Romualdo Atahuachi y los otros redactores defienden el derecho de los indígenas evangélicos aymaras a construir una forma distinda de ser indígena.
Tienen ante sí una doble tarea: afirmar su indigenidad y su identidad protestante/evangélica. Los indígenas protestantes/evangélicos continúan creciendo entre los pueblos originarios latinoamericanos. Ellos y ellas han sido receptivos al cristianismo evangélico desde que el mismo emergió en sus territorios, lo mismo en México que en Guatemala, Bolivia, Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Argentina y otras naciones.
En el encuentro del que brevemente reporté la semana pasada (“¿Quién hace la historia?: espiritualidad e identidad indígena de la misión”, realizado en el Centro Evangélico de Misiología Andino Amazónica, en Lima, Perú) participó el pastor aymara Romualdo Atahuachi Ch., quien hizo una bien desarrollada exposición acerca de la identidad indígena de los pueblos aymaras en Bolivia y las oportunidades y retos que ella representa para los indígenas evangélicos.
Romualdo Atahuachi expuso que la espiritualidad indígena no es dicotómica, más bien concibe la vida integralmente, donde lo espiritual y material están unidos. Esto tiene concordancia con la concepción bíblica, aunque sus contenidos sean distintos ya que, por ejemplo, en la concepción aymara hay múltiples dioses, mientras que para la cosmovisión bíblica el Señor es uno y su máxima expresión está en Cristo.
El pastor Atahuachi es un prolífico autor de materiales educativos. Varios de ellos están escritos en castellano, con el fin de que sean útiles no solamente a los aymaras que además de su idioma también se comunican en español, sino también a indígenas cuya lengua materna es distinta la aymara y a los mestizos. Me obsequió su libro 33 pasos hacia la madurez cristiana. Guía de discipulado para nuevos creyentes (Publicaciones CALA, La Paz, Bolivia, 2013). También tuvo la generosidad de regalarme dos materiales más sobre los que le manifesté mi particular interés: Costumbres aymaras y el cristianismo; y Una fe firme en medio de las costumbres, las que escribió en equipo con otros educadores protestantes indígenas.
El opúsculo Costumbres aymaras y el cristianismo, es una toma de posición ante el programa político/cultural indianista del presidente Evo Morales, programa que los indígenas evangélicos aymaras no rechazan ni aceptan en bloque, sino ante el que mantienen una postura de diálogo que valora aspectos de la indianidad pero, al mismo tiempo, expresa rechazo ante la intención oficial de canonizar un tipo de ser indígena.
En la introducción, Atahuachi y los otros coautores, manifiestan: “Estamos viviendo los tiempos del resurgimiento del nativismo con sus manifestaciones de toda clase. Junto con eso, también están surgiendo todas las creencias del pasado […] Al hacer este estudio, no estamos en contra de la cultura aymara, ni el pueblo aymara, sino en contra de todo aquello que esta en contra de Dios. Por eso, quienes no estábamos conscientes de estas realidades que afectaban al pueblo, debemos tomar con mucho cuidado la veracidad o la falsedad de estas costumbres. Además, todos los cristianos tenemos que conocer la cultura y el medio nuestro para poder llevar el Evangelio a la gente. El mandato del Señor sigue siendo el mismo [Mateo 28:19]. Para esto tenemos que estar preparados y responder adecuadamente a las necesidades e interrogantes que estamos enfrentando. Así podremos tener un pueblo cristiano perteneciente a la cultura aymara, pero redimido por Dios”.
Al evaluar las formas en que se ha transmitido el Evangelio, Atahuachi y los otros integrantes del equipo redactor, consideran que en la tarea ha estado presente el que llaman “el complejo de Pedro (Gálatas 2:14)”. Este consiste en que “todos tienen [tenemos] la tendencia de querer hacer que los demás sean como ellos mismos. He aquí el error de los portadores del Evangelio que quieren que los receptores del mensaje sean como ellos en sus costumbres, como el de vestir, el de comer, y más aun en las maneras de adorar o de recibir las enseñanzas de la Biblia, que no tienen nada que ver con la esencialidad del Evangelio. Pedro, desde un principio, siendo celoso de las costumbres judías, quería que los gentiles que querían convertirse, se hicieran judíos previamente”.
Pedro, por la acción del Espiritu, cambió su prejuicio etnocentrista y comprendió que el Evangelio de Jesús no era exclusivo para los cristianos y cristianas de trasfondo judío. Así también hoy en la tarea de encarnar el Evangelio hay que dejar en el cernidor nuestros prejuicios y costumbres que consideramos vitales, pero que en realidad no reflejan el Espíritu de Cristo.
En Costumbres aymaras y el cristianismo, hay un buen espacio para reivindicar valores y prácticas de la cultura indígena que, atinadamente consideran los autores, debieran tener continuidad entre el pueblo protestante/evangélico: el aymara es “hospitalario, no dejará que el forastero pase la noche a la intemperie y sin alimentos; no negará el alojamiento. Es solidario en las desdichas con sus hermanos […] Es muy respetuoso y moral, a todos trata como si fueran familiares, tiene un gran respeto por los padres y los mayores. Es fiel en el matrimonio […] creen que el matrimonio es para toda la vida, por eso hacen todo el esfuerzo para que el matrimonio no se deshaga, sino que permanezca a pesar de los problemas que existan. Son corporativos en el trabajo comunal, practican distintas clases de coopoeración común en las comunidades en sus trabajos”.
Igualmente en el cuaderno educativo hay una dignificación del idioma aymara, al que de manera errónea muchos mestizos llaman dialecto. Todo idioma tiene variaciones dialectales, y encierra cierta actitud discriminatoria denominar idiomas solamente, por dar muestras, al inglés, francés, alemán y español; en tanto se consideran dialectos las lenguas indígenas. Unos y otros son idiomas, que tienen dialectos, es decir, variaciones regionales o nacionales.
Los evangélicos aymaras han sido creativos en la composición de himnos y cantos que musicalmente tienen ritmos andinos, que invitan a palmear y bailar. Por ello, “es hermoso ver cómo [los aymaras] pueden cantar a Dios en sus propios tonos, y cómo sufren al entonar tonos con sus semi tonos, sin el sabor que todo canto debería tener. Por ello, el cristianismo tiene que alentar la música propia más y más para que con ella alabe a Dios y no tenga que estar importando del extranjero las canciones para Dios”.
Romualdo Atahuachi y los otros redactores defienden el derecho de los indígenas evangélicos aymaras a construir una forma distinda de ser indígena. No buscan imponer su particular identidad elegida a la identidad tradicional y costumbrista, sino abrir cauces a una forma de ser que conserva rasgos culturales aymaras, pero que, por otro lado, no se identifica con ceremonias y ritos mezcla de religiosidad prehispánica y herencia de la Colonia española. Hacen un llamado a ensanchar el entendimiento sobre las identidades indígenas, que son varias y no una. Por esto critican la identidad que llaman “nativista”, la cual excluye otras formas de ser indígena como la que han estado construyendo los aymaras evangélicos.
Concluyo con una observación de Roberto Toscano: “las identidades no pueden nunca ser fotografiadas, es decir, definidas, sino que deberían ser siempre cinematografiadas, porque no son estáticas, sino dinámicas, se mueven, cambian y se transforman en el tiempo” (citado por Claudio Magris, La literatura es mi venganza, Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, p. 80).
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