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El poder transformador de la palabra XIX

No se trata de ser iguales porque no lo somos, cada uno tienen su función bien definida. Solamente de ser justos cuando es necesario.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 13 DE MARZO DE 2016 08:40 h

Hace unos días se celebró el Día Internacional de la mujer, y se recordaron todos aquellos logros que hasta ahora muchas trabajaron y se sacrificaron para conseguirlos. Pero se me ocurre decir que continuamos escribiendo un libro sobre la mujer que necesita tener un final mejor.



Y no lo digo por atentar contra la tranquilidad o alcanzar alguna fama, sino porque aquende y allende nuestras fronteras se observa que a ésta todavía no se le ha restaurado totalmente la dignidad que le fue devuelta cuando por aquí pasó el de Nazaret.



Ayudados por diversos informes de organizaciones serias como la ONU, que trabajan en favor de minimizar las desigualdades en el mundo, constatamos que en el caso de las mujeres se van dando avances, lentos pero se dan.



Especialmente si los comparamos con los de la mujer del siglo XVI, como es el caso de Teresa de Jesús, por ejemplo, quien tenía que inventarse mil artilugios para poder escribir, reformar, fundar, dar a conocer la Buenas Noticias; podemos respirar un poquito más, como dicen los citados informes, vivir un poco más, ser independientes para disfrutar de las cosas buenas que Dios te pone a disposición, salvo cuando algún marido desquiciado decide quitarle la vida a su compañera o mantenerla en situación de acoso permanente y no hay gobierno que le ponga fin a esta situación.



También hoy la mujer ocupa ciertos cargos de importancia; a través de los medios de comunicación nos hemos informado de la toma de posesión de varias mujeres que han accedido a la presidencia de sus países, algunas son importantes ejecutivas, teólogas... Pero todos estos cargos se van obteniendo a cuentagotas si no me equivoco, pues todavía la brecha entre mujeres y hombres es considerable.



Según estudios del Overseas Development Institute, “A veces, la elección entre sustentar a sus hijos y cuidarles supone decisiones agonizantes. Muchas mujeres dejan sus países —y a menudo a sus hijos dependientes— para encontrar un trabajo en otro lugar. En algunos países, incluyendo España —que es uno de los mayores empleadores de trabajadoras domésticas en Europa—, el empleo que encuentran es casi siempre como sirvientas, aunque la mayoría no habían ejercido tal labor antes de emigrar”.



No les queda otra opción porque les tocó vivir en países donde la mala distribución de los recursos, la deficiente administración y la corrupción hacen que las mujeres, desde niñas, sean las grandes perdedoras.



Por ejemplo, en Perú, especialmente las niñas en situación de pobreza y extrema pobreza, dentro del contexto familiar tienen que ejercer el rol de padre y madre, ser adultas antes de tiempo. Además, en muchos casos también estudian y trabajan.



Si hay que priorizar, los padres consideran que los niños son los que deben acceder a la formación, así que estas desigualdades se van a extender a la vida adulta de las niñas. Y así sigue la cadena. No les quedará otra opción que quedar bajo la tutela de un marido que muchas veces bebe, la maltrata, maltrata a los hijos, y finalmente la abandona.



 



Niños jugando en plena calle.



También en Perú, a miles de kilómetros de Europa, la trata es un delito que va en aumento cada año. Se dan todas las modalidades de la misma como explotación sexual, explotación laboral, mendicidad, compra y venta de niños y adolescentes, tráfico y extracción de órganos, reclutamiento forzoso y fines relacionados con la comisión de delitos (para participar en actos delictivos como robo, narcotráfico, etc.).



Las mujeres y las jóvenes y adolescentes son atraídas y obligadas a prostituirse en las zonas urbanas y las zonas mineras, a través de falsas ofertas de empleo (como modelos, por ejemplo) o promesas de proporcionarles formación.



Se pide un trato más justo para ellas, como ese que en muchos países solo se da a los hombres. Y no se trata de ser iguales porque no lo somos, cada uno tienen su función bien definida. Solamente de ser justos cuando es necesario, como es el caso de las disparidades salariales, la discriminación por causa de embarazo o maternidad. Son asuntos que van mejorando pero desde el XVI, sólo por marcar un punto de referencia, ha pasado un tiempo considerable.



Pero no tan lejos de nuestro tiempo de hoy, unas grandes mujeres del siglo pasado fueron olvidadas e ignoradas en los libros de texto en España. Se trata de las mujeres que pertenecieron a la llamada "Generación del 27", de la cual sólo se conocen sus participantes masculinos como Lorca, Dalí, Buñuel, Gerardo Diego, entre otros.



Es inaudito que se las ignore en los libros de Historia, sobre todo tratándose de mujeres que tuvieron un papel destacado en lo que se refiere a comprometer la cultura con la causa de la libertad y que participaron activamente en los cambios sociales, políticos y culturales de su época, como son: Josefina de la Torre, Mª Teresa León, María Zambrano, Ernestina de Champourcín, Maruja Mallo, Concha Méndez, etc.



Pero vendría el exilio, la guerra, y quedaron en el olvido. Ellos, sus compañeros de esa generación, no se acordaron de restaurarles su lugar. Ni tampoco nosotros. Poco a poco se las va rescatando.





Mientras repasamos la situación de las mujeres en este recién estrenado siglo XXI, es grato repasar los momentos en que Jesús trata con las mujeres, contraviniendo las costumbres sociales de la época.



