Un análisis del sermón evangélico más famoso de todos los tiempos.
Esta misma semana hace 275 años, el gran teólogo norteamericano Jonathan Edwards (1703-58) predicó el sermón evangélico más famoso de todos los tiempos: ‘Pecadores en manos de un Dios airado’ (8 de julio 1741).
Hoy, entonces, queremos hacer tres cosas. Primero, resumir el bosquejo de aquel mensaje tan poderoso. Segundo, contrastar la homilética de Edwards con el tipo de predicación que predomina en el siglo XXI. Y tercero, defender a Edwards ante varias críticas injustas que se han lanzado contra él a lo largo de los años
1.- El resumen del sermón
Después de leer Deuteronomio 32:35 –“A su tiempo su pie resbalará”- Edwards hizo cuatro observaciones iniciales sobre los incrédulos mencionados en el versículo:
Siguiendo el método exegético puritano, antes de procurar aplicar la Palabra al pueblo Edwards primeramente estudia el pasaje bíblico con el fin de llegar a su médula doctrinal. Esta doctrina luego se convierte en el eje central de todo el sermón. ¿Cuál es la grandiosa verdad que Edwards encontró en Deuteronomio 32:35? Respuesta: “Que no hay otra cosa que mantenga a los hombres impíos fuera del infierno en todo momento que el mero placer de Dios”.
Edwards prosiguió a desarrollar diez observaciones evangélicas sobre esta doctrina bíblica. En sus propios términos:
Después de compartir sus diez observaciones teológicas, Edwards –una vez más fiel al legado puritano- se preocupa por aplicar lo antedicho a la congregación. Se dirige a los incrédulos de su congregación explícitamente: “Este terrible tema puede ser útil para despertar algunas personas incrédulas en esta congregación. Esto que has oído es el caso de cada uno de ustedes que se encuentra fuera de Cristo.
Ese mundo de miseria, ese lago de azufre ardiente se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de las llamas ardientes de la ira de Dios; allí está la ancha boca del infierno abierta de par en par; y no tienes nada sobre qué permanecer en pie, ni nada de donde agarrarte; no hay nada entre ti y el infierno sino sólo el aire; es tan sólo el poder y el puro placer de Dios el que te soporta”.
Mediante metáforas vívidas y con gran dolor en el alma, Edwards exhorta a los incrédulos a huir de la ira venidera. Aplica la doctrina a su congregación a través de los siguientes cuatro puntos:
Antes de cerrar el mensaje, Edwards siguió luchando por despertar y salvar las almas de los réprobos. Dice: “Hay razón para pensar que hay muchos ahora en esta congregación oyendo este discurso que eventualmente serán sujetos de esta miseria por toda la eternidad.”. Y de nuevo: “¡Cuántos de ustedes recordarán este discurso en el infierno!”
Como buen evangélico, señala a Cristo como la única vía de escape: “Ahora tienes una oportunidad extraordinaria, un día en el que Cristo tiene ampliamente abierta la puerta de la misericordia, permanece allí llamando y gritando con alta voz a los pobres pecadores […] Dense prisa y escapen por sus vidas; no miren tras sí, escapen al monte, no sea que perezcan”.
2.- El contraste entre Edwards y nosotros
Con tan solo leer el bosquejo del mensaje, no cabe duda alguna de que Edwards predicaba de una manera muy diferente a la nuestra. Antes que nada, su metodología era cien por cien exegética, doctrinal y teológica. Quiso encontrar las perlas escondidas dentro de un determinado versículo bíblico y se limitó a hablar únicamente sobre esta verdad doctrinal sin desviarse de ella en ningún momento.
Todo lo que dice en su sermón está explícitamente relacionado con la doctrina que sacó de su texto en Deuteronomio. Sólo después de esa labor exegética y doctrinal, empezó Edwards a aplicar el mensaje al pueblo. Hasta sus aplicaciones están fundamentadas en el texto.
Nuestra metodología evangélica actual es bien distinta. Sabemos de lo que queremos hablar en el púlpito aun antes de estudiar las Escrituras. Lo que hacemos es buscar cualquier texto bíblico que diga algo parecido a lo que ya tenemos en el corazón y empleamos aquel texto como un pretexto para dar nuestra charla. Prevalecen versículos como “Todo lo que puedo en Cristo” o “Yo sé los planes que tengo para vosotros” totalmente divorciados de su contexto inmediato.
En cuanto a contenido, he apuntado seis diferencias entre Edwards y el siglo XXI.
Primero, el mensaje de Edwards está saturado de la Palabra. No solamente se dedica a exponer un determinado versículo sino que apoya todo lo que dice a lo largo del mensaje con pasajes paralelos. ¡Menuda manera de fortalecer a una iglesia en las Escrituras! Nosotros, sin embargo, hacemos casi todo nuestro énfasis en ilustraciones, experiencias, testimonios personales, chistes y aplicaciones.
Segundo, el estilo de Edwards es teocéntrico. Todo el mensaje gira en torno a la grandeza de la gloria de Dios. Edwards despliegue la gloriosa soberanía de Dios de una manera sin precedentes.
