En nuestra búsqueda de Dios necesitamos tanto ritmos constantes, lugares seguros en los que podemos ver a Dios y su obra, como eventos que nos muevan de nuestro lugar.
2. Los actores
“Me encanta ir a los campamentos y realmente vale la pena asistir porque pienso que es una oportunidad para que Dios te use, te hable o te enseñe”.
En el principio creó Dios los… ¡campamentos! Todos sabemos que no es una cita exacta pero me permito una pequeña licencia, al menos durante unos minutos.
En la creación, Dios estableció numerosos ritmos naturales, equilibrios biológicos, relaciones de interdependencia. Creó procesos y eventos particulares. Estableció las leyes de la física, el mundo empezó a rodar y en Él todas las cosas subsisten: El día y la noche. Las semanas y los meses. Primavera, verano, otoño, invierno.
Todos los ríos van hacia el mar y el mar no se llena, al lugar donde los ríos fluyen, allí vuelven a fluir”. Ecl. 1:7
El trabajo y el descanso no son una excepción. O como me hicieron notar no hace muchas fechas, primero el descanso y, desde ahí, el trabajo, dado que el séptimo día de la creación vino a ser el primer día de existencia del hombre y tras esa jornada empezó a cultivar y a cuidar del huerto del Edén.
Dios creó eventos y procesos. Y en él vivimos, y nos movemos, y somos.
Uno de los eventos más destacados en el Antiguo Testamento es el sabbath, el día de reposo. Un evento en medio del proceso semanal. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios. A pesar de las numerosas (y algunas muy retorcidas) interpretaciones que determinados sectores religiosos judíos imprimieron en el día de reposo, la idea de Dios era sencilla y fundamental. Un día a la semana los seres humanos, dedicaríamos nuestro tiempo a la familia, empezando por el Padre, porque el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó.
“Tienes un tiempo donde no hay teléfonos, ni ordenadores, ni consolas, ni amigos del instituto. Estás en un ambiente apartado para pensar y reflexionar”.
En su sabiduría, Dios ha establecido para nosotros ritmos y tiempos. Él ha determinado nuestros tiempos señalados y los límites de nuestra habitación para que busquemos a Dios, que no está muy lejos de cada uno de nosotros. Adoramos y somos seres espirituales desde nuestro cuerpo físico, desde nuestros días y horas, desde nuestros procesos de crecimiento, nuestros lunes y nuestros domingos, nuestro cansancio y nuestra diversión, nuestro curso lectivo y nuestros campamentos. Nuestra humanidad es una creación sagrada y requiere de los elementos que el Creador ha establecido.
En nuestra búsqueda de Dios necesitamos tanto ritmos constantes, lugares seguros, predecibles, repetitivos, en los que podemos ver a Dios y su obra, como eventos que nos muevan de nuestro lugar, cierta improvisación y ruptura con los esquemas que nos ayude a reflexionar sobre nuestros procesos habituales y que nos permita ampliar nuestra visión de Dios, de su persona, de su obra, de su misión… Por eso mismo existen los seis días y por eso existe también el día de reposo. Somos seres creados para ambos contextos. Rutinas y estímulos novedosos. Estamos incapacitados para vivir sin estos equilibrios.
“Para mí los campamentos han sido un lugar y un tiempo en el que he podido desconectar de todo, apartarme como si del desierto se tratase y poder así pensar, meditar, reorientarme, abrir mis ojos, escuchar a Dios y tomar decisiones serias”.
Vivir en medio de la civilización moderna es un privilegio en muchos sentidos. Sin embargo, el ritmo cotidiano no puede aportar todo lo que necesitamos e incluso puede ser contraproducente no tener lugares o espacios desiertos para encontrarnos con Dios en otros “ambiente personal”. De forma inesperada, resulta que los eventos son también procesos, vistos desde una óptica panorámica, en el largo plazo. Ritmos diarios, semanales, estacionales, anuales…
Jesús a menudo se apartaba a lugares solitarios, o subía a un monte a orar, o iba con un grupo reducido de personas a un huerto para velar y orar. No todo era proclamar el reino, sanar, enseñar en las sinagogas. No todo puede ser cotidianidad. Hay que salir de ella como parte de una rutina a largo plazo.
Necesitamos caminar por nuestros desiertos. En ellos, vemos la mano de Dios de formas nuevas y diferentes. Allí encontramos la calma que nuestra alma necesita para parar y ver que Él es Dios.
Los campamentos pueden ser ese lugar. Y no solo para los jóvenes.
La próxima semana nos acercaremos al mundo de los directores de campamentos, monitores, voluntarios y gestores de campamentos.
Agradecimientos a Paula Pérez, de Segovia; Rubén Granada, de Zaragoza; y Daniel Zopetti, de Barcelona, por sus emails y aportaciones nacidas de su experiencia como campistas en numerosos campamentos juveniles. Las citas son extractos literales de su puño y letra.
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