La paz que deben construir los cristianos no puede buscarse a cualquier precio que rompa el compromiso con Cristo o con los valores del evangelio.
Bienaventurados los que hacen la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
(Mt 5:9)
Los que hacen la paz no son "pacíficos" ni tampoco "pacificadores". Estas palabras de Jesús no se dirigen a aquellos individuos que se comportan naturalmente de forma pacífica o poseen un temperamento tranquilo que nunca busca pleitos, sino más bien a aquellos que se comprometen activamente con la construcción de la paz. Tampoco el término pacificador aplicado a la persona que posee poder y lo impone unilateralmente reprimiendo a los demás si es necesario para conseguir paz, encaja bien con esta definición del Maestro. Semejante actitud era, por ejemplo, la de los embajadores de Roma que imponían la paz en su imperio por la fuerza de las armas y se les llamaba así: "pacificadores". El Señor Jesús se está refiriendo a otra actitud muy diferente.
El concepto "hacer la paz" se encuentra una sola vez en el Antiguo Testamento: El que guiña el ojo causa tristeza, pero el que abiertamente reprende hace la paz (Pr 10:10). El autor del libro de Proverbios quiere señalar que quien se hace cómplice del error o el engaño, tarde o temprano recogerá tristeza y ruina, sin embargo, aquél que sabe reprender o denunciar a tiempo el pecado está contribuyendo a construir la paz entre los seres humanos. Por tanto, el que amonesta el mal comportamiento de alguien en relación con sus hermanos de la comunidad, trabaja de alguna manera por reconciliar a las personas que están en conflicto y por traer la paz a la congregación. Así pues, tanto el versículo de Proverbios como la bienaventuranza de Jesús recogida por Mateo tienen el mismo sentido. Los hacedores de paz son quienes se esfuerzan y comprometen por reparar las relaciones deterioradas entre las personas, creando paz donde antes había discordia o enfrentamiento.
La bienaventuranza de la paz se repite posteriormente en el mismo sermón del monte mediante la invitación que hace Jesús a la reconciliación con el hermano antes de presentar la ofrenda en el altar. Por tanto, si has traído tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tienen algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda (Mt 5:23-24). El discípulo de Cristo debe tomar siempre la iniciativa en el restablecimiento de las relaciones pacíficas, incluso aunque no sea responsable del conflicto interpersonal.
No obstante, esta bienaventuranza puede entenderse también como dirigida no sólo a los que hacen la paz entre los individuos, sino también a aquellos que actúan para resolver los conflictos entre los pueblos y las naciones. En este sentido, establecer la paz se relacionaría con la justicia necesaria para que todos los países disfrutaran de las condiciones adecuadas que permitieran a sus ciudadanos desarrollarse física, intelectual, moral y espiritualmente. Es decir, un desarrollo integral en todas las dimensiones humanas posibles. Cuando la paz se alía con la justicia, no sólo desaparecen las guerras o las diferencias entre los seres humanos sino que se crea una sociedad mejor en la que cada criatura dispone de las condiciones favorables para crecer humana y espiritualmente. Es evidente que un mundo así, donde prevalecen los valores del evangelio, es el mejor de los mundos posibles aquí en la tierra. Únicamente trabajando por una sociedad más justa y humana en la que las personas puedan progresar y perfeccionarse, es posible asegurarse también la paz o la ausencia de conflictos.
¿Cómo puede actuar el creyente si, a pesar de hacer la paz, sigue teniendo enemigos? Jesús responde que sólo hay dos maneras de actuar: mediante los gestos positivos y por medio del lenguaje del amor. Ejemplos de gestos positivos frente a provocaciones negativas serían: dar o prestar al que pide, llevar la carga obligada el doble de lo que se exige, no ir a juicio por la túnica sino ofrecer también el manto y mostrar la otra mejilla después de haber sido golpeado (Mt 5:38-42). El lenguaje del amor hacia las personas que están en contra de nosotros consiste en orar por ellas y saludarlas. Es decir, desearles la paz (el shalom), el pleno crecimiento humano y espiritual (Mt 5:43-48). En una palabra, responder al mal con el bien.
Sin embargo, la paz que deben construir los cristianos no puede ser una paz a cualquier precio que rompa el compromiso con Cristo o con los valores del evangelio. El modelo de constructor de paz por excelencia será siempre el del propio Señor Jesucristo, quien se enfrentó a los poderosos de su época con humildad y amor, pero también denunciando claramente sus errores e hipocresías.
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