenses 1:21.
10. 1ª Corintios 2:6.
11. Filipenses 2:22 y Filemón 1:22.
12. 2ª Timoteo 2:9.
13. Ibíd. 1:16-18.
14. Esto ocurre hoy día en países con regímenes totalitarios, i.e. Corea del Norte, Pakistán, Afganistán, entre muchos.
15. 2ª Timoteo 4:16, 17.
16. Varetto, sin embargo, apunta ‘En medio de las pruebas tenía un hermano fiel que estaba a su lado y le era de gran consuelo. Era el médico amado, Lucas, su viejo compañero.’ Ver: Colosenses 4:14; 2ª Timoteo 4:11; Filemón 1:24.
17. Ibíd.15.
18. 2ª Timoteo 4:13.
19. Es incomprensible que la tradición papal relegue a Pablo a un segundo plano, por darle lustre a la figura de Pedro.
20. 1ª Pedro 5:13.
21. Juan 21:19.
Importante: la mayoría de las referencias son aportadas por este autor, incluidos los énfasis en negritas; de Varetto se respetan todas sus citas bíblicas.
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