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Misión Integral en el Nuevo Testamento (III)
 

Encarnación y Misión Integral

La encarnación del Verbo nos propone un modelo indispensable para una misionología integral.

BENE STUDERE AUTOR Juan Stam 24 DE ENERO DE 2016 10:00 h
Jesus Maria José, pesebre encarnación

Está claro en Jn 1.1-18 que la encarnación del Hijo de Dios es la forma máxima de la revelación (Jn 1.18; cf Heb 1.1-3; 1 Tm 3.16) y la clave indispensable de la redención (1.12s).



Con la encarnación, Dios mismo asume un cuerpo humano (1.14, sárx) y vive una vida humana, habitando entre nosotros como un ser humano más.



En la encarnación Dios mismo se hace un hombre, el Creador (1.3) se hace criatura en medio de las demás criaturas. Así, en el cuerpo físico de Jesús, la unión y comunión entre Dios y la humanidad alcanza también su máxima expresión (cf 1 Tm 2.5).



La encarnación del Verbo nos propone un modelo indispensable para una misionología integral.



(1) Es un modelo de identificación. El Hijo de Dios inició su misión por volverse él mismo uno de los que había venido a salvar. La observación humana no podría percibir ninguna distinción esencial entre su humanidad y la nuestra; como auténtico misionero, se hizo carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso. No pretendió "evangelizarnos" desde afuera, desde su divinidad, sino optó por hacerlo "desde adentro" en la misma condición humana, física y vulnerable (sentido básico de "carne") en que vivimos todos nosotros.



(2) Por eso la encarnación es también un modelo de solidaridad. Para salvarnos, el Hijo se solidarizó con nuestra condición. Hizo suyas nuestras enfermedades y dolencias ("carne" vulnerable) para así redimirnos de ellas (Mat 8.17, "tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias", para así sanarlas, Mat 4.23).



No vino a los enfermos como alguien mágicamente inmune a toda dolencia, sino más bien como "varón de dolores" (Is 53.3). Cristo hizo suyo todo lo que era nuestro, hasta nuestro pecado y nuestra muerte (2 Cor 5.21; Gal 3.13). La encarnación nos enseña que misión significa solidaridad con los demás.



Kenneth Strachan, en El Llamado ineludible [1969], señaló que el "puente" que hace posible nuestro testimonio eficaz hacia los no-cristianos es la común humanidad que compartimos con ellos. En su encarnación, Jesucristo también asumió esa humanidad-en-común, esa solidaridad-en-la-misma-condición-humana (sárx), como punto de partida de su misión.



(3) La encarnación nos da además un modelo de misión como presencia: "habitó entre nosotros, y vimos su gloria" (Jn 1.14). Llama la atención que Jn 1.1-18 en ningún momento alude a la cruz; en este pasaje, la misión fue la misma vida humana que Jesús llevó en medio de nosotros. Tampoco se refiere aquí a la proclamación, tan importante en muchos otros pasajes. Este prólogo nos plantea una "misionología de presencia solidaria".



Según Jn 1.14 la misión de Cristo consistía en una presencia que hacía visible la gloria, gracia y verdad (integridad) del mismo Hijo de Dios (1.14, repetidas en 16s), para así revelarnos al Dios invisible (1.18).



Para ser un misionero fiel, no basta hablar; "los misionados" tienen que ver la realidad, poder y belleza del evangelio encarnados en una vida humana "residente en la tierra". La misión auténtica y eficaz nace desde una sana y santa "carnalidad" y "mundanalidad" en sentido encarnacional.



En último lugar, (4) la encarnación significa misión integral. Al asumir nuestra condición humana, Jesucristo se solidarizó con toda nuestra realidad. Obviamente no se limitó a "lo espiritual", ni tomó eso como punto de partida y base de su misión. Tampoco limitó su ministerio al problema espiritual o las necesidades "religiosas" de la gente.



Cristo dirigió su ministerio a todas las necesidades humanas: la pobreza, el hambre, la enfermedad, la angustia y hasta la psicosis, y la misma muerte.



Con el ministerio de Cristo no se limita ni se reduce, en nada, la amplitud englobante de la misión integral que hemos visto en el AT. Los hechos de su ministerio y la forma como lo realizó en la práctica demuestran esto sin lugar a dudas.



También lo demuestra su propia proclama inaugural, basado en los paisajes isaianos de misión integral: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lc 4.18s).



El cuarto evangelio no sólo nos plantea la misión encarnada e integral de Cristo, sino nos comisiona solemnemente para la misma. El Cristo encarnado nos dice a nosotros "De la misma manera como el Padre me ha enviado, así también yo os envío" (Jn 20.21). La encarnación como identificación, solidaridad y presencia fue central a la misión de Jesús, y no puede ser menos para la nuestra. Una misión a la manera de Jesús tiene que ser encarnacional, de presencia concreta, activa, dolorosa y transformadora en medio del mundo y de la historia.



Aunque Pablo no utiliza la misma formula de Jn 1.14, presenta una teología encarnacional casi idéntica. Para Pablo, Jesucristo "era del linaje de David según la carne" (Rom 1.2; cf 9.5). El gran himno cristológico de Fil 2.5-11 destaca que el Hijo de Dios fue "hecho semejante a los hombres" y asumió "la condición de hombre" (2.7s). Pablo acentúa especialmente que toda la obra salvífica de Cristo fue realizada "en la carne" (Ef 2.14s; Col 1.21s). Rom 8.3s destaca con tono paradójico este hecho, repitiendo cuatro veces la palabra "carne" en dos versículos: lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, Dios, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.[8]



Desde que Jesucristo se encarnó, murió y resucitó en la carne, y su Espíritu ha tomado residencia en nosotros, el poder de su resurrección opera también en nuestros cuerpos y vidas (Rom 8.10s; Ef 1.19-21). Ahora somos primicias del siglo venidero (cf. Stg 1.18), llamados a ser la levadura, sal, luz y semilla de su reino -- en nuestros cuerpos redimidos. La única respuesta apropiada y fiel al mensaje de la encarnación es encarnarnos también, en una misión integral a la semejanza del Verbo Encarnado.


 

 





 
 
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