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El poder transformador de la palabra XXX

En "Ellas también cuentan" he tejido sencillas palabras para hablar de un tema de todos los tiempos como son las migraciones, del que tanto nos habla el Libro de los libros.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 29 DE MAYO DE 2016 08:40 h

Hace unas semanas comenté acerca del libro "Ellas también cuentan", editado en febrero de este año gracias a la iniciativa del pastor de la Primera Iglesia Bautista de Valencia, Eduardo Delás, quien recopiló los ensayos de 21 mujeres evangélicas que escribieron en favor de otras mujeres, ya que los fondos recaudados con la venta del mismo se destinaron a Esclavitud XXI, organización de signo cristiano que trabaja contra la trata y el tráfico de mujeres.



En este libro, "Ellas también cuentan", tuve el privilegio de escribir un artículo sobre una mujer de la Biblia: Rut. La historia de Rut siempre me ha impactado. Quizá cuenta nuestra propia historia. He tejido sencillas palabras para hablar de un tema de todos los tiempos como son las migraciones, del que tanto nos habla el Libro de los libros.



Va la primera parte:



Rut: extranjería y solidaridad (1ª Parte) Jacqueline Alencar



"En el tiempo en que los jueces gobernaban el país, hubo allí una época de hambre. Entonces un hombre de Belén de Judá emigró a la tierra de Moab, junto con su esposa y sus dos hijos. El hombre se llamaba Elimélec, su esposa se llamaba Noemí y sus dos hijos, Majlón y Quilión, todos ellos efrateos, de Belén de Judá. Cuando llegaron a la tierra de Moab, se quedaron a vivir allí.



Pero murió Elimélec, esposo de Noemí, y ella se quedó sola con sus dos hijos. Éstos se casaron con mujeres moabitas, la una llamada Orfa y la otra Rut. Después de haber vivido allí unos diez años, murieron también Majlón y Quilión, y Noemí se quedó viuda y sin hijos...".



Así empieza el pequeño libro de Rut, la moabita que acompañó a su suegra Noemí en su periplo de vuelta hacia Belén, "la tierra de pan". La familia de Elimélec y de Noemí, empujados por el hambre, había tenido que abandonar su país para buscar pan en territorio pagano, con todo lo que ello significaba para los judíos. Ahora, Noemí se encuentra sola y en un país extraño, y decide volver a casa.



Su situación no es más que la de muchos inmigrantes de hoy que buscan refugio en los países más ricos huyendo de la guerra, de la persecución religiosa o política, o de las penurias económicas. Se nos viene a la mente el éxodo doloroso de tantos inmigrantes que llegaron y llegan a nuestro país por vía aérea o en patera buscando un futuro mejor para sus hijos.



Muchos, como Rut y Noemí, han tenido que regresar a sus países de origen con las manos vacías debido a la crisis económica que azotó España y de la que aún quedan secuelas. El relato no lo menciona, pero podemos intuir que la adaptación a una cultura distinta donde se practicaba otra religión no debió resultar fácil para esta familia israelita.



 



Fidelidad y Fe en medio de la desolación y el exilio



Al rememorar la historia de esta mujer, no podemos eludir de ninguna manera incorporar las palabras migración, solidaridad, cariño, compasión, paciencia, lealtad. Y renuncia, ya que en los inicios de este maravilloso relato, asistimos atónitos ante la decisión de una joven de buen parecer y repleta de sueños, de dejar a un lado a su familia de sangre, su cultura, sus paisajes, los de Moab, su tierra natal... sus dioses, y quién sabe sus platos favoritos, o la posibilidad de una gran boda. Todo ello queda aparcado ante unas promesas de futuro que no se podían palpar y nadie podía garantizarle con seguridad.



Nadie podría haber reprochado a Rut no acompañar a su suegra, dado que su esposo había muerto y ella no tenía ninguna responsabilidad para con la madre. Pero los que conocemos al Padre podemos percibir que tenía un Plan para estas dos mujeres. Y que el corazón de Rut ya había sido tocado por Él, como se denota en las palabras de ésta cuando Noemí le dice que vuelva a su casa:



"No me ruegues que te deje y me aparte de ti, porque dondequiera que tú vayas, iré yo... Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios...". Tu Dios será mi Dios, significa la renuncia a sus dioses paganos, a sus tradiciones. La entrega es total: "Tu pueblo será mi pueblo"; no dice que será algo a medias, en parte. Había optado por estar bajo la cubierta de las alas de Dios y por ponerse al lado de los desfavorecidos.



Portada del libro

La Palabra no lo menciona, pero seguro que tanto Rut como Orfa habían oído hablar del Dios de Israel y de todo lo que había hecho por su pueblo. Sin embargo, Orfa opta por volver a su casa y a sus dioses. Ambas habían tenido la oportunidad de poder elegir libremente, pero ya sabemos que la opción por Dios implica una elección individual. En cambio, por fe Rut deja Moab, a pesar de tener todos los factores en contra. Como Abraham que dejó Ur y fue obediente a Dios, rompió con toda su vida anterior, y volvió a recibirlo todo nuevamente, pero de otra manera. Tal como lo recibirá Rut.



El seguimiento de Rut implica decir como el apóstol Pablo: "Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación..". El aceptar el Dios de Noemí significa para Rut amar al prójimo por encima del parentesco, color de piel, personalidad, cultura. Ella se anticipa a ese misericordioso samaritano que vio a un desvalido tirado en un camino y se compadeció de él, se implicó en su problema y actuó.



Pareciera como si escuchara las palabras escritas en Gálatas 6.9: "No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos". Pues como vemos a lo largo del camino a Belén, con paciencia tiene que consolar, aceptar y apoyar a una mujer cargada de amargura que no para de quejarse; una mujer piadosa que al enfrentarse a una tragedia reclama ante Dios. Que pasa de llamarse "Dulce" a llamarse "Amarga".



