La Biblia dice, en contra de las teorías de la Ilustración, que los problemas del hombre se originan en el mismo centro de su ser.
Es muy posible que el Señor Jesús al pronunciar estas palabras tuviera en mente ciertas exclamaciones del salmista. Por ejemplo, el salmo 24:3-4 dice: ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién permanecerá en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón, que no ha elevado su alma a la vanidad ni ha jurado con engaño. Para el autor de este salmo el "limpio de corazón" era la persona que vivía delante de Dios con total integridad y rectitud. También el salmo 15:1-2 afirma: Oh Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en tu santo monte? El que anda en integridad y hace justicia, el que habla verdad en su corazón. Por tanto, el sentido veterotestamentario de la limpieza de corazón está relacionado con la sinceridad, la justicia y la honestidad. Se trata de personas que viven de acuerdo a lo que piensan, a lo que dicen y a aquello que hacen. Hoy diríamos que son individuos auténticos, no solamente porque son sinceros, sino sobre todo porque buscan siempre tener unas relaciones rectas y verdaderas, tanto con Dios como con sus semejantes. Personas que interiormente están exentas de malicia o perversidad, que buscan el bien y son leales con el Señor y con el prójimo.
Desgraciadamente también la impureza procede del corazón humano. Como dice el Señor: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que mancha al hombre (Mc 7:15). Del corazón salen las malas ideas, las inmoralidades, los homicidios, los adulterios, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias. Por tanto, la verdadera pureza o impureza proceden del interior del corazón, no de las faltas externas contra las reglas de pureza ritual que poseían los hebreos. El mal reside en el interior invisible con que se llevan a cabo las acciones, no en el gesto externo en sí que todos pueden ver. El mal y el bien proceden ambos del interior de la persona, no de fuera. Jesús habló en numerosas ocasiones acerca del corazón humano, pero ¿qué entendían sus contemporáneos cuando empleaba tal simbolismo?
Hoy, en nuestra cultura occidental, el corazón se ha convertido en la sede de los sentimientos. El día de san Valentín los enamorados católicos (y muchos otros que no lo son) regalan enormes corazones rojos a sus amadas con la intención de expresarles así su amor. Sin embargo, en la mentalidad judía el corazón era el centro de la personalidad de donde procedía todo lo demás. No sólo la sede de los sentimientos o las emociones, sino también la mente que razona y la voluntad que toma las decisiones. El corazón se entendía como el ser humano total. Por tanto, al decir: "bienaventurados los de limpio corazón", el Maestro se refiere a quienes son puros, no sólo externamente sino en el centro mismo de su ser, en la fuente de donde manan todas las actividades humanas. Son puros de mente, de sentimientos y de voluntad.
No se refiere a los sentimentales que se emocionan cuando oyen la Palabra de Dios pero pronto la olvidan y no viven con coherencia; ni a aquellos que siempre necesitan estímulos que les hagan llorar o les toquen la fibra emotiva, pero les aburre soberanamente la predicación doctrinal o aquella que apela a su intelecto. Tampoco está alabando aquí Jesús a los intelectuales que tienen un interés puramente académico por las Escrituras, ya que la fe cristiana no es sólo una cuestión de doctrina, comprensión o cerebro, sino también un estado completo del corazón humano.
Los fariseos habían deformado el mensaje de la revelación. Insistían continuamente en reducir la justicia en la vida del creyente a una simple cuestión de conducta externa. Es decir, de ética. De ahí que Jesús les corrigiera afirmando que la limpieza de corazón no es sólo una cuestión formal de apariencia exterior, de cumplimiento de reglas, normas o lavatorios rituales, sino algo que nace en el centro de la persona, en su mismo corazón. Un individuo podía ser legalmente justo, desde el punto de vista de la ley farisaica, pero interiormente encontrarse como un sepulcro repleto de corrupción. Para Dios lo que cuenta no son las apariencias sino la sinceridad interior.
Los pensadores y filósofos de la Ilustración llegaron a negar este principio bíblico y afirmaron que el hombre es bueno por naturaleza. Rousseau sostenía, por ejemplo, que es la sociedad la que estropea a las personas y las vuelve malvadas pero que éstas, en su origen, nacen inocentes. Con esta idea en mente escribió Emilio o De la educación, su obra más popular que tanta influencia tendría sobre la pedagogía posterior y en la que pretendía enseñar cómo hay que educar al niño en contacto con el mundo natural. Resulta paradójico que Rousseau, el gran pedagogo teórico, fracasara tan estrepitosamente en su vida familiar. Tuvo cinco hijos pero todos fueron donados a la inclusa. Se desentendió por completo de ellos y no fue capaz de aceptarlos ni de educarlos.
El error de este pensador suizo-francés arraigó en Occidente provocando la convicción de que todos los problemas del ser humano se deben al ambiente en que éste se desarrolla y que, por tanto, para cambiar al hombre lo único que hay que hacer es modificar su ambiente. Esta es una trágica falacia que olvida que el ser humano cayó al principio, precisamente en un ambiente inmejorable como era el paraíso. Colocar a las personas en un ambiente perfecto no va a solucionar el problema del mal que brota de su mismo corazón. El Señor Jesús señaló claramente que el corazón es siempre la raíz de casi todos los problemas humanos. La mayoría de nuestros pecados nacen del corazón porque, como señala el profeta Jeremías, es engañoso… más que todas las cosas, y perverso. La Biblia dice, en contra de las teorías de la Ilustración, que los problemas del hombre se originan en el mismo centro de su ser. Por tanto, no basta con crear una sociedad más justa y democrática, no es suficiente con proporcionar una buena educación a todos los ciudadanos o cultivar especialmente su intelecto. Desde luego que todo esto son acciones positivas, pero para mejorar definitivamente al ser humano hay que hurgar en su corazón. Hay que limpiarlo completamente. Y esta limpieza radical sólo la puede realizar el sacrificio de Jesucristo.
La educación por sí sola no hace bueno al hombre. Existen personas muy cultivadas intelectualmente que también son muy perversas. Muchos individuos que han sido educados en ambientes privilegiados, llegado el momento, son capaces de cometer las peores tropelías que se puedan imaginar. Insisto, la raíz del problema está en el corazón y es éste el que debe cambiar. Modificando repetidamente los planes de educación o mejorando la formación cultural de la persona no se conseguirá solucionar su problema fundamental que es de carácter espiritual.
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