Juan Ginés de Sepúlveda justificó el trato esclavizante dado a los pobladores originales del conocido después como Continente Americano.
Su enfrentamiento teológico representó dos concepciones misionológicas opuestas. En la conocida como controversia de Valladolid en 1550, Bartolomé de Las Casas expuso una y otra vez que la colonización española del Nuevo Mundo era una empresa imperial ajena al espíritu de Cristo. En tanto que Juan Ginés de Sepúlveda justificó el trato esclavizante dado a los pobladores originales del conocido después como Continente Americano.
Durante su obispado en Chiapas, que dejó en 1547 para viajar a España con el fin de difundir las atrocidades cometidas por los españoles en la supuesta evangelización de la población indígena, Las Casas había insistido en que los colonizadores “solamente podían ser confesados bajo ciertas normas que él mismo había establecido. Éstas incluían entre otras la de restituir a los indios los bienes que les habían sido injustamente arrebatados […] El método que él proponía era la persuasión” (Lewis Hanke, La humanidad es una, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 82).
Juan Ginés de Sepúlveda nació en 1489 o 1490. Estudió humanidades en Córdoba, más tarde artes en la Universidad de Alcalá y teología en el Colegio de San Antonio, en Sigüenza. En Italia se unió al Colegio Español de San Clemente (Bolonia), donde es atraído por el humanismo renacentista. Tradujo obras de Aristóteles, como la Política (que dedicó al príncipe Felipe, posterior rey de España). Colaboró con el cardenal Cayetano (fiero adversario de Martín Lutero) en la enseñanza del Nuevo Testamento. En 1536, el emperador Carlos V lo designó su cronista y capellán (datos aportados por Mauricio Beuchot, La querella de la Conquista, una polémica del siglo XVI, Siglo Veintiuno Editores, México, 1992, p. 51).
Ginés de Sepúlveda tenía conocimiento de Martín Lutero y el movimiento que desató en Europa. Se sumó a la polémica que siguió al publicar Erasmo de Róterdam, en septiembre de 1524, Diatribe seu collatio de libero arbitrio (Sobre la diatriba del libre albedrío). Lutero, ocupado en otras controversias y acontecimientos tardó poco más de un año en dar a conocer su respuesta, la que fue publicada en diciembre de 1525 y titulada De servo arbitrio (versión en castellano: La voluntad determinada, refutación a Erasmo, Editorial Concordia, St. Louis, Missouri, 2006). Sepúlveda criticó duramente la posición del reformador alemán, de quien se ocupó en 1526 en la obra De fato et libero arbitrio contra Lutherum.
La suma de los principios sostenidos por Juan Ginés de Sepúlveda sobre la licitud en el uso de la violencia para “cristianizar” a los indígenas está contenida en Apologia pro libro de iustis belli causis, editada en 1550 en Roma. Esta pequeña obra fue publicada en castellano bajo el título Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
Sepúlveda sostenía desde las primeras líneas de su escrito la disyuntiva a la que daría respuesta: “Si es justa o injusta la guerra con que los Reyes de España y nuestros compatriotas han sometido y procuran someter a su dominación aquellas gentes bárbaras que habitan las tierras occidentales y australes, y a quienes la lengua española comúnmente llama indios: y en qué razón de derecho puede fundarse el imperio sobre estas gentes” (op. cit., p. 45).
Para Ginés de Sepúlveda estaba muy claro que no solamente era legítimo el uso de la violencia para conquistar a la población indígena, sino que incluso tal empresa era por el propio bien de los habitantes del Nuevo Mundo. No solamente el derecho natural estaba de parte de los conquistadores, sino que éstos tenían, incluso, el deber moral de civilizar a culturas vistas por él como notoriamente menores y salvajes.
En su horizonte hermenéutico, Sepúlveda consideraba que “todo lo que se hace por derecho o ley natural, se puede hacer también por derecho divino y ley evangélica” (Luis Patiño Palafox, Ginés de Sepúlveda y su pensamiento imperialista, Los libros de Homero, México, 2007, p. 230). En esta visión, los indios estaban destinados a servir a sus conquistadores, y al resistirse aquéllos, los españoles tenían el derecho y deber de someterles por medios violentos, ya que la resistencia no era solamente contraria a los colonizadores sino, principalmente, contra Dios.
En la controversia de Valladolid, Bartolomé de Las Casas sostuvo que los indígenas también tenían la imagen de Dios, por lo cual no debían ser tratados como bestias. Si rendían culto a divinidades y naturaleza, Las Casas consideraba que ello no era motivo para violentarles, porque “los que adoran a los ídolos, al menos tal y como sucede con los indios, acerca de quienes se ha levantado este debate, nunca han conocido las enseñanzas de la verdad cristiana ni de oídas, así que pecan menos que los judíos o sarracenos, ya que la ignorancia puede tomarse como disculpa” (Lewis Hanke, op. cit., p. 117).
La misión, para Las Casas, tenía que ceñirse al ejemplo de Cristo. Ante éste no cabía recurrir a las armas para imponer la fe. Refutó la señalada depravación de los indios por parte de Sepúlveda como argumento para hacerles la guerra: “No hay crimen tan horrible, sea el de la idolatría o el de la sodomía, o cualquier otra clase, como para recurrir que el Evangelio sea predicado por la primera vez en algún otro modo que no sea el que estableció Cristo, esto es, con un espíritu de amor fraternal, ofreciendo perdón a los pecados y exhortando a los hombres al arrepentimiento”. Además, apuntó el fraile dominico, “no ha investigado [Ginés de Sepúlveda] las Escrituras con suficiente detenimiento o seguramente no las ha comprendido bastante para aplicarlas, ya que en esta era de gracia y piedad, insiste en aplicar los principios rígidos del Viejo Testamento, que fueron dados para circunstancias especiales y así allana para los tiranos y los pillos la invasión cruel, la opresión, la explotación y la esclavitud de naciones sin defensa” (Hanke, pp. 118-119).
Ya en De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem, (Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, de 1534), Las Casas había dejado preguntas de hondas repercusiones para la forma de hacer misión: “¿Qué tiene que hacer el Evangelio con las armas de fuego? ¿qué tienen que hacer los heraldos del Evangelio con ladrones armados?” Simplemente responder a la manera de Cristo, siempre buscando la paz y la reconciliación.
El cuestionamiento que hizo Las Casas en Valladolid al teólogo imperial Juan Ginés de Sepúlveda, y a todos quienes todavía en nuestros tiempos coinciden con él respecto a usar la coerción para que las personas se hagan cristianas, sigue resonando hoy: “¿Cómo se compagina el ejemplo de Cristo con el hecho de repartir lanzadas entre los indios desconocidos antes de predicarles el Evangelio, y aterrorizar sin medida a personas totalmente inocentes por medio de un despliegue de arrogancia y de la furia de la guerra y obligarlos a escoger entre la muerte y la huida?”
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