Con su actitud nos muestra que Dios se decanta por lo más pequeño, por lo menos favorecido, desbaratando nuestros patrones humanos. Lo hace en una época en que las mujeres y los niños no valían nada en ningún aspecto, relacionarse y darles importancia sólo traía descrédito.



Pero él lo trastoca todo y los pone en plano de igualdad, restaurándoles la dignidad. Tanto que la samaritana, mujer extranjera, pobre y de reputación dudosa recibe el informe de que Él era el Mesías esperado.



A través de María, la hermana de Lázaro, deja por sentado que una mujer tenía derecho a la formación y más en sus cosas; esto no estaba reñido con los pucheros.



Jesús se deja tocar por una mujer con flujo de sangre que podía contaminarlo, alguien que debía estar separada de todo; toca a la suegra de Pedro, la trata con afecto, a alguien que en ese momento no aportaba nada, pues ni su testimonio tenía validez.



Pero ahí entra Él con su amor y su misericordia, instaurando una nueva era. Unas mujeres le acompañaron en su muerte en la cruz y luego fueron las que dieron testimonio de Él, de su resurrección. Y van y les dan las últimas noticias a los discípulos. Y no pasa nada porque sean ellas las que fueron las llamadas para ese cometido. Lo que no hay que tener es miedo o vergüenza de confesar que creemos en Él.



Quedamos con la boca abierta, aun hoy, cuando alaba la fe de la mujer siro-fenicia, una extranjera que se atreve a contestarle y decir que su misericordia iba también para otros que no eran del pueblo de Israel, para los "perrillos".



Alaba la generosidad de la viuda que apenas da unas moneditas, que estaban destinadas a su sustento, aun cuando había gente que había dado mucho más porque les sobraba tanto... Él sabía que las viudas en el pueblo estaban totalmente desprotegidas. Recordemos a Noemí y a Rut cuando llegan a Belén sin nada que aportar. Jesús sabía que debían ser rescatadas.



Y nos sorprendemos más cuando leemos que Jesús permite que algunas mujeres le acompañaran y patrocinaran su ministerio cuando andaba por aldeas y pueblos: María Magdalena, Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y muchas otras que le servían de sus bienes.



En Hechos de los apóstoles también leemos que las mujeres estuvieron en el aposento alto perseverando unánimes en oración junto a los demás, además de la madre de Jesús y sus hermanos. En Hebreos 11 son mencionadas mujeres como Sara y Rahab.



Dios mismo puso en la genealogía de su Hijo a mujeres que hoy estarían vetadas en nuestros listados, como Rahab, Rut, Tamar... Y si seguimos hojeando el Nuevo Testamento nos encontramos a Priscila, Febe, Lidia, entre otras que son citadas.



Nos faltaría espacio para citar tantos y tantos ejemplos que tenemos en el Libro de los libros que es nuestro Manual de instrucciones.



El ejemplo de Jesús es retador. Él sabía que la mujer era un cero a la izquierda. Que la podían lapidar pero a un hombre no. Que se podían divorciar de ella por la cosa más nimia. Y la podían marginar de la sociedad por un problemilla sobre el que no tenía cont



Apoyarlas es ir sobre seguro, su compromiso es inquebrantable. No queremos continuar celebrando otros 8 de marzo con las mismas cifras de miseria e injusticia, sino con las del desarrollo sostenible y de muchas personas reconciliándose con Dios y con sus semejantes.



No queremos celebrar un 8 de marzo más con altas tasas de mortalidad de mujeres por violencia de género; ni con mujeres que son traficadas (de las personas traficadas en el mundo 80% son mujeres y alrededor de un 50% menores); ni mujeres que cruzan fronteras con niños en los brazos buscando refugio; ni con niñas mutiladas genitalmente y obligadas a casarse; ni con esclavas sexuales de los guerrilleros de cualquier parte del mundo; ni lapidadas y ejecutadas injustamente, ni sometidas a censuras de ningún tipo, etc. etc.



Deseamos, y no es una entelequia, que las mujeres sean integradas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que han sustituido a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y puedan acceder a la educación, a la asistencia sanitaria, a las ayudas para emprender actividades que les permitan generar ingresos dignos para sacar adelante a la familia.



Entonces, ya no estaremos hablando de niños abandonados, maltratados, abusados. Ya no hablaremos de niños trabajadores de la calle que venden chicles, cigarros, lustran zapatos, limpian coches, y son susceptibles de caer en la prostitución y drogodependencia. Serán niños que pueden estudiar y soñar con una vida mejor. Niños que pueden acceder a unos valores para ser hombres y mujeres de bien.



Agradezco a todas las mujeres que son voz, manos, pies, oídos, ojos... de otras mujeres. Muchas de ellas en el anonimato. Agradezco a los hombres que apoyan a las mujeres en sus proyectos, en su soledad, en su formación.



Agradezco el trabajo conjunto entre hombres y mujeres para sacar adelante iniciativas en favor de un mundo mejor. Agradezco a mujeres que trabajan por otras mujeres porque no me creo lo que hace años comentó una escritora en una entrevista: "El peor enemigo de una mujer es otra mujer". No. ¿Qué mujer va a permitir que se le tape la boca a otra mujer? ¿Que se la torture psicológicamente y se le dañe la reputación? ¿Qué mujer va a hablar mal de otra mujer? ¿Qué mujer le va a decir a otra que no tenga muchas ideas o sueños y los aparque en un desván? ¿Qué mujer va a competir con otra mujer? ¿Qué mujer va a permanecer callada cuando otra es maltratada, violada...? No.



No obstante, se percibe que queda mucho camino por andar. Los obstáculos surgen de todas partes.


 

 


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