"Reino" y "evangelio" son dos lados de la misma moneda.
Si bien el tema "reino de Dios" predomina en los evangelios sinópticos, en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su misión, apenas se menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y "predicar el evangelio".
Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo menos la mayoría de ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son anteriores cronológicamente a los evangelios sinópticos.
En ese sentido, la enseñanza del reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a la vez es posterior a ellas (por la fecha en que fueron redactados los sinópticos). Eso refuta la tesis de que la iglesia había abandonado, o disminuido casi totalmente, el tema del reino y lo había sustituido con "el evangelio". "Reino" y "evangelio" son dos lados de la misma moneda.
La proclamación de las buenas nuevas de salvación es esencial a la tarea de predicación, tan urgente que Pablo una vez exclamó, "¡Ay de mí si no predico el evangelio!" (1 Cor 9:16).
Más adelante en la misma epístola, Pablo define "el evangelio que les prediqué", y que él había recibido, como el mensaje de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (1 Cor 15:1-4). El anhelo de toda la vida de Pablo fue el de "proclamar el evangelio donde Cristo no sea conocido" (Rom 15:20). Todo predicador fiel puede afirmar con Pablo, sin titubeos, "no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Rom 1:16).
La predicación evangélica es en primer lugar "predicar a Jesucristo" y "el evangelio de Jesucristo" (Hch 20:24; 2 Cor 4:5; cf. 11:4), como Hijo de Dios (1 Cor 1:19; Hch 9:20), crucificado (1 Cor 1:23; Gal 3:1) y resucitado (1 Cor 15:11-12; Hch 17:18).
En Gálatas 3:1, Pablo describe su predicación como si fuera dibujar el rostro de Cristo ante los ojos de los oyentes (kat' ofthalmous Iêsous Jristos proegrafê estaurômenos). En algunos pasajes se llama "el evangelio de Dios" (1 Ts 2:9; 2 Cor 11:7) o "el evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20:24).
Con una terminología levemente distinta, se llama también "el mensaje de la fe" (Rom 10:8; cf. Gal 1:23) o "el mensaje de la cruz" (1 Cor 1:18). En Efesios 2:17, Pablo describe a Cristo mismo como predicador del Shalom de Dios (cf. Hch 10:36). En conjunto, estos textos nos dan el cuadro de un evangelio integral en la predicación.
LA PREDICACIÓN Y LA PALABRA DE DIOS
Esa relación dinámica entre la proclamación y el evangelio del reino implica también la relación inseparable entre la predicación y la Palabra de Dios. Por eso, se repite a menudo que los apóstoles y los primeros creyentes "predicaban la palabra de Dios" (Hch 8:25 13:5; 15:36; 17:13), o sinónimamente, "la palabra de evangelio" (1 P 1:25) o "la palabra de verdad" (2 Tm 2:15).
Otras veces se dice lo mismo con sólo "predicar la palabra" (Hch 8:4). El encargo de los siervos y las siervas del Señor es, "predique la palabra" (2 Tm 4:2), lo cual es mucho más que sólo pronunciar sermones.
La frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras y en la historia de la teología.
La palabra de Dios por excelencia es el Verbo encarnado (Jn 1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En las escrituras tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo encarnado (Jn 5:39).
Pero la palabra proclamada, en predicación o en testimonio, se llama también "palabra de Dios", donde no se refiere ni a Jesucristo ni a las escrituras (Hch 4:31; 6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32; 17:13; cf. Lc 10.16).
Cristo es la máxima y perfecta revelación de Dios, quien después de hablarnos por diversos medios, "en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen hêmin en huiô, "nos habló en Hijo"). El lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las escrituras son el testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente normativas para toda proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es también "palabra de Dios", según el uso bíblico de esa frase.
Esta comprensión de las tres modalidades de la palabra de Dios, y por ende de la predicación como palabra de Dios cuando es fiel a las escrituras, fue expresada en lenguaje muy enfático por Martín Lutero y reiterado con igual énfasis por Karl Barth (KB 1/1 107; 1/2 743,751).
Según la Confesión Helvética de 1563, "la predicación de la palabra de Dios es palabra de Dios" (praedicatio verbi Dei est verbum Dei). Lutero se atrevió a afirmar que cuando el predicar proclama fielmente la palabra de Dios, "su boca es la boca de Cristo". Karl Barth hace suya esta teología de la predicación, para afirmar que la predicación es en primer término una acción de Dios (1/2 751) en la que es Dios mismo, y sólo Dios, quien habla (1/2 884).
Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la Biblia, este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera de entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad del púlpito y el privilegio de ser portador de la palabra divino. También aumenta infinitamente nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio de su palabra, a pesar de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación demasiada alta y honrosa para cualquier ser humano.
Así entendido, el carácter de la predicación como palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.
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