Evangelizar no es ofrecer una experiencia de liberación de sentimientos de culpa, como si Cristo fuese un superpsiquiatra sino proclamar a Jesucristo como Señor y Salvador.
El señorío universal de Jesucristo (Mat 28.18; Fil 2.9-11), a partir de su resurrección y ascensión, es en realidad la base principal de la misión cristiana en el NT [Bosch 1991:39-41].
Pablo declara que Cristo está sentado a la diestra de Dios "sobre todo principado y autoridad y poder y señorío" (Ef 1.21), y que ese mismo poder de su resurrección y ascensión actúa en "nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo" (1.20; cf Rom 8.11).
La autoridad soberana de Cristo resucitado y ascendido es, a la vez, la base de nuestra misión como también el poder eficaz, activo en nosotros, para realizarla.
Según Rom 10.9, la salvación viene por confesar a Cristo como Señor, reconociendo que Dios lo ha levantado de los muertos. Muchos han señalado que bíblicamente es imposible recibir a Cristo como "Salvador" (la conversión), pero dejar como optativo la decisión de aceptarlo o no como "Señor" de mi vida (la consagración). Toda fe bíblica y auténtica se somete a Cristo como Señor desde un principio. Al respecto René Padilla ha dado en el blanco:
Sin la proclamación de Jesucristo como Señor de todo, a la luz de cuya autoridad todos los valores de la era presente se relativizan, no hay verdadera evangelización [1986:11].
Evangelizar, por lo tanto, no es ofrecer una experiencia de liberación de sentimientos de culpa, como si Cristo fuese un superpsiquiatra y su poder salvador pudiera separarse de su señorío. Evangelizar es proclamar a Jesucristo como Señor y Salvador, por cuya obra el hombre es liberado tanto de la culpa como del poder del pecado e integrado al propósito de Dios de colocar todas las cosas bajo el mando de Cristo... El Cristo proclamado por el evangelio es el Señor de todos, en quien Dios ha actuado definitivamente en la historia a fin de formar una nueva humanidad [1986:10].
I Cor 15.25 y otros pasajes nos confirman que Cristo reina ya, desde su resurrección, "y es preciso que él siga reinando hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". La meta de todo el proceso histórico, sobre el cual él reina ya desde la diestra del Padre, es que al fin él encabece todas las cosas (Ef 1.10; ta panta, equivalente griego para "el universo").
El señorío de Jesucristo es total, universal e integral.
El reina ya, no sólo en los cielos sino también en la tierra; no sólo en la eternidad sino también en la historia; no sólo en la iglesia sino también en el universo entero; no sólo en lo religioso y espiritual, sino en todo, sin excepción alguna. Por eso cantamos:
Jesucristo es el Señor, el Señor, el Señor;
Del universo es el Señor,
En la iglesia es el Señor,
Ya de mi vida es el Señor,
Gloria sea a él.
Si la misión nace del señorío de Jesús (Mat 28.18-20; Rom 10.9), entonces la misión debe tener la misma envergadura del señorío de Aquel de quien somos embajadores. El señorío total de Cristo significa la misión integral de sus discípulos, enviados al mundo para "llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo" (2 Cor 10.5).
Si Cristo es Señor del mundo de los negocios, el comerciante y el empresario cristianos son sus misioneros en el mercado. Si Cristo es Señor del taller, el obrero creyente es su misionero en el campo laboral y sindical. Si Cristo es Señor de la cultura, el músico y el pintor evangélicos son sus misioneros en el mundo de las bellas artes. Si Cristo es Señor de la Universidad, tanto el profesor como el estudiante son sus misioneros en la academia. Cumplimos la misión primero en ser buen ejemplo en los campos donde Cristo nos ha enviado, como también en llevar a otros a conocerlo como Señor y Salvador. Todo eso se puede hacer sin salir de nuestro propio país.
La misión en el NT no es menos amplia que la del AT; abarca toda tarea a la cual el Señor de señores nos envía. "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat 6.36) es parte integral de nuestra misión, para que venga su justicia y se haga su voluntad en la tierra (Mat 6.10): en tierras ticas, nicas y panameñas. Jesucristo es el Señor de la historia y de la sociedad, aunque todavía hay resistencia del usurpador Satanás y de las potestades. Precisamente por eso nuestra misión nos lleva también al terreno enemigo, a reclamar espacios de justicia para nuestro Señor.
Apoc 19.8, al describir el hermoso vestido de bodas de la esposa del Cordero, dice que "el lino fino es las acciones justas de los santos". Cuando en el nombre del Señor practicamos la justicia, y luchamos por ella, despachamos "lino fino" al divino Tejedor para que ese vestido sea preparado para el día de su venida (cf 2 Pe 3.13).
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