La descripción que hace Juan del imperio romano como una bestia y la ciudad como una ramera fue muy atrevida.
Aunque es el emperador, o su sumo sacerdote en Éfeso, que le tiene preso a Juan en la isla penal, él no duda en protestar los abusos del imperio. [6]
Desde el primer capítulo Juan declara que Jesucristo es "el soberano de los reyes de las naciones" (1:5 hoarjôntônbasileôntêsgês) y así constituye a Cristo en rival de César, con lo que Juan desafía la autoridad de su perseguidor.[7]
En seguida Juan desconoce al trono en Roma, al ver otro trono mayor, establecido en los cielos (Ap 4-5). En esos dos capítulos, Juan articula una teología del poder totalmente opuesto al régimen imperial.
Con la séptima trompeta culmina la primera mitad del Apocalipsis y comienza algo nuevo y distinto.Nace del mandato a Juan de "profetizar sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes" (10:11).
Es la única vez que esa fórmula cuadripartita incluye "reyes", y denunciar a reyes es lo que Juan prosigue en seguida a hacer: profetiza contra naciones y reyes (Ap 12-19).[8]
Con el capítulo 12 Juan describe cuatro derrotas de Satanás, el dragón, que lo dejan frustrado y furioso. En su desesperación el diablo organiza un equipo de trabajo, para intentar con una táctica nueva lo que antes no había podido hacer.
Primero saca una bestia del mar, que ejerce el poder del diablo mismo (13:2,4,7), pretende ser dios para recibir adoración (13:1,4,6) y hace guerra contra los santos (13:7).
Más adelante, Juan presenta un cuarto personaje, la ramera sentada sobre siete montes (17:1-3,9) y nos informa que las siete cabezas de la bestia son esos siete cerros (17:9), donde reside "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra" (17:18).
De estos datos queda obvio que los creyentes de Asia Menor entenderían que Juan estaba hablando del imperio romano y de Roma, su ciudad capital.[9]
Todo el relato de estos dos capítulos es para comunicarles que detrás del imperio romano está Satanás (13:2,4). Por eso, cualquier adoración al emperador es simple y llanamente culto satánico, como queda muy claro en 13:4, "y adoraron al dragón que le había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia". ¡Qué respuesta más contundente a la herejía nicolaíta!
La descripción del imperio romano como una bestia y la ciudad como una ramera fue muy atrevida.
En un momento cuando serias amenazas se cernían sobre las iglesias y Juan mismo era prisionero, ese lenguaje era imprudente. Además, al emplear estos términos y estos símiles tan chocantes, Juan no sólo sigue a Daniel y la tradición apocalíptica sino también adopta el lenguaje de la oposición política dentro del Imperio.[10]
Suetonio, en medio de su relato sobre Calígula, dice, "hasta aquí lo del emperador, ahora tenemos que contar su historia como monstruo" (Calig 22).
Entre los enemigos de Nerón era especialmente común describirlo como bestia. Filóstrato escribe, "He visto muchas bestias fieras en Arabia e India, pero esta bestia, que se suele llamar tirano, no sé yo cuántas cabezas tiene, ni cómo son sus garras ni sus colmillos... Es más salvaje que las bestias de la montaña y la selva, pues hasta los leones pueden ser domesticados, pero acariciar esta bestia sólo la hace crecer en ferocidad y devorartodo lo que está a la vista. De las fieras nunca se ha sabido que comieran a su propia madre, pero Nerón se sació con ese plato" (Vit.Apol. 4:38).[11]
A Domiciano, Plinio lo llama immanissimabelua ("bestia monstruosísima"), "que dentro de su cueva hace correr y lame la sangre de la humanidad" (Panegírico 48:3). Estas descripciones destacaban dramáticamente la inhumana crueldad del tirano y su aparente indomabilidad, más allá de todo control humano y racional.[12]
Pero la crítica del imperio en el Apocalipsis va más allá de sólo llamarlo bestial; ¡lo llama satánico! "El dragón [Satanás] le confirió a la bestia su [propio] poder, su reino y gran autoridad" (13:2). ¡Fue el diablo quien estableció el imperio romano!
Pablo afirma que Dios ha establecido el hecho del gobierno para defender al justo y castigar al injusto (Rom 13:1-4), pero ahora Juan aclara que el imperio, que castiga al justo y defiende al injusto, fue puesto por el diablo. Y por lo mismo, el culto al emperador, que tanto atraía a los nicolaítas, no es otra cosa sino culto a Satanás (Ap. 13:4).
