Los argumentos de antaño contra el diseño de los seres vivos no pueden ser empleados hoy con propiedad contra la teoría científica del diseño inteligente.
El filósofo escocés David Hume (1711-1776), considerado como el más importante de los empiristas británicos y, en ciertos aspectos de su pensamiento, como precursor de Kant, criticó la idea generalmente aceptada en su época de que el diseño que muestra la naturaleza evidenciaba la existencia de un Dios creador. Según él, todo diseño que se desprenda de la biología, o de los seres materiales que se puedan observar en el universo, estará siempre basado en un argumento realizado a partir de la analogía o en una generalización inductiva fundamentada en una muestra de tamaño cero. Por lo tanto, no será nunca un argumento válido para demostrar la existencia de un Creador que lo hubiera diseñado todo inteligentemente. Veamos en qué consisten estas dos ideas fundamentales de su objeción.
¿Qué es un argumento basado en la analogía? Se trata de comparar o relacionar dos cosas diferentes, señalando algunas semejanzas entre ellas, para concluir que cierta característica de una deberá estar presente también en la otra. Si dos o más realidades son parecidas en uno o más aspectos, entonces lo más probable es que también existan entre ellas otras similitudes. Se podría así, en teoría, deducir un término desconocido a partir del análisis de la relación que existe entre dos términos bien conocidos. Veamos un ejemplo sencillo de este tipo de razonamiento por analogía.
-Al diseccionar un ratón en el laboratorio se puede observar que posee sangre y que ésta circula.
-Los ratones son similares a las personas ya que ambos son mamíferos.
-Por lo tanto, las personas también poseen sangre circulante.
Esta analogía es correcta porque, como todo el mundo sabe, conduce a una conclusión verdadera. Sin embargo, las analogías no siempre concluyen en afirmaciones correctas sino que pueden llevarnos también al error. Observemos esto otro argumento.
-Las personas tienen sangre y ésta circula.
-Las personas son similares a los vegetales puesto que ambos están vivos.
-Luego, los vegetales tienen sangre circulante.
La conclusión, en este caso, sería falsa puesto que las plantas carecen de sangre y de corazón que la mueva. La savia vegetal no es sangre ni es movida por ningún motor muscular. Esto significa que los argumentos hechos a partir de analogías, aunque a primera vista pueden parecer atractivos, no siempre terminan en deducciones válidas. Esto es precisamente lo que afirmaba Hume a propósito de los razonamientos en favor del diseño que muestra el mundo natural. Decir, como hacían los teólogos naturales, que de la misma manera que los relojes son diseñados inteligentemente, y que son máquinas similares a los seres vivos, así también los seres vivos deben haber sido diseñados de forma inteligente, es una analogía inaceptable. Conocemos a muchos diseñadores humanos que elaboran relojes pero no sabemos nada, desde el punto de vista experimental, de algún diseñador inteligente no humano. La muestra con la que podemos comparar es igual a cero. Y, por tanto, sin información adicional no habría manera de sacar ninguna conclusión definitiva. El filósofo Hume tenía razón y su crítica consiguió desprestigiar los razonamientos a favor del diseño de la teología natural de su época.
No obstante, dos siglos después y a la luz de los conocimientos actuales estamos en condiciones de preguntarnos: el argumento del diseño, ¿es solamente una analogía o hay algo más en él? ¿Resulta posible demostrar que los seres vivos o las leyes del universo no sean el producto de un diseño inteligente? Aunque la analogía entre los diseños realizados por el hombre y el del universo vaya más allá de la experiencia de nuestros sentidos, ¿por qué la inteligencia común nos sugiere con tanta fuerza que el cosmos se asemeja a una máquina o a algo realizado por un ser inteligente? ¿Creemos ver inteligencia en el cosmos sólo porque nosotros somos seres inteligentes o porque realmente está ahí?
El argumento del diseño puede concebirse también desde un punto de vista que Hume no tuvo en cuenta. Es decir, como una inferencia a la mejor explicación. Las críticas del pensador escocés son poderosas si el argumento es sólo una analogía pero si no lo es pierden todo su efecto. El famoso argumento del reloj elaborado por el teólogo natural William Paley (1743-1805), se podría exponer también de la siguiente manera, por medio de explicaciones alternativas:
-Un reloj suele ser una máquina complicada y adecuada para medir el tiempo.
-1. El reloj es producto de un diseño inteligente.
-2. El reloj es el producto de procesos físicos al azar.
Es evidente que la mejor explicación, es decir, la que tiene más probabilidades de ser cierta es la primera. Nuestra experiencia nos dice que todo reloj, al ser fabricado por el hombre, es el producto de un diseño previo. Pues bien, este mismo tipo de análisis se puede aplicar también al siguiente razonamiento:
-Los seres vivos son complicados y capaces de sobrevivir y reproducirse.
