Navegar en nuestro convulso siglo XIX es modelo y aviso para navegantes, una tormenta permanente.
En estas reflexiones sobre la Reforma aquí, con la mirada en lo que fue y luego quitaron, siempre te encuentras con el bien y el mal del lenguaje. Palabra de Verdad tenemos de Dios, y palabra de mentira del Mentiroso; y cada una tiene sus templos y sacerdotes.
De ahí la importancia de la tarea de nuestro Usoz, cuyo 150 aniversario de su muerte recordamos; quería hacer hablar a los nuestros, y a sus enemigos, para que todos ahora hablemos. El lenguaje donde existimos y nos movemos es como un barco (vale cualquier otra imagen) que se mueve en el mar del lenguaje, a veces apacible, a veces tormentoso, siempre traicionero desde el día de la traición a la Verdad al inicio de la Historia.
Navegar en nuestro convulso siglo XIX es modelo y aviso para navegantes. Una tormenta permanente; en el presente, eso es la Historia, nosotros caminamos (o navegamos, pongan la imagen que quieran) con nuestro tiempo y circunstancias, pero con el criterio del pasado, estamos en el mismo mar o terreno, y de cómo veamos el pasado nos colocamos en el presente. Por eso es tan importante a los tiranos cambiar la Historia y ponerla en el color que convenga a su barco. En este menester ha habido notables maestros, sin duda (para mí, claro) los jesuitas tienen la cátedra.
Sin marearnos demasiado, veamos algunos momentos del mar del XIX. Eso nos servirá para nuestra tarea de pensar la Reforma y reformar todo lo que podamos, sabiendo que navegamos en corrientes traicioneras. Con qué pinta lo pintemos producirá el color de nuestro paso por el XX y la ya vivencia del XXI. Empieza el XIX con la triple corona papal convertida en barco de papel. Es la travesía donde los Estados Papales se quedan en papel mojado, hasta que los plastifica Mussolini en 1929. Napoleón se llevó al papa, luego, por motivos de la mar política, pues a nadie se le ocurría pensar que el papado era algo diferente de un poder territorial, con concordato de por medio, se lo devuelve a Roma. Regresó el papa a Roma en 1801 y regresó a Francia a los tres años para coronar a Napoleón. Y éste regresó a su enfado con el papa y lo quitó en 1809. Y los Estados Pontificios, con falsificación documental y guerras conseguidos, se quedan como lo que eran, un poder terreno, en la lucha terrena, ahora sin papa. Así hasta que las victorias contra Napoleón le dan a los vencedores en el Congreso de Viena, 1815, la ocasión de regalar de nuevo los Estados para que sean Pontificios. Poco dura la cosa; con Pío Nono se concluye la travesía; desde 1870, ya no hay Estados y el papa está (por definición suya) preso. Hasta Mussolini.
Para todos estos acontecimientos tenemos hechos concretos, materiales, pero también discursos, barcos que navegan, cada uno con su bandera, no pocos con bandera camuflada. Recuerden el Vaticano I, con sus proclamaciones (es el barco donde los papas siguen navegando, ése es el papamóvil de todos, de todos; es Trento en el XIX, y hasta hoy). Y todo esto afectaba a nuestra España, o Españas. Con los discursos y rumbos interesados.
Con este Napoleón invadiendo nuestro suelo, se suele olvidar que eso puso vuelo a las naciones americanas para su independencia, bien hecho. Nuestra Pepa, la del 12, tan liberal. La iglesia romana única y favorecida. Ay España, qué barco más raro eres. Contra Napoleón, por nuestra independencia (¿independencia? Nunca del Vaticano, ni ahora) “¡viva la Inquisición!”, y viva el rey (Felón). Ya antes se navegó con barcos de confusión por mar confusa: la guerra de sucesión. Que una corona era más centralista, la otra menos, coronas eran. Y la vicaría romana con una y con otra. Esto es España: besa la sandalia del Vicario, pero cada uno con su saliva. Vale para el XIX, una parte de los súbditos del rey romano aquí se montan en el barco de la descentralización. No ven bien al Borbón capitalino, son provincianos. Eso de una administración central suena a borrasca, mejor mares adecuados a sus barcazas. ¿Cómo comparar el bien servir de los súbditos rurales respecto a esos libertinos de la capital? (Más de una, no sólo Madrid, también Barcelona.)
En el barco central se dan motines notables, todo bajo la bandera vaticana. Desamortizaciones, expulsión de órdenes religiosas… Y en cada vela un discurso, pues en este entierro todos tienen vela. En medio de toda esa tormenta, el barco en llamas, en guerra con otros: y todo eso con discursos, con lenguajes. Ahí vivió Usoz; ahí trabajó; en esa circunstancia sembró; y seguimos hoy.
De manera que el barco del discurso vaticano en España, aunque preso por su decisión, procuró aquí la victoria contra la modernidad, que en papel pusieron allá. Contra la libertad (de prensa, de pensamiento, política, religiosa, etc.). Ése es nuestro XIX. Pero se observa en medio de las nieblas que de uno u otro bando, al final, sostienen para besarla una sandalia. El enemigo es la modernidad, la libertad, y recuerdan una y otra vez quién es el responsable: el libre examen de esos protestantes. Empiezas con la libertad de pensar y de examinar, y terminas como esos libertinos. Y esos libertinos eran los que besaban la sandalia en ámbitos más de capital, menos de labranza.
Dos ejemplos: Sabino Arana, el siervo de Ignacio, forma su partido independentista, para separarse de la España que tenía solo la forma externa de papado, pero no era íntegra y fiel. Lo bueno se conserva en las comarcas rurales, con sus gente de familia tradicional y sus curas de confesionario. Por lo tanto, es una formación papal, de rigurosa sumisión, frente a los papistas “liberales” de la capital, de España. El otro; en Cataluña lo mismo, y el modelo es la Sagrada Familia (ese notable monumento, que es templo expiatorio). “Sagrada familia”, la buena, la tradicional, la del campo con sus curas de confesionario. Ese es el modelo de buen papismo, y no el de la ciudad corrompida y corruptora. Para eso crean el templo expiatorio de la Sagrada Familia, para ser freno contra el desenfreno de Barcelona. Ese barco del lenguaje, es evidente, se ha camuflado, y hoy anda por ahí con otras banderas. Pero el lenguaje de la Verdad requiere que se sepa qué dijeron los nuestros, y qué dijeron sus enemigos. Cuando lo sabemos, es evidente, no estamos en el mismo barco.
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