En Lutero encontramos una impresionante combinación de firme convicción junto con una humilde flexibilidad.
Son bien conocidas las líneas básicas del proyecto histórico de la Reforma protestante [1]:
(A) Fue un despertar, ante el dogmatismo y tradicionalismo existente, de libertad de la conciencia cristiana liberada por la Palabra de Dios.
"Si no se me demuestra de las escrituras y de la sana razón, no retracto nada", dijo Lutero en su desafiante declaración ante la dieta de Worms (1521).[2]
os Reformadores, a pesar de sus fallas humanas, eran pioneros de las libertades modernas y en su momento histórico promulgaban una teología verdaderamente liberadora.[3]
(B) Los reformadores afirmaron el principio de sola scriptura como fuente y norma de verdad revelada, de fe y práctica (aunque por supuesto no única fuente de conocimiento).
Por eso, vivían con una pasión por la buena interpretación bíblica y la predicación expositiva.
(C) Otra pasión de ellos fue la pasión por el evangelio, por las buenas nuevas de la redención en Cristo por la gracia mediante la fe (sola gratia, sola fide).
(D) Para los Reformadores, la fe no era simple asentimiento a doctrinas sino la entrega de la vida entera. Para Calvino, "todo recto conocimiento de Dios nace de obediencia". La fe era fiducia y praxis (para combinar un término latín de Lutero con otro griego de la sociología moderna).
(E) Los Reformadores entendían su misión como siempre inconclusa e imperfecta; no absolutizaron su pensamiento como un sistema definitivo y final, sino que lo entendían como un proceso de búsqueda sin fin.
Por eso fueron promotores de una "ecclesia reformata semper reformanda secundum verbum Dei " ("iglesia reformada siempre reformándose según la palabra de Dios").[4] Por eso también Calvino nos dejó nueve ediciones de “La Institución", en algunos casos una revisión casi total.
Sin duda, si hubiera vivido unos años más, nos habría dejado también una décima edición. En ese aspecto, el pensamiento de los Reformadores mostraba una gran humildad y flexibilidad.
En Lutero encontramos una impresionante combinación de firme convicción junto con una humilde flexibilidad.
Al declarar sus inclaudicables convicciones evangélicas solía decir, "Esto es ciertamente la verdad", pero reconocía también que su propio conocimiento era finito y falible y que sólo Dios es absoluto (el "principio protestante", según Paul Tillich).
Lutero era un "teólogo irregular" que nunca organizó su pensamiento en una "teología sistemática".
[1] Bajo este término, en su sentido más amplio, incluimos no sólo a Lutero y Calvino sino también a la Reforma Radical y la Anglicana, sin desconocer los aportes del movimiento wesleyano.
[2] Los wesleyanos amplían la "sana razón" de Lutero en el llamado "cuadrilátero wesleyano": las cuatro fuentes de la teología son las escrituras, la razón, la tradición y la experiencia. (Según otra formulación, la fuente definitiva es la escritura, iluminada por la experiencia, la razón, la tradición y la creación). Las demás fuentes complementan el testimonio bíblico, pero no pueden contradecirlo. "La norma del cristiano respecto de lo bueno y lo malo es la Palabra de Dios, los escritos del Antiguo y Nuevo Testamento..." (Obras de Wesley, Tomo I, Sermón 12, pp. 229-30; citado en Jorge Bravo, "La teología de Juan Wesley: un reto para el presente". www.angelfire.com/pe/jorgebravo/teologia1.htm.
[3] Por eso José Martí admiraba a Lutero y opinó que todo amante de la libertad debía colgar un retrato de Lutero en la pared de su casa; ver "Sobre la teología de los reformadores: unas reflexiones" www.juanstam.com 31 octubre 2011.
[4] Parece que la frase latina fue acuñada por la iglesia reformada holandesa del siglo XVII, pero describe fielmente la actitud de los reformadores del XVI.
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