La actitud de Rut también denota que en esta familia había amor, aunque en el libro no se menciona. Y como dice el apóstol Pablo en 1Corintios 13, el amor es sufrido... es paciente... todo lo soporta...



Dos mujeres inician el camino de los migrantes, cruzando rayas que establecen las fronteras de los que se lanzan por la supervivencia sin ningún tipo de seguridad. Son viudas, sin hijos ni marido que las respalden en una época en que todas estas características no auguraban ningún beneficio. Dos ciudadanas de segunda en aquella época que les tocó vivir, tal como se consideraba a las mujeres, los extranjeros y los niños.



Y para colmo, Rut era extranjera y procedía de un pueblo pagano. Pero aunque enfadada con Dios, Noemí no se olvida de sus bondades, y regresa a la ciudad donde las últimas noticias decían que Dios se había acordado de su pueblo y ahora fluía el pan.



Es una situación similar a la de muchos inmigrantes y hambrientos del mundo actual que ante las imágenes de abundancia procedentes de los países desarrollados se lanzan a la aventura arriesgando incluso la vida, pues no tienen nada que perder. La de tantos hombres y mujeres, niños y mayores esperando una puerta de entrada hacia Europa, buscando la sobrevivencia. Y no es difícil imaginar que muchos serán víctimas de trata o tráfico de personas, una lacra que alcanza cifras de escándalo, llegando al nivel del tráfico de armas.



 



Confiando en Dios como un niño



Pero Rut es valiente y no piensa en las dificultades, confía en Dios como un niño. Esto me lleva a pensar que muchas veces las dificultades se nos ponen en bandeja para desanimarnos, pero podemos preparar la contraofensiva repasando la vida de Jesús en los Evangelios. Y leo que en Mateo 18.3 dice: "En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos".



Me dice que debo ser como un niño; vulnerable, simple, humilde, dependiente... como uno de ellos. No me habla de alguien poderoso, mayor, que no necesita de nadie para salir adelante. Él te quiere así, desprotegido, a la intemperie, con tus cargas sobre la espalda, buscando ardientemente su mano para no hundirte en las aguas profundas y oscuras. Para que Él pueda darte el reposo que necesitas, y puedas nadar incluso a contracorriente. Aun confiando, nada garantiza que el camino del creyente vaya a ser un camino de rosas. Continúan las cargas, las dificultades, los sinsabores.



Rut pudo quedarse en casa, pero ella había entendido el concepto de projimidad, de su amor y compromiso con el otro. Recoge a esa mujer mayor, la consuela sin reproches. La hace parte de su proyecto de vida. Le promete fidelidad. Para mí es un ejemplo extraordinario de amistad incondicional. Rut hace honor a su nombre: compañera. Y te imaginas ese camino aderezado con las quejas de Noemí; no es fácil caminar al lado del que sufre.



Imagino a tantas Rut que caminan por el mundo acompañando a las mujeres que se retuercen por el camino de la esclavitud de este nuestro siglo. Engañadas, amordazadas, prostituidas, violentadas, despojadas de toda la dignidad que les fue asegurada al ser creadas a imagen y semejanza de Dios, como consecuencia de la Caída del hombre.



Mujeres que gimen por encontrar un rescatador, un Goel. Tenemos una deuda con ellas, presentarles a su Rescatador, aquel que las ama de tal manera que dio su vida a cambio de su liberación.



Nuestra heroína no se dejó llevar por la amargura ni se deprimió. Más bien calló y acogió a Noemí, fue su refugio en tiempo de aflicción. También es un ejemplo de relación intergeneracional, tan escaso en nuestros días. Qué bueno el tener a alguien que te escucha y te inspira confianza para poderte desahogar.



Alguien que puede interceder por ti, como Cristo, aquel de quien se dice en Hebreos: "Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos". El mismo Jesús rogó por sus discípulos y por aquellos que iban a creer en él. Él nos enseña a orar por nosotros y por los demás.



Rogamos por nuestros seres cercanos, pero ¿también lo hacemos por aquellos que sufren persecución, por los refugiados, por las víctimas de trata, por los niños trabajadores, los niños-soldados? En España, nuestro país, existen unas 400.000 mujeres prostituidas de las cuales el 90% son extranjeras.



Más aún, en España cada día un millón y medio de hombres pagan por tener sexo con una mujer prostituida. Y yo pregunto: ¿nos importan esas cifras a los cristianos? O miramos hacia otro lado porque no nos importa lo que pasa en nuestro entorno.



La Palabra nos dice que el amor no hace mal al prójimo y que el cumplimiento de la Ley es el amor. Ver cada rostro humano como parte del multiforme rostro de Dios requiere un proceso paulatino, a medida que vamos prosiguiendo hacia la meta ansiada desde que abrimos la puerta de nuestro corazón a Jesús. Ver el rostro de Dios en los colectivos marginados, en los parados, los drogadictos, los niños huérfanos, en situación de desamparo; los presos, las minorías…



Dar la cara como la dio, por ejemplo, Moisés ante Faraón, cuando tuvo que elegir entre vivir como un príncipe o deambular unos buenos años por el desierto al frente del pueblo de Israel. Qué dilema. Pero él sabía de las promesas.



Y Rut dio la cara por Noemí. La fuerte era ella porque descansaba en el Dios de Israel; sabía que incluso si todo le fuera adverso estaba respaldada. Ésa era la clave para que de ella se desprendiera el amor y la misericordia por su prójimo. Valora a la mujer mayor que está a su cargo; le demuestra un amor incondicional.



(Final de la primera parte)


 

 


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