En nuestros días, no obstante, los mensajes son antropocéntricos, centrados en el ser humano y su supuesta importancia, por ejemplo, “Tú eres un campeón” o “Sueña cosas grandes” o “Dios te necesita” o “Tú vales mucho para Dios”. Edwards nunca predicaría semejantes aberraciones.
Tercero, Edwards nos habla sobre todas las facetas de Dios. Es verdad que cuando leemos muchos otros sermones de Edwards, él habla más sobre el amor divino y su misericordia revelada en Cristo que sobre cualquier otro atributo divino; pero no se olvidó nunca de la justicia, la majestad y la santa ira y furia del Altísimo. Era valiente.
Predicó todo el consejo de Dios. Mas el siglo XXI ya no cree en la ira de Dios. El ‘dios’ de nuestros días es una mariposa, una muñeca de Barbie, un dios afeminado, dulce, un osito de peluche. Nunca se enfadaría con nadie. ¿Entonces quién tiene la razón? ¿Edwards o nosotros? La Biblia demuestra que Edwards está en lo correcto.
Cuarto, Edwards instruyó a los de su generación sobre la profundidad y la seriedad del pecado humano. Nos habla acerca del hombre en base a la doctrina de las Escrituras. Nosotros, sin embargo, creemos la mentira pagana de que todos somos buenos. “Todos metemos la pata pero en esencia somos buena gente”. Hemos resucitado la doctrina de Pelagio. En este sentido Edwards tiene mucho que enseñarnos.
Quinto, las cosas eternas se hacen reales mientras uno lee un mensaje de Edwards. No sé cuántas veces habré leído ‘Pecadores en manos de un Dios airado’, pero cada vez que lo hago, enseguida pienso en mi muerte, en la eternidad, en que no voy a estar aquí para siempre. Las predicaciones contemporáneas, sin embargo, nunca nos hablan sobre temas tan solemnes como la condenación eterna ni el infierno ni la muerte. ¡Ni pensarlo! ¡Algunos predicadores sencillamente no quieren perder a sus clientes!
Por lo tanto, los sermones de hoy se centran en cómo arreglar nuestros problemas y dolores de cabeza en el aquí y ahora. Impera un espíritu light, liviano, poco solemne donde nadie tiembla ante la Palabra del Altísimo. ¿Me pregunto si estamos bajo la maldición de Amós 8:11?
Sexto, la cristología de Edwards es excelsamente bíblica. En el sermón que hemos resumido la gloria de Cristo es anunciada a través de su grandioso ministerio de salvación. El Cristo de Edwards es un Salvador varonil e indomable. No es el ‘Jesús novio’ de nuestra generación que pasa todo el día llorando porque no le dejamos entrar en nuestro todopoderoso corazón.
En todos estos sentidos, se respira otro aire en los mensajes de Edwards que ya no sopla en nuestros días.
3.- Críticas injustas
Amé a Edwards y al Dios de Edwards mientras vivía en Irlanda. No fue hasta que vine a España en el 2007 cuando oí a ciertas personas hablar mal de él. Me molesto bastante. En realidad todos lanzaban la misma crítica una y otra vez, a saber, que “Edwards sólo habla sobre la ira de Dios”.
Debo mostrar mi desacuerdo con este juicio porque carece de solidez. No tiene justificación alguna. Basta con leer ‘Pecadores en manos de un Dios airado’ para entender que esta postura es insostenible. Hay que fijarse en cómo Edwards habla sobre el pacto de Dios con su pueblo a través de Cristo como el único lugar de refugio de la ira venidera. “Ciertamente Dios no ha dado promesas acerca de la vida eterna o de alguna liberación o preservación de la muerte eterna, sino aquellas que están contenidas en el pacto de la gracia, las promesas son sí y amén”.
Edwards explica la obra del Espíritu a lo largo del mensaje e insta a los pecadores a arrepentirse con la santa exclamación “¡oh!” continuamente en sus labios. “Oh pecador”, “Oh cuán terrible debe ser eso”, “Oh, si tan sólo consideraras esto, ya seas joven o viejo”, “Oh señores, es peligroso en extremo”. Edwards luchó con los pecadores para su bien eterno. Un varón que predica la verdad de Dios con dolores de parto en el alma merece nuestro respeto y admiración.
Con respecto a los que siguen acusando a Edwards de hacer demasiado hincapié en la ira de Dios, he llegado a las siguientes dos conclusiones:
Así que si tengo que elegir entre 1) un ignorante, 2) un perro mudo o 3) Jonathan Edwards, sé muy bien con quién me voy a quedar, con el hombre que dé más gloria a Dios.
Dios levante a 100.000 más como Jonathan Edwards en nuestros días para la gloria de Cristo y el bien del Evangelio.
Los pecadores del siglo XXI siguen estando en las manos de un Dios airado.
Los pecadores del siglo XXI siguen necesitando ser salvos a través del único camino de refugio, el bendito Salvador Jesucristo.
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