Los sueños son el carnaval del pensamiento, un laberinto de estados mentales, una danza de desorden.
Debo advertir que la leve angustia que sentí tras un sueño de hace unos días, está más que superada y en parte me ha servido –el sueño, que no la angustia para este “Desde el Corazón”.
Lejos de mí el compararme con los sueños, con los que Dios enviaba al joven José, como medio de revelar lecciones de su Soberanía sobre los hechos y la misma Historia; así y todo, creo que Dios ha usado de sueños como agentes de su Providencia, para advertir a los hombres en contra del pecado, así como para hacer ver a las mentes de los hombres, porciones de sus planes, como en el caso de José, el esposo de María, a fin de que comprendiera el nacimiento virginal del Hijo de Dios. También como mensajes preventivos y advertencias de la divina misericordia.
Es totalmente cierto que hubo sueños en tiempos antiguos en los que Dios habló a los hombres proféticamente, pero ordinariamente, los sueños son el carnaval del pensamiento, un laberinto de estados mentales, una danza de desorden.
“Desde el corazón” pienso que, ocasionalmente, los sueños son fenómenos algo desordenados, y, sin embargo, en situaciones pudieran parecernos como ordenados por Dios.
Yo puedo entender que cada gota de espuma del mar que sale despedida de la ola cuando se estrella contra un malecón acantilado, tiene fijada su ruta tan ciertamente como el camino de la luz o la órbita de las estrellas del cielo; pero los pensamientos de los hombres, y más sus sueños, parecen estar sin ley, cuando el sueño profundo cae sobre ellos.
Es tan imprevisible el vuelo de un pájaro como el curso de un sueño. Esas extravagantes fantasías parecen indómitas e ingobernables.
Muchas cosas operan para producir un sueño. Algunos dependen de la condición del estómago y de cuantiosos alimentos nocturnos, de bebidas ingeridas por el soñador antes de retirarse a descansar.
Con frecuencia deben su causa al estado del cuerpo o a la agitación de la mente. Algún serio o leve asunto que afecte los sentidos en ese momento puede hacer surgir en la mente adormecida una turbamulta de ideas extrañas.
Es posible, que mi dedicada investigación al estudio del “sueño de la mujer de Pilato”, para desarrollar mi sermón del Domingo por la tarde, fuera la causa que originara mi preocupante sueño.
“Soñé acerca de un clérigo que en lugar de ir madurando con sus años, estaba asumiendo con el sueño de su conciencia, una resignada tolerancia. Se iba adaptando al modelo impuesto por los demás clérigos y laicos, e iba renunciando poco a poco a las ideas y convicciones que le eran más caras en los años de su específico llamamiento. Creía en la victoria de la verdad, pero ya no.
Creía en cierta bondad en el hombre, pero ya no él. Creía en el bien, pero ya no. Veía que había luchado por la justicia, pero ya no tenía ánimos para luchar por ella. Confiaba en el poder de la bondad y del espíritu pacífico, pero ya no confía. Era capaz de tener ilusiones, pero ya no.
Y en su sueño, navegando en un mar tempestuoso por tormentas de la vida, iba arrojando por la borda muchas pertenencias que aligeraban el bote; cantidad de bienes que ya no le parecían indispensables. Pero, eran justamente, sus provisiones y reservas de agua. Y siguió navegando, con mayor agilidad y menos peso, pero se estaba muriendo de hambre y de sed”.
Creo que algunos comprenderán que sudé en la noche y me levanté con cierta angustia. ¿Tan terrible era navegar en la tormenta de la vida?; ¿vivir es simplemente ir abandonando?; ¿eso que llamamos jubilación es simple envejecimiento, simple resignación, ingreso en los cuarteles de la mediocridad?.
Y, naturalmente, me puse “Desde el Corazón” a pensar en una lista de batallas que desde mi juventud pensé que tendría que lidiar, y en cuál de ellas había sido derrotado y, por tanto, cuánto me queda de lo divino y humano.
Una de las primeras batallas que se nos presentan en la vida se da en el campo del amor a la verdad. Uno se ha asegurado, en sus años de estudiante, que vivirá con la verdad por delante.
Pero pronto descubre uno que, en esta tierra es más rentable y útil la mentira que la verdad; que con ésta “no se llega muy lejos” y aunque diga el refrán que “la mentira tiene las piernas muy cortas, los mentirosos avanzan en coche de fórmula 1.
Abres los ojos y ves cómo a tu lado los aduladores, los lamedores, los babosos, progresan. Y un día, uno sufre la tentación de, sonriendo, tirar la levita, abrir la mente a todo desconcierto, servir de alfombra, tirar por la borda la incómoda verdad. Ese día, uno sufre la primera derrota, se da el primer paso que te aleja de tu propia alma… y, tras el sueño, empecé a meditar ¿a qué derrota he llegado?, pues me quedan otras varias batallas.
(Continuará)
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