Si, como decimos, bienaventurado equivale a feliz podemos preguntarnos: ¿somos los cristianos conscientes de nuestra felicidad?
Las bienaventuranzas son llamadas por los teólogos alemanes "macarismos" porque el término griego makários significa "feliz". Por eso algunas versiones de la Biblia usan el término felices en vez de bienaventurados. No son una bendición que esté dando quien las pronuncia, sino el reconocimiento de una realidad que ya existe, una constatación de la felicidad que ya se posee, aunque quizás ni siquiera se sea consciente de ello. Son exclamaciones de aprobación que significan que el gozo escatológico ha llegado ya, que la alegría del reino de Dios se ha acercado a la tierra de los mortales. La bienaventuranza es pues la satisfacción, el bienestar, el estado de felicidad suprema o de salvación de aquellos que pertenecen al reino que trae Jesús. Tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo encontramos muchos ejemplos de bienaventuranzas, además de las ocho clásicas de Mateo (son ocho y no nueve ya que la última está repetida) y las cuatro de Lucas. He aquí algunos ejemplos:
Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor (Lc 1:45).
Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan (Lc 11:27-28).
Y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí (Mt 11:6).
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos porque oyen (Mt 13:16).
Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán.
Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos (Sal 84:4-5).
Si, como decimos, bienaventurado equivale a feliz podemos preguntarnos: ¿somos los cristianos conscientes de nuestra felicidad? El Señor Jesús desea que sus discípulos sean personas dichosas que experimenten cada día el gozo de la salvación. Pero la felicidad no consiste en poseer muchas cosas, como equivocadamente nos recuerda a diario la publicidad consumista de la sociedad actual. Según esta manera de pensar sólo sería dichosa la persona capaz de tener todo aquello que desea. Es evidente que tal definición de felicidad es muy discutible, ya que el deseo incontrolado de poseer puede llevarnos a una espiral de frustración constante. Y, por otro lado, no es así como el Maestro entiende la dicha. Quizás otros conciban la felicidad como todo lo contrario, es decir, conformarse con aquello que se posee, no aspirar a nada más de lo que ya se tiene. Sin embargo, tampoco es ésta la idea que poseía Jesús al pronunciar las bienaventuranzas, ya que está hablando a personas manifiestamente insatisfechas con su situación presente.
La felicidad de las criaturas a que se refieren las bienaventuranzas no es incompatible con los problemas o el sufrimiento. Jesús se está dirigiendo a personas desgraciadas que son pobres, lloran, pasan hambre, no se les hace justicia y, a pesar de todo esto, no tienen nada que ver con la violencia, hay transparencia en su corazón y saben reconocer su total dependencia de Dios. Son conscientes de que el gozo sólo les puede llegar desde el futuro. Se trata de criaturas felices en el presente, a pesar de las dificultades que deben soportar y en virtud del porvenir que les espera. Aunque su actualidad esté llena de dolor e injusticia son dichosos porque poseen una confianza sublime y en ella pueden estar gozosos en la esperanza –como dice Pablo- sufridos en la tribulación; constantes en la oración (Ro 12:12). Se trata pues de una dicha dirigida hacia el futuro que les espera y que anticipa, gracias a su esperanza en Cristo, aquello que todavía queda por venir.
En realidad, la felicidad a que se refiere el Maestro es ante todo su propia felicidad. Jesús fue él mismo un bienaventurado pobre, manso, que tenía hambre y sed de justicia pero siempre misericordioso, de limpio corazón, pacificador y perseguido por la injusticia o la maldad humana, al que se le hizo derramar no sólo lágrimas, sino también hasta la última gota de su sangre en una cruz romana. La felicidad de Cristo estuvo siempre acompañada por la sombra oscura de esa cruz. ¿Por qué nuestra felicidad aquí en la tierra no habría de tener también alguna sombra? Esto es lo que quiso decir al manifestar: Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido (Jn 15:11). Es cierto que el gozo del discípulo cristiano no es un gozo exento de adversidad, lo que ocurre es que ésta, al contemplarse desde la óptica de la salvación, queda liberada de su dimensión trágica definitiva. Así pues, la bienaventuranza es en sí misma un evangelio dentro del evangelio, una alegre noticia que nos anuncia la presencia inmediata del reino de Dios.
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