La segunda bestia, que el diablo saca de la tierra, tiene cara de un benigno cordero, pero su voz es la voz del dragón, del mismo Satanás (13:11-18).
Con su buena cara, es "el Ministro de Propaganda" (F.F. Bruce 1969:653; Mounce 1998:257) y "la encargada de relaciones públicas" de la primera bestia. Läpple (1971:154) lo considera el teólogo oficial de la bestia.
Para Wink (1986:93) la segunda bestia representa "la maquinaria sacerdotal de propaganda del imperio". Bruce lo relaciona con el culto a Roma y al emperador, floreciente en Asia Menor, y específicamente con el sacerdocio de ese culto imperial en la provincia (CERTEZA 137b).
Con su linda cara de cordero, que disfraza su verdadera naturaleza diabólica, este falso profeta, según el criterio de Arens y sus co-autores (1999:1697), promueve una "teología oficial del Estado" que provee "un excelente ministerio de propaganda" para el desgobierno de la gran bestia.
Con esta segunda bestia Juan desenmascara el aparato propagandístico del imperio. La segunda bestia, mejor conocida como el Falso Profeta, imita al satánico dragón, que siempre engaña a las naciones. Sin excluir la posibilidad de una referencia a las señales falsas de los últimos tiempos, es más probable que Juan se refería a técnicas engañosas de los cultos de la época; estatuas hablantes y relámpagos simulados (13:13-15) eran trucos de uso frecuente en la época.
Otro pasaje del Apocalipsis describe la propaganda de guerra de la bestia como ranas que salen de la boca del dragón y sus dos bestias para ir a todos los reyes de la tierra e incitarlos a la guerra. ¡Parece del siglo XXI! Hoy esas ranas pasean alegres por las pantallas de nuestros televisores todos los días.
NOTAS
[6] Como profeta, Juan no sólo denuncia el mal sino también anuncia justicia. Pero Juan no ofrece ninguna esperanza para el imperio romano, excepto su destrucción. La esperanza que Juan anuncia es de un orden totalmente distinto, el reino de Dios en la nueva creación (ver capítulo 5).
[7] Juan desafía a la autoridad también cuando aplica a Cristo la fórmula "digno eres" seguida por una serie de títulos honoríficos, que era la fórmula de saludo al emperador en el coliseo, en fiestas y en procesiones.
[8] En 17:9-10 Juan alude a siete reyes, probablemente emperadores romanos, y en 17:16-17 a diez reyes aliados.
[9] Con esto no queremos afirmar que Juan pensaba solamente en el imperio romano, sino que el imperio fue su tema principal y el modelo inmediato para las figuras de las bestias y la ramera. Juan nunca nombra a Roma, y deja abierta la posibilidad para otras bestias y otras Babilonias.
[10] PssSal 2:25-29 describe a Pompeyo, quien tomó Jerusalén por asalto en 64 a.C., como un dragón. Para Oráculos Sibilinos 5:29, Nerón es una serpiente. De Domiciano, emperador cuando Juan escribe, Juvenal (Sátiras 4:37) dice "El último de los Flavianos desgarró al universo que expiraba: Roma gemía bajo el yugo de este Nerón de cabezacalva".
[11] Según Marco Aurelio, "el estar violentamente llevados y movidos por las pasiones del alma corresponde a fieras y monstruos, tales como Fálaris y Nerón" (citado por Bauckham 1993A:409); cf. OrSib 8:157. OrSib 3:134 describe a Nerón como "gran bestia" (thêrmégas).
[12] Vidas de los profetas (quizás principios de I d.C.) relaciona la figura de bestialidad con la locura de Nabucodonosor (Dn 4). "Los que pertenecen a Beliar se vuelven como un buey. Los tiranos... al fin se convierten en monstruos." Cuando Nabucodonosor comía grama, Dios la transformaba milagrosamente en comida humana, con lo que el rey recuperaba su corazón humano. Entonces lloraba y alababa a Dios, orando cuarenta veces cada día y noche. Pero en seguida Behemot volvía a posesionarse de él; se embrutecía de nuevo y perdía el don del habla (Charlesworth II:390b) "El estado establecido por esta bestia es bestial en su manera de ejercer el poder. Sólo puede describirse en términos de bestias salvajes" (Thielecke 1969:57). Estos autores describen tales regímenes como "animalescos, una bestialidad, una animalada" (Mesters y Orofino, 2003:261).
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