Deberíamos estar en capacidad de trascender incoherencias que deforman lo que Jesús demanda de quienes desean seguirle.
Entre los iniciales seguidores y seguidoras de Jesús hubo de todo. Las motivaciones de unos y otras fueron distintas, como lo fueron también sus expectativas. Al igual que entonces, hoy entre quienes se reconocen discípulos de Jesús coexisten personas con diversas agendas, las cuales no necesariamente coinciden con la propuesta programática del Verbo encarnado.
Santiago y Juan, hermanos, fueron llamados por Jesús hijos del trueno (Marcos 3:17). Su carácter intempestivo y cuadro mental rígido, quedarían bien plasmados por los evangelistas Marcos y Lucas. Cuando Jesús para ir de Galilea a Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua, junto con un grupo de sus discípulos pasa por una aldea samaritana, y los habitantes de ella rechazan a los visitantes, la reacción de Santiago y Juan fue la de unos judíos que menospreciaban a sus vecinos y por sistema los consideraban inferiores.
Lucas 9:51-56, narra en pocas líneas un episodio muy aleccionador. Los que recibieron la encomienda han de haber escuchado con estupor las instrucciones de Jesús. Les envía con el encargo de adelantarse con el fin de buscar y preparar alojamiento para él y sus acompañantes. Quienes debieron adelantarse para cumplir el deseo de Jesús, han de haber ido a regañadientes y comentando entre ellos el despropósito del maestro. ¿Qué judío podría tener la idea de pernoctar entre los samaritanos? ¿Acaso no sabía de la adversidad histórica/teológica existente entre los dos pueblos?
Cuando habitantes del poblado samaritano supieron que unos emisarios judíos andaban buscando hospedaje para Jesús y algunos de sus seguidores, reaccionaron como su orgullo étnico lo exigía: se negaron a recibir a los que buscaban hacer escala y al otro día continuar la ruta hacia Jerusalén. La mayoría de los acompañantes de Jesús tal vez pensaron que era mejor seguir su camino, tomaron como una reacción normal la de los samaritanos que les rechazaron. Santiago y Juan fueron más allá. Según Lucas, ambos le hicieron una propuesta a Jesús para darle una lección inolvidable a los hostiles: “Señor, ¿ordenamos que descienda fuego del cielo y los destruya?” (versículo 54). ¿Qué esperaban de Jesús los incendiarios? No ciertamente lo que respondió: “encarándose con ellos, los reprendió con severidad”.
Otra escena de los hijos del trueno tiene que ver también con una propuesta que le hacen a Jesús. Tras haber anunciado Jesús por tercera vez su muerte y resurrección, Santiago y Juan consideraron oportuno solicitarle que les diera más poder que a cualquier otro de sus discípulos. Narra Marcos que le dijeron: “Concédenos que nos sentemos junto a ti en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” (10:37). Jesús les reviró que no tenían idea de lo que estaban pidiendo. Marcos menciona que los otros diez discípulos “se enfadaron con Santiago y Juan”, no dice por qué, pero cabe la posibilidad que también ellos tuvieran expectativas de recibir algún tipo de recompensa por seguir a Jesús y no les gustó que otros se les adelantaran.
La escena concluye con Jesús dándoles una enseñanza a los doce. “Como bien saben ustedes, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos. Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos” (Marcos 10:42-45).
Las dos viñetas exhibidas por Marcos y Lucas muestran que Santiago y Juan tenían un entendimiento distante de lo que significaba, e implicaba, seguir el camino de Jesús. Ambos creían que formar parte de los doce más cercanos a Jesús el Cristo les daba el derecho de exterminar a los que no le recibían o lo rechazaban. De ahí que incluso se adjudicaron una capacidad que no tenían: la de hacer descender fuego en la aldea samaritana. Quien sí tenía el poder, Jesús, no solamente rehusó dañar a quienes le negaron hospedaje, también reconvino a Santiago y Juan. Ambos entenderían tiempo después que en la misión del Reino hay que persuadir a los demás pero nunca imponer mediante violencia simbólica y/o física el mensaje del Evangelio.
En lo que toca al deseo de tener poder, Santiago, Juan y los otros diez discípulos, recibieron una enseñanza insólita en terminos de los valores reinantes en su entorno social, económico y cultural. El Reino de Jesús va en sentido contrario a lo prevaleciente, ya que mientras los que gobiernan mantienen el dominio a través del sojuzagamiento (“rigen despóticamente”, según Marcos), los discípulos y discípulas de Jesús son llamados a servir, y al hacerlo siguen el ejemplo de Cristo, quien vino “para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos”.
Los hijos del trueno cambiaron su cerrado horizonte mental y de vida paulatinamente. Comprendieron lo de no ser intolerantes que buscan incinerar a los otros y que la ética del servicio es inherente al Reino de Jesús, cuando tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado y recibieron el fuego del Espíritu Santo.
Hoy siguen presentes entre hombres y mujeres que buscan seguir a Jesús las tentaciones que tuvieron los hijos del trueno. En lugar de persuadir con argumentos y testimonio de vida, convencidos de tener celo por la verdad y buscar que la misma gane espacios, sumariamente lanzan juicios y descalificaciones que tienen como propósito estigmatizar a los adversarios. No escuchan, solamente quieren imponer sus criterios, sin detenerse a considerar que tal vez tales criterios tengan escasa relación con las normas incluyentes de Jesús.
Los hijos del trueno del siglo XXI también creen que lo correcto es acrecentar su poder, para desde lugares de privilegio difundir el que piensan es el mensaje de Jesús. A sus antepasados Jesús tajantemente les dijo que estaban equivocados, como lo estan ahora quienes eluden la senda del servicio y buscan trazar rutas dictadas por estrategias gerenciales que son contrarias al Evangelio.
En cierta forma los equivocos de Santiago y Juan, sucumbir a la intolerancia y a la fascinación del poder, podemos comprenderlos a partir de ver su seguimiento de Jesús como un proceso que necesitaba llegar a la cima con la evidencia de la resurrección y la irrupción del Espíritu Santo. Ambas realidades les hicieron ver que Jesús no era nada más un maestro, sino Mesías y Señor. Esto les cambió la perspectiva, aprendieron a ver su vida y ministerio a la luz del programa redentor de Jesús. Hoy nosotros conocemos el inicio, desarrollo y consumación de la obra de Jesús. Por lo tanto deberíamos estar en capacidad de trascender incoherencias que deforman lo que Jesús demanda de quienes desean seguirle. Entre nosotros no deben anidar pensamientos ni acciones que buscan incinerar, desparecer de la faz de la tierra, a los que tienen otros valores. Tampoco hay que ceder ante el encantamiento del poder que sojuzga y se sirve de los demás.
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