-1. Los seres vivos son el producto del diseño inteligente.
-2. Los seres vivos son el producto de procesos físicos aleatorios.
Paley creía que si estábamos de acuerdo con la lógica del planteamiento del reloj, también deberíamos estarlo con la de los seres vivos ya que dicha lógica es la misma en ambas proposiciones. En su opinión, el principio de verosimilitud, que afirma que la hipótesis que proporciona la mayor probabilidad es la mejor explicación, se puede aplicar aquí para saber qué respuesta sería la verdadera. Desde luego este argumento del diseño parece razonable hasta que la teoría de Darwin aparece en escena. Según la evolución de las especies, los seres vivos serían el producto de la variación y la selección natural. Los argumentos de Paley sucumbieron en su día ante las propuestas del darwinismo. Esto significa que los razonamientos filosóficos, por buenos que sean, pueden ser modificados a lo largo de la historia a medida que avanza el conocimiento científico y la interpretación de la realidad.
Actualmente los planteamientos conocidos de la teoría del diseño inteligente demuestran que el designio en la naturaleza sigue siendo un tema candente que todavía puede ser planteado como la mejor explicación para el origen del universo y la vida. La confianza puesta por el evolucionismo materialista en el todopoderoso poder creativo de las mutaciones aleatorias y la selección natural se ha visto hoy contrarrestada por el descubrimiento de los sofisticados mecanismos moleculares que operan en la célula viva. Difícilmente algunos de tales órganos, estructuras y procesos pueden haberse originado mediante procesos azarosos. Esto ha provocado que muchos científicos pierdan su fe en el poder explicativo del darwinismo y se abran a la posibilidad del diseño. Es verdad que una amplia mayoría del estamento científico mundial permanece fiel a la explicación transformista y busca posibles alternativas al mecanismo evolutivo, pero también lo es que la teoría del diseño sigue ganando adeptos. Lo cual significa que el viejo argumento del designio divino, característico de la teología natural, vuelve a estar de actualidad.
Nos queda una última cuestión. Hume argumentaba también que para poder pensar que los organismos de nuestro mundo habían sido diseñados de forma inteligente, deberíamos tener la posibilidad de compararlos con los de otros mundos y haber podido ver cómo habrían sido creados allí por diseñadores inteligentes. Pero como no disponemos de dicha experiencia, el tamaño de la muestra es cero y, por tanto, dicho razonamiento no se sostiene. ¿Qué se puede replicar a esto?
De nuevo, este argumento carece de sentido, si se tiene en cuenta la inferencia a la mejor explicación, ya que ésta no necesita respetar las reglas que Hume propone. Si hubiera que comparar todas las hipótesis científicas con ejemplos de otros mundos no existiría la ciencia. Deducir la mejor explicación es algo diferente al muestreo inductivo que conduciría desde la observación de los hechos concretos, en cualquier otro mundo, al establecimiento de las verdades generales. Para determinar por qué se extinguieron los dinosaurios en la Tierra, por ejemplo, no se requiere viajar a Marte o a planetas de otras galaxias con el fin de obtener muestras de posibles extinciones en masa. Debería ser suficiente estudiar los fósiles del Cretácico-Terciario, así como los elementos químicos encontrados en las rocas de dicho período geológico terrestre.
Los argumentos de antaño contra el diseño de los seres vivos, especialmente aquellos que sostuvo el filósofo David Hume, han quedado anticuados y no pueden ser empleados hoy con propiedad contra la teoría científica del diseño inteligente. El método de la complejidad específica de Dembski proporciona una herramienta eficaz para descubrir aquello que sólo puede ser explicado recurriendo a la inteligencia. Y, a partir de ahí, al reconocer que algo ha sido diseñado y analizar la información que contiene, se podrían intentar reconstruir su historia, cómo pudo ser elaborado o si ha sufrido cambios después, etc. Toda una serie de cuestiones que la teoría del diseño inteligente debería intentar responder.
Por último, reconocemos que ni la ciencia, ni la filosofía, son capaces de demostrar la existencia o inexistencia de Dios. Siempre será necesario el salto de fe. El naturalista confiará en el poder de la materia, las leyes físicas o la selección natural hasta llegar incluso a divinizarlas. Mientras que para el teísta únicamente un Dios eterno, sabio y omnipotente puede ser la causa de este mundo. En mi opinión, el orden, la información y la inteligencia que exhala el cosmos por todos sus poros sólo pueden explicarse adecuadamente apelando a un ser inteligente como la causa original.
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