En muchas formas, este relato corresponde a la triste experiencia de muchas madres latinoamericanas.
(Ap. 12:5) Al fin esta mujer llega a dar a luz, después de sus largos y difíciles meses de embarazo, pero el bebé es arrancado de sus brazos instantáneamente, apenas nazca.
Nosotros los y las lectores sabemos bien la lógica teológica de este extraño suceso, pero nada indica que lo hubiera entendido ella. Es casi seguro que su caso era como el de Job, que no tenía cómo entender lo que le estaba pasando. Eso a veces es lo más difícil en los momentos de dolor y pérdida.
A esta mujer, como a toda madre, su embarazo le había preparado para la lactancia del recién nacido, pero ahora ella se queda con la leche en los pechos pero sin el bebé en sus brazos.[12]
Había sufrido tanto, y los dolores de parto habían sido tan insoportablemente intensos, y ahora ni tiene a su niño. Ni pudo llegar a darle el primer beso, ni darle paupau para que llorara. No puede entender lo que pasó en ese instante que le quitó a su niño; sólo sabe que, así de rápido y cruel, su tan esperado chiquitín ya no estaba.
El relato de nacimiento de Jesús según San Mateo tiene algunos paralelos con este relato. Al nacer, el Mesías es amenazado por la crueldad de Herodes. Muchas madres de Israel pierden sus varones infantes recién nacidos al poder infanticida del régimen (de nuevo, Saramago lo describe con especial ternura).
En el evangelio, el niño salvador no es raptado al cielo sino llevado al exilio en Egipto, con su madre y padre (Mt 3:13-18). Así el Hijo de Dios comienza su vida como un refugiado lejos de su tierra natal.
En muchas formas, este relato corresponde a la triste experiencia de muchas madres latinoamericanas.
La mortalidad infantil arrebata a sus hijos apenas salen del vientre. Muchos mueren en el parto, o mueren pronto después por desnutrición o por enfermedades que por una mínima atención médica se hubieran curado. Otros niños son secuestrados recién nacidos, aun dentro del hospital. La pobreza extrema es una asesina que en estas tierras mata a miles de niños. Muchas, pero muchísimas, madres latinoamericanas también sufren la dolorosa pérdida del fruto de su vientre.
Después de perder a su hijo, la mujer termina refugiada (12:6,13-16). De nuevo, esto es una bendición de Dios para protegerle a ella, pero para ella, a fin de cuentas, es un doloroso exilio.
El niño es llevado al cielo y ella al desierto. El niño recibe la protección que necesita todo niño, y éste en particular, pero la madre no recibe ninguna consolación ni compensación por la pérdida de su hijo. Para ella, el próximo paso es ser refugiada en el destierro. Hasta donde nos cuenta el pasaje, la mujer nunca sale del desierto. Madre e hijo nunca volverán a verse dentro del relato.[13] La narrativa nos hace suponer que ella muere en el exilio, y la guerra sigue contra los demás hijos de ella.
Sin embargo, Dios estaba con ella aun en el exilio. Ese lugar resultó ser un refugio que Dios había preparado para ella, en cierto sentido un anticipo del "lugar preparado" que nos promete Cristo (Jn 14:1-2). ¿Reconocía ella la gracia de Dios para ella en medio del exilio? Lo cierto es que en esa condición de refugiada Dios le proveyó a ella realmente todo lo esencial: albergue, protección y alimentación (12:6,14).
El doloroso fenómeno del exilio, tan ampliamente conocido por las familias de muchos países de nuestro continente, separa a padres e hijos de su patria y muchas veces unos de otros. Es especialmente difícil y duro para la mujer refugiada, sobre todo cuando es madre sola. ¿Y no se preocupará Dios hoy también por los millones de exiliadas de nuestros países latinoamericanos?
Por supuesto, y es más, Dios quiere que nosotros, sus hijas e hijos, seamos hoy sus instrumentos para ayudarles a ellos a llevar una vida digna y plenamente humana, a pesar de encontrarse lejos de su propia patria.
Nuestro Dios es un Dios alimentador y espera que colaboremos con él en su proyecto de "Hambre Cero". José, el primer carismático de la Biblia (Gn 41:38; visiones y sueños) dedicó lo mejor de su vida a un gran proyecto de alimentación internacional "para mantener en vida a mucho pueblo" (Gn 41-50; 50:20).
Según la fe y la alabanza de Israel, toda comida viene de Dios (Sal 104.13-15; 136.25; 147.7-9; 2Co 9.10). Eso lo destaca muy dramáticamente el Salmo 136. Después de una introducción (136:1-4), sigue una larga alabanza por la creación (136:5-9) y por el éxodo (136:10-22), los dos momentos supremos de la historia de la salvación. Pero en seguida el salmista actualiza la misericordia de Dios, primero porque se acuerda de su pueblo y lo libera de sus adversarios (136:23-24) y segundo porque "alimenta a todo ser viviente" (136:25). Esa frase final, que de ninguna manera es anticlímax, ubica el alimento diario de animales y de humanos (tanto judío como gentil, tanto cristiano como ateo o comunista) en la misma línea de las grandes proezas salvíficas de Yahvé.
Las condiciones del hambre y desnutrición, sean de refugiados o nacionales, deben preocuparnos profundamente, orientar nuestras opciones políticas y llevarnos a la acción. Para millones de seres humanos es un asunto de vida y muerte.
En una conferencia ante el XXIV Concilio General de la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana (IECLB) en Sâo Leopoldo, Brasil, el conocido teólogo y autor Frei Betto señaló que el hambre mata a 24 mil personas cada día y "cobra más víctimas que la guerra, el terrorismo, las enfermedades y los accidentes de tránsito sumados".[14] Eso nos debe motivar a todos a actuar para eliminar ese flagelo y colaborar a favor de una alimentación adecuada para todo ser humano, comenzando con las refugiadas que encontramos a nuestro lado.
NOTAS AL PIE
[12] Cf. una descripción parecida en Tina Pippin 1992:72.
[13] Mucho después Juan va a presentar a otra mujer, "la esposa del Cordero", pero ésta pertenece a otro complejo simbólico, sin continuidad narrativa con el relato del capítulo 12.
[14] Reportaje de ALC, 14 de octubre de 